ORDUÑA

Son las cinco de la tarde.
El sol aprieta en el aforo
brotando el murmullo de la gente
en la vieja plaza de toros,
donde se albergan los animales
y parten las cuadrillas.
 
Con los capotes en ristra,
desfilando con soltura
al comenzar el paseíllo
muy erguidas sus figuras.
 
En la plaza suenan los clarines, que atronad el aire
confundiéndose con el bramido del toro enfurecido.
Lances, verónicas, desplantes…
con la muleta en la mano el matador
cita al toro y redondea con esmero su faena.
 
La música le acompaña en su quehacer.
Agrada a la concurrencia.
Todos con palmas le aplauden
por la faena realizada,
en una añeja plaza de toros
donde se lidian toros bravos
en la fiesta de la ciudad,
en las fiestas de ‘Ocho Mayo’,
en la Orduña la inmortal
inmersa en lo frondoso de su valle.
Antonio Molina