SOLEDAD


Soledad, así te llaman por  tus ojos y mirada. Fue el ayer tan sabrosón que mis labios se dilatan. Sólo por sentir los tuyos mi cuerpo ya se me escapa y mi voluntad de acero se derrite en tu mirada. ¡Cómo la quiero queriendo! ¡Cómo la ama mi alma! Mi corazón no lo siento, ni me importa dónde está, yo sé que está muy cerquita de otro corazón que brama. Envuelto en luz de un candil se encuentra prisionero y en calma. Quererla, sólo quererla es el oficio divino,  así como correr por la pradera detrás de ese bello cetro que tanto ansía mi alma.

Molina Medina

SOLO LA VIDA

Algo que no trasciende se acaudala,
se acumula día a día por la tierra,
la que abriendo sus entrañas, presurosa y
sedienta de copular con las palabras,
todo lo digiere... todo lo paladea,
misterio o magia.
Capacidad o mística. Embrión
imprescindible de su cuerpo que
se envuelve consecuentemente
incidiendo en los sentidos.
Corazón... corazón... de que te quejas,
porque palpitas desbocado, si no hay tinieblas.
Solo la magia de unos ojos... de una boca
cargada de labios, de saliva triturada
la que se desliza al encuentro de su manto
el que cubre su cuerpo. El que tanto sueña.
Sueños... sueños, los que salpican su almohada
los que rugen dentro de su pecho.
Disponibilidad y fortuna. Amor y vida.
Renovación o muerte...
Solo la vida...
Solo para quererte amor. Eternamente…
 

Molina Medina  

…UNA MAÑANA ME LO ENCONTRÉ…


…una mañana pletórica de calma.  Iba sereno, con el cayado en su mano y la vista al frente, altiva y reluciente. Le saludé y él me miró serio y cauto. No me conoció. Yo le sonreí y pronuncié su nombre. Él seguía mirándome diciéndome que mi cara le sonaba. Le dije quién era y, de su curtido rostro, manó una franca sonrisa:

 

-          Tu cara me sonaba - me dice - veo que estás bien. No pasan los años por ti.

 

-          Tú tampoco estás mal Hurtado – le contesté.

 

La brisa del mar nos envolvió a los dos y nos apoyamos en nuestras miradas. Charlamos de tiempos ya añejos pero vivos en su recuerdo.

 

-          Que, ¿Sigues escribiendo?

-          ¡Sí! – le respondí.

 

Una gran puerta se abrió en mi mente y voló por las olas que penetraban en el puerto. Por el andén, un hombre camina entre raíles atento a todo lo que se mueve, repartiendo los trabajos diarios entre aquellos que con él conviven en las horas serenas de la faena. Cada uno sabe lo que hacer. Mientras, desde una pequeña mesa en el andén, Hurtado rellena sus papeles. Algunas veces se cabrea como un chaval, pero todo se realiza a su gusto. Pensamos que hacer lo que nos manda es lo natural, ya que estamos allí para desarrollar las funciones necesarias para que los trenes circulen por las vías acometiendo el trabajo de trasportar.

 

Despacio le vi marchar. Lentos eran sus pasos pero firmes sus andares. Lo perdí de vista y me refugié en sus recuerdos. Era una vida en movimiento, un recuerdo en mi memoria, un lugar en el corazón que aún retumba por los cimientos de las olas, o por los andenes de nuestras vidas, entre raíles, amontonando zapatas o recogiendo chatarra.

 

Cargado de razones caminaba por el puerto. Iba sereno y su cara denotaba trasparencia, así como sus ojos de nobleza azuzados por la brisa marinera.
 


Molina Medina

 

A DON MIGUEL: PARROCO DE ORDUÑA.

La vieja máquina del tren rugía cual fiera enjaulada,
expeliendo por su tronera y sus fisuras
el humo blanco y denso que,
hacia el inmenso cielo, cual nube se diluía.
 
Sentado en el asiento de madera, alegre y tierno,
un hombre de corazón grande y noble
compartía con curiosidad y júbilo su presencia.
El tren. Transporte añejo que nos llevaba
 a curar nuestras heridas.
 
Don Miguel, humilde párroco de Orduña,
pobre y rico en su condición.
Lo poco que poseía donaba o regalaba.
Con su ejemplo se inundó mi corazón,
limpiándolo de impurezas.
 
Fui privilegiado con su presencia,
compartí su amor, ternura, desprendimiento
y buenos sentimientos de hombre
interiorizado de las miserias humanas.

Sacaba de la abertura de su sotana
los veinte céntimos que con insistencia aportaba
para costear el importe del viaje
de un niño y de su madre, que en un lujoso tranvía
 
les llevaba hasta el hospital de la ciudad
para tratar de sanar sus heridas.
Hombre jovial, entero, desprendido…,
atento a todo lo que le rodeaba,
 
inmiscuyéndose en nuestras vidas,
soldándose con sus ovejas,
alimentando su estomago
y de su aliento, el alma le brotaba.
 
La muerte es una falacia, es un mito,
que a través del tiempo transcurrido
sigue viviendo entre nosotros.
Cohabita a través de su intensa vida
 

entre aquellos que curó nuestras heridas,
ayudándonos en momentos tan inciertos, difusos,
cuando el día a día nos engullía.
Como buen pastor cuidaba a su rebaño.
 
Hubo un tiempo en que todo estaba en tinieblas.
El hombre era cual fiera cercenada.
Los miedos y penurias que nos dominaban
eran suplidos, consolados, esperanzados
 
por los hombres de su talla manifiesta,
por que tras su sotana negra como la muerte,
latía un corazón tierno y fuerte,
del que manaba sangre roja y bien oxigenada
 
que nos alegraba con su respirar.
Haciendo posible la lucha
que continuamente mantenemos
contra la muerte.

 
Molina Medina

LAS DOS ORILLAS

 
 ¡Que hermosura de gitana!
¡Qué delicia de mujer!
Que finura tú has de ser,
ojos de suave, limpia mirada.
 
 Algeciras la fermosa;
la ilustre ciudad que fue,
que a pesar de la distancia
tus recuerdos y tu entelequia,
la siento dentro de mí,
se me ha impregnado en el alma.
 
 Miro tu litoral, ríos, montañas,
bandoleros, contrabandistas
y piratas; cabalgaron sus
praderas, laderas y atalayas.
Personajes que un día pasearon
con sus gentes por calzadas, 
ventorrillos y tus plazas.
 
 Ya se perciben tus playas
por ese sol que nos difunde
desde la alborada al ocaso,
que irradia tu bahía
de esas montañas de África.
 
 Distanciando nuestra tierra
ese estrecho con sus aguas
que penetrando en su cuerpo
como el filo de una daga.
 
 Tierra polvorienta y dura.
Tierra de miseria, pobreza,
gentes tristes,
y almas destrozadas;
que mirando con añoranza
la franja que nos separa,
para muchos el edén,
otros entregan su alma,
en esas aguas tan verdes,
que iluminan nuestras playas.
 
Aguas teñidas de sangre.
Sangre teñida de agua.
 
 Escapando a la miseria,
y buscando con añoranza
un lugar donde existir
y soñar una vez más
para hallar,
ése rayo de esperanza.
Molina Medina

ERA MIGUEL CURANDERO

 
 Estaba Miguel un día
descansando en un barbecho
con el callado en la mano
y su mirada a lo lejos.
 De pronto se oye un tropel
de pasos que suenan lejos
con los gritos de, ¡Miguel! Miguel.
Que pronuncian con apremio.
 Miguel se levanta y parte
con su cuerpo tan pequeño;
y él divisa a un mozalbete
que le dice todo serio.
 -Miguel, mi caballo en casa
se ha caído en el páramo
y mi padre solo dice
que este animal esta muerto
y yo digo que Miguel
si que entiende de estas cosas.
 Miguel sale a toda viveza
pues él sabe que está a tiempo.
Llega donde el animal
y le mira con presteza:
le sujeta de una pata
y su cara es un reflejo
de dolor, y con sus contorsiones,
le saca el mal de su cuerpo.
   Molina Medina

SENTADO EN UN BANCO...


Sentado en el banco en un apeadero, viendo pasar los trenes como artilugios sin parada, un hombre solo, desilusionado de la vida, contemplaba los zumbidos a su paso, mientras el viento le resoplaba la cara.
 
Un buen día, una señal se puso en rojo. El expreso, al detener su marcha, le indicaba que era el último tren que pasaría en su vida. Levantando la cabeza miró apático y sin ganas. Sus ojos descubrieron, entre los cristales, un rostro generoso de mujer, cuya mirada le mostraba una sonrisa plateada que brotaba de sus labios de grana. Y no dudó. Sin pensar en nada ni en nadie, se asió a su barandilla introduciéndose en el departamento, al tiempo que, silbando y retozando por las vías, la mole de hierro continuó su travesía.
 
Se acercó a ella y se acopló a su lado. La miró a los ojos y descubrió su luz. Mientras su cuerpo, corrupto y sin vida como el bueno de Lázaro, se volvía de cera, su corazón comenzó a existir. Sus ojos penetran en su propia corteza. Se ferró a su mano asiendo sus dedos. La cubrió su manto, con su humanidad.

No quiere riquezas, ni gloria, ni tierras, ni castillos viejos llenos de fortunas. Con lágrimas en sus ojos dice que la quiere. En su soledad, ella le consuela. Ella le da vida y se agarró a ella, como salvavidas en esta colmena, con la rica miel que corre por sus venas, la que le alimenta y le apuntala a la tierra. 

 Molina Medina

UN DÍA CUALQUIERA


Un día, en cualquier esquina, encontrare la luz que mueve mis pasos, la que deslumbra sin querer mis movimientos, los senderos por donde me comunico con otras gentes, con otros credos. Sí que es verdad que busco lo imposible y lo sé porque la vida me lo indica. Camello jorobado, cangrejo de una pinza. Sol que aprieta sus rayos sobre mi cuerpo acongojado.

La suerte está echada y miro a los lados buscando esa llama que alumbre mi costado, de donde brotan surcos de tierra, incómodos y pesados.

Arboles inciden en mi cuerpo y no me deja mirar al horizonte, ya que lejano lo veo con una salud aterciopelada, firme caudal de agua manantial. Vino tempranillo del año donde el caldo se hace fuego en el paladar.

Miro sus labios y saboreo su resplandor, capaz de sustentar a la propia muerte que aun retumba en mis oídos. Ya sé, que el final, está cercano, ya sé que los ángeles miran para otro lado cuando discurren a mi lado. La felicidad no está en mis manos, ya que como mortal el tiempo se poso a mi lado y miro de soslayo para otra parte, donde de veras se acumulan los peces el pan y la sal que deja que mi cuerpo, siga sediento de verdades, acomodándose al curso del pasado hoy sediento de un amor desesperado, no encuentra su sitio en su costado y aquello que desea y siente jamás lo encontrara… ya que la corriente es más fuerte y llena de hojas que cubren las aguas puras de mi mente. Me aferro a ellas y veo lo que un día perdí por las veredas.

Impasible sigo caminando por este vertedero que la vida me indica, que todo es un manjar para mi cuerpo. Algún día será y seré mi complemento por lo que lucho y siento, y que vivo porque no estoy muerto y quiero morque soy humano y amo porque sin amor estaría muerto.

Molina Medina

LA CASA DE LOS SUEÑOS


Acudí a su estancia a abrigarme.
 Sus paredes lucían añejos recuerdos
 dónde voces sosegadas y pertrechas de oídos
 me atrapaban mientras la candela,
 colmada de troncos, ardía lentamente,
 brotando de ellos lenguas de fuego
 de color azul cielo.
 El calor se esparcía por toda la estancia.
 Mientras nuestros cuerpos se posaban en la tarima
 entre oleadas de versos y notas finas,
 la añeja guitarra se desperezaba
 viviendo, soñando recuerdos de pasados tiempos
 que nos atrapaban entre nubes blancas
 por las que caminaban corazones,
 pechos uncidos entre ríos de agua.
 Zumbaban las abejas y de sus patitas
 se esparcía la miel.
 Las leguas de fuego calientan nuestra alma.
 La luz nos despunta la mente y hace posible
 que el silbido de las palabras se introduzca
 cual mordaces cuchillos en nuestros corazones,
 sin resquebrajarse…
Elevándose…
Ensalzándose…

 

Antonio Molina