SINOVAS PEDANÍA

SINOVAS Y SUS GENTES

No los conocía, pero me acerqué a su tierra,
nos hicimos todos uno en la vendimia, entre cepas.
Me acuné en su mar sencillo de sudores y fatigas.

Comimos del mismo plato, la misma comida y mesa
Degustamos mismo pan, y el vino de su despensa
y cortamos los sarmientos, que después fueron tormenta.

Gente de sonrisa viva, y de amistad manifiesta
allí donde mi persona, no se sintió forastera,
y reímos, ¡sí reímos! Entre las cepas la juerga.

Ocultos del sol, degustamos la cosecha
una cueva muy sombría alumbraba la prueba
de que los nuevos cachorros, continúan con la gesta.

De Sinovas son nacidos, de Sinovas son sus cepas
poder verlos en acción en la “CASA DEL TIO VITOR”,
de SINOVAS, te esperan.
Descendientes de Sinovas, de su casa en la plazuela
junto a iglesia milenaria que reluce. Pedanía.


ATRAPADO POR LA SONRISA DE UNA NIÑA…

En la plaza de la pedanía se palpaba el silencio. 
Sus gentes descansan, la noche los envuelve,
ha sido un día de duro trabajo en todas las viñas.
Los tractores repletos de granos de uvas
respiran el aire de la noche templada.
Ha comenzado el proceso en el que el Dios Baco
se filtra entre vid y vis y saluda a su grano negro.

Paseando por la plaza, dejando atrás el calor que proviene
del único lugar donde sus lugareños se desfogan
narrando sus vivencias, se toman sus chatos de vino,
juegan a las cartas y cuentan en corro historias de
personajes queridos que fueron dejando el paisaje.
El recuerdo prevalece entre sus gentes para regocijo
de propios y extraños.

De improviso, como un ligero chasquido, unos pasos
resuenan el pavimento. Una niña alegre, trasparente
y rebelde, menciona mi nombre acercándose al lugar:
-          ¡Antonio! ¿Te puedo decir una cosa? – me sugiere.
-          ¡Dime lo que quieras! – le digo.
-          ¡Me he leído ya, cuatro veces, los poemas de la Lata!
Su sonrisa me atrapa y me deja sin palabras. Sólo la miro y me sonrío.
Paladeo su sonrisa. Aparece sobre mí ese niño que merodea por mi mente ya con escarcha. Me arrastro a sus pies. Siento su calor. Se funden las miradas.
-          ¡Gracias! - le contesto.
Me cuesta pensar. Su llaneza me descabalga las palabras.
-          ¿Has leído o escuchado los poemas de Granada? – le comento.
La niña me mira con cara de incrédula y me dice:
-¡Yo no sé nada de ese libro!
- ¡Pues lo tiene tu madre! Ella me lo cogió junto con un CD musicado.
La niña me mira se sonríe y calla. Sale corriendo a buscar a su madre en la casa.
Mientras mirando hacia atrás me dice:
-          -¡Se lo voy a pedir a  madre en cuanto llegue!

La noche en Sinovas, nos envuelve, nos atrapa. Cae sobre sus gentes y sus casas.
Una ligera lluvia se deja caer atrasando el final de la vendimia.
Cansado de un día completo de emociones, experiencias vividas con sus gentes, dirijo mis pasos a la vieja cabaña. Mi cuerpo necesita descanso y un poco de calma.
Pero no va lento, vuela como el águila, alas de una niña me aúpan y me limpian la mente... que me rellena el alma.
EL RACIMO
Entre sus manos protege la semilla,
frescor de viñedos,
redoblar de campanas
entre cepas, racimos y vino.
Negros granos de uva
serán sabios portentos,
peregrinos saciados
frente a los campos viejos.
¡Que tus manos seduzcan a
este viejo alcornoque!
¡Que su alma sucumba
ante este tallo nuevo!
¡Que tus ojos divisen
objetivos de luz!
¡Que la luz azulada nunca esté en olvido!
¡Que tu corazón de estrella
sueñe, viva, y recoja lo extraíble!
Espumoso su vino, sangre de mis venas.

VENDIMIAS

Si tú supieras Maite
en verdad lo que me pasa,
seguro que sonreirías
o te reirías con ganas.

Después de días de vendimia
en Aranda y su comarca,
ya no sé lo que me duele
de mi cuerpo hasta el alma.

Pero sí que se acumulan
en la mente que poseo,
los olores y sabores
de los viñedos de Sinovas,

que seguro que serán
como los que vos cultiva,
unos blancos, otros negros.
Al final son sólo caldos,

para los que el cuerpo
siempre estará dispuesto.
Los de Sinovas son vinos.
Los de Orduña txakoli,

pero lo más importante
está aún por salir,
el latido del corazón
por sus ganas de vivir.



Antonio Molina Medina