Tu cuerpo lo encontré recubierto de rocío,
saciado con los sabores de incienso, mieses y vino, en la vereda el Cubillas, se te acerca Federico
tocado va con sobrero, sonrisa en ristre de silfo
verdes hojas azuladas, brillan en su pelo liso.
Se sentó junto a tu vera, te cobijó con su abrazo,
el sol brilla al mediodía en el firmamento
alto.
Rodea toda su sombra un verde como aguachado
y tú eres verde oliva, verde musgo. Verde. Glauco.
La luna al despedirse entre aceitunas y jaras,
lloraba bien orgullosa de haber besado su cara. De su costado, algo verde, de su boca, algo grana
una grieta que tus manos palpaban para cerrarla.
Se han agarrado las manos que en cabriolas
jugueteaban, Federico no te suelta, te tiene bien aferrada se coje a todas tus cintas de muchacha ensoñada
él que se creía muerto, pero muerto y todo, habla.
Se les transfigura el rostro, que surcan lágrimas calmas,
su traje de limón claro se le requiere la tierra, esa gran madre magnánima para que regrese al lecho ese de hondura
insondada, de memoria desdentada, que sin dientes, aún ¡desgarra!
Molina