Parque de los alcornocales-Algeciras |
Vuelve a llevarme a
los campos, padre…
Sácame de la ciudad,
que madre, ya ausente, me mandó el último suspiro que surgió de su
soledad.
Hoy el otoño nos
divierte tanto que hasta las hojas de los árboles cambian de color para caer
lentamente ante la mirada del poeta, de aquel poeta de La Fuente, paseando en
su soledad.
Si. Los árboles
esconden en sus sombras ese follaje cuyo verdor se apagó; hojas que palidecen y
son atrapadas, en su caída, por la fértil tierra que pisamos. Tierra que atrapó
su corazón junto al persistente y ¿fiero o suave? El viento de sus mañanas,
que inundó los campos y los frutos se extinguieron. Los viñedos se desnudan
dejando que el frío se apodere de sus ramas, ya desnudas, para su poda y
despojados de sus frutos, dejando ese olor a granos de uva mojada.
Parque de los alcornocales-Algeciras |
La lluvia que el
cielo nos manda, limpia y suaviza los campos de barbecho y siembra temprana y
las pequeñas avecillas zumban a nuestro alrededor para ir acercándose en los
paneles de sus colmenas para el invierno.
Cesa la lluvia y el
cielo brilla su azul eterno y las nubes se deslizan y se posan en las cumbres
de las montañas. Los rebaños de ganado lanar caminan en grupo y en silencio,
mientras el pastor, apoyando sus manos en el cayado junto a sus perros, las
observa con una plácida sonrisa.
La paz y el sabor a
miel lo perciben sus sentidos caminando a la pedanía.
Mientras la madre organiza su granja, aligerando su figura, sin tiempo para el descanso ya que la labor se acumula en las cuadras del ganado y el tiempo está plagado de sobresaltos que le inquietan… por eso tenía tantas prisas en sus movimientos.
Erguida su figura con
la melena recogida con una simple goma con la que la aprieta
Pero fue duro su
despertar en el mundo de la ciudad: avivaba su respirar y se dolía de ese
entorno donde, hasta el respirar, agobia a sus pulmones emboscados entre su
cuerpo; inhalando sustancias nocivas y suplicando ese aire del campo, entre
matorrales y caminos embarrados, en otoño e invierno y en primavera
Herida de muerte
lucha la heroína y se mira al espejo y sus ojos denotan en el cristal, lo débil
de su mirada y de su cuerpo. Y su palidez se mezcla con una sonrisa forzada, para
el que la mirara no percibiese la tristeza de su vida.
Los niños juguetean
por la antigua cocina, al calor de la chapa de lumbre de leña y carbón dejando
en las paredes de su chimenea el hollín negro y pastoso. Troncos que se
retuercen entre las llamas dejando caer lágrimas que, entre las llamas, dejan
olor a tierra quemada; que se elevan sin pausa por los conductos de la
viejísima chimenea, cuyo ojo sobresale entre las tejas del tejado.
Mientras,
ella... su figura aún resplandece y se hace silueta eterna; mientras, su
mano zurda se apoya en la negra silueta de un gancho de hierro que penetra
entre las ascuas dispuesto a desfogar ese calor para dejar que los alimentos
que hay en la casa se hagan, sin prisa, en la comida diaria.
Getares - Algeciras |
Sentados en los bancos alrededor de la candela, los pensamientos vuelan por los campos añorando sus cosechas.
El espejismo es su
propia vida... Sueños que no estaban al alcance de sus ojos, aunque eran
visibles en otras conciencias.
Padre: vuelve a
llevarme a los campos, a ese lugar de la sierra, donde su cuerpo volaba y bebía
leche de las ovejas. Donde al despuntar el día, respiraban los pulmones y los
pájaros cantaban en la casa, y los becerros trotaban en la hacienda. Y su madre
lavaba la ropa entre las piedras de su río y los manantiales nos devuelven ese
frescor de sus aguas incoloras, desde las entrañas de la tierra.
Chorrosquina- El Cobre-Algeciras |
Frutado fue su soñar y duro su despertar y la muerte se apoderó de ella. Como una flor fue arrancada de su tierra, de su huerto y de las laderas de su montaña. Murió con su única muerte. Con su terrible muerte eterna. Lejos de sus orígenes, de los suyos, cuyas hojas de otoño quedaron semienterradas en un jardín, entre luceros y estrellas.
Antonio Molina Medina
12.12.19