UN ÁNGEL LOS APADRINABA

 

Caserío de la ciudad de Orduña. Bizkaia

Renueva los sentimientos que el alma desprende, los acumulados de tu edad primera, cuya infantilidad se hace presente en tu corazón abriéndote las puertas de ese futuro que ya trascurrió… Con la cabeza agachada y posando sus ojos en la lectura de su libro escolar, donde la escritura les hacía acumular en sus mente las primeras historias de ese mundo en el que les parieron, dos niños ya grandecitos que compartían pupitre y alguna cosas más, levantaron la cabeza del volumen que posaba abierto en la madera para decirle José a Juan: ¡cuándo salgamos tenemos que darnos prisa ya que hemos que picar leña en el caserío, que mi madre hoy tiene que encender el horno y necesita leña para dar calor al horno del caserío para hacer el pan y con la leña cortada que he visto cuando fui a comer no le llegara… mi madre me lo advirtió al venir a la escuela!

Ciudad de Orduña - Bizkaia

--Vale -le contesta Juan- ¡Cuidado que el maestro nos está mirando!

José y Juan recogen los libros de la escuela y salen para sus casas y primero pasaron por el portón de Juan, y le dice a su compañero: -¡Sube y colocó los libros en casa, y bajó corriendo! ¡esperarme!

 

Como un relámpago subió y bajó las escaleras no antes de decirle a su madre: -¡Mama, que voy con José a hacer leña para el horno que hoy hace pan su madre!

Caminan charlando hasta la puerta de dos hojas del caserío y Juan metiendo su mano desplaza su cerrojo y entran corriendo y suben por las escaleras de madera y abren la puerta de la entrada y se meten en la cocina donde desde el fuego bajo arde lentamente la leña con la que hace hervir una caldera de menudas patatas para los cerdos. Colgada de una cadena en el centro de su chimenea.

Antonio Muñoz y Antonio Molina-ciudad de Orduña-Bizkaia

 

-¡Mama ya estamos aquí! -Le anunciaba José…

- ¡Ala pues! -Bajad y cortad algunos troncos que tenéis preparados. Las cuñas, la maza y el hacha ya la veréis. -les decía la madre.

Corren escaleras abajo y abren la puerta de la cuadra, los animales giran sus cabezas masticando su alimento y los miran y siguen comiendo en los pesebres y los dos, salen por la otra puerta que da a la finca y su huerta y al amplio patio y girando a su derecha al lado del horno estaban los troncos, algunos muy secos, de las cuñas que necesitaban para su desgarro.

 

Familia Merquiades de Orduña y Antonio M. Y Lucía M. Bizkaia


Miraron bien los troncos por si había alguna grieta para comenzar a poner las cuñas las que de menor a mayor iban abriendo los troncos hasta su desgarro total.

Mientras José sujetaba la cuña, Juan elevaba la maza para su golpeo… -¡Ten puntería y cuidado con mis manos! – le decía a Juan- que la 'maza' pesa.

Las gallinas se acercan curiosas y confiadas al lugar y sin miedo escarban la tierra buscando su pitanza. Se sienten seguras.

 

Trigales de Sinovas-Aranda de Duero

Entre risas y bromas las cuñas a base de porrazos se abren paso en los troncos y ya, bien afianzadas, deja de sujetarlas, hasta que los troncos se abren en canal para su troceado con el hacha y una sierra, esta con dos mangos, que también era muy buena herramienta, para el tronzado de la leña, se colocaba en un trípode las más duras para cortarlas con la sierra manual y otras se cortaban con la afilada hacha.       

 

-¿Que tal lo lleváis chiquitos? – Brotó la voz del aldeano.

 -Bien, -le contestan ellos.

-¡Con lo que habéis cortado ya es suficiente por hoy! -les decía. -¡Mientras yo voy a afilar las cuchillas de la máquina de segar, vosotros esperad a que baje tu madre! -Le dice a su hijo. El aldeano se dirige a una nave del caserío en la que hay un artilugio de madera con asiento y dos pedales y en el centro una caja donde en su hueco o pequeño foso una porción de agua con la que enfriaba a una piedra o muela que al mover los pies da vueltas a la piedra que, suavemente, chisporrotea al contacto de las cuchillas para dejar listos sus filos para otra siega.

 

Caserío de la ciudad de Orduña-Bizkaia

Se oyen los pasos y la voz de la aldeana detrás de ellos y les dice: -¿Ya tenéis todo preparado para encender el horno, pareja?

-Sí. ¡Hasta la leña menuda para su encendido!; solo falta introducirla en el horno y prenderle fuego, -les contestan ellos.

 

Desde el interior de la nave el aldeano entre risas le dice a su mujer: -Estos ya saben lo que hacen mujer… ¡‘redios’ que si lo saben!… dejando una carcajada en el aire.

La aldeana comienza a introducir la leña y preparando una hoja de algún periódico, y con una cerilla, surte la llama a ese montoncito de leña cuyas llamas se apoderan de las piezas de leña recién cortadas, para calentar con fuerza ese habitáculo donde se almacenarán los redondos panes y algunos ‘txoripanes’…, para los más menudos de la casa y algún invitado a esa fiesta. Las llamas se asoman a la boca del horno y la aldeana retrocede apoyando su mano sobre su frente por la fuerza de las llamas que ofuscadas cual llamaradas tratan de salir del habitáculo donde se revuelven entre quejidos y chirridos.

  

Ciudad de Orduña-Bizkaia

Pasan las horas y ya el horno está preparado para la faena, después de amontonar los residuos de ascuas y ceniza al fondo del horno. Con una pala de madera son introducidos lentamente las redondas y frondosas montañas de harina bien amasada y depositadas guardando la distancia y, entre medio, muy cerquita de la boca, esos pequeños panecillos con su chorizo dentro.

La aldeana miraba y sacaba con su pala algunas piezas a ver como estaban de cocidas y las volvía a dejar, hasta que todo estaba listo para sacarlas.

 

Los nervios afloran entre los pequeños seres ya que el hambre relincha en sus estómagos ante el sabroso olor que se cuela sin compasión por los orificios de sus narices.

Ciudad de Orduña-Bizkaia

-Chiquitos, ¡Ala!¡Venid para aquí! ¡Ahí tenéis! ¡Coged uno cada uno! -Pero, tener cuidado, no os vayáis a quemar, ¡que están recién salidos del horno! -Les advierte ella.

Así era. Quemaban en sus manos, pero sus estómagos lo reclamaban y soplando y soplando se quemaban, pero el hambre podía con ellos y más ese manjar con el que la aldeana abastecía a los suyos, y  algunos más a los que se los regalaba.

Antonio Molina Medina

23.04.21