MADRE


 
“Una casa para mí.

Sobre la dura tierra de mi patria.

Taraceada de huesos anteriores.

Al calor de mi sangre”

    - Ángela Figueras -

 

 Sentada yo te he visto con tu pena,

al borde de una cama desmochada.

Sola y pensado en tus penas,

de ver como el hambre te corroe

y no el hambre corporal,

sino la pena:

 

 De ver tu soledad en una casa,

que adentro de otra casa te contemplo.

Lagrimas caen de tus ojos,

que tratas de ocultar en mi presencia.

 

 El líquido que surcan tus mejillas,

se desliza con tanta rapidez

que no tienes pañuelos

que lo paren, ni paños,

que taponen tus heridas.

 

 ¡Donde estas Dios!

¡Donde estas!, yo me pregunto.

Aquel que con tanta insistencia

desde la escuela me inculcaban.

 

 Quizás yo me revelé por la angustia,

de ver ya mi impotencia manifiesta.

De no poder, ni siquiera consolarte.

A esa MADRE en su soledad incierta.

 

Tus ojos inflamados por las lágrimas,

no pueden quitar tu angustia.

Tu corazón puro y noble, es destrozado,

por las circunstancias de tener

que vivir siempre desolada.

 

 Rodeada estás de hacinados trastos viejos,

que comparten contigo la amargura de

tu alma noble y dura:

maderas, carbón, y cucarachas.

 

También algún ratón nos acompaña,

junto con suciedad y cosas viejas,

al borde mismo de tu cama,

donde tú reposas tus angustias

y con tus esperanzas llevaderas.

 

 Lejos ya queda, tu tierra y tus gentes

por los avalares de la guerra; que un día,

te llevaron a otras tierras,

pensando en esa tierra prometida.

 

 Con tu compañero, y un niño chiquito:

que eran tu única armonía,

que te confortaba y te nutría.

 

 Años difíciles los que tú pasaste,

sin ni siquiera poder darles,

ese trozo de pan tan necesario,

que a menudo no llegabas a alcanzarlo.

 

 Mientras otros lo vendían o tiraban

y bien que tus ojos lo veían:

que tirar preferían en muchos casos,

aquellas personas, que tú un día,

llegaste a pensar que te querían.

 

 Dura fue tu vida MUJER.

Ya, añeja por el paso del tiempo.

Pero sigues siendo joven y sin ira,

que capaz fuiste de hacernos partícipes,

de olvidar tanto dolor,

rencor, e ira,

que con violencia, cayeron sobre ti,

sin piedad e indiferencia.

 

 De personas que no conocían,

ni el amor, ni a ese Dios,

que, con tanto amor nos mima.

Qué más amor nos pudo dar,

que esa libertad tan deseada

para poder así optar,

cualquier camino

que la vida nos depara.

 

 Tú si supiste seleccionar y dar,

lo poco que la vida a ti te proporcionó.

Quizás lo poco que te facilitaron,

y que, como un gran talento,

no lo llegaste a enterrar,

por ese miedo que tenemos

de que te lo pudiesen robar.

 

 Pero no fue así.

Supiste multiplicarlo,

por dos, por tres, por cien,

por mil, yo diría, el infinito,

lo que llegaste a obtener.

 

 Orgullosa debes de estar de esta proeza,

que, cargada ya de años,

de alegrías y de penas,

has vivido,  vives,  y vivirás.

 

 Con ese arrojo de MUJER del sur,

que persistentemente has sabido,

proteger, sembrar y educar.

Como ese tesoro, que en tu sierra,

también supiste depositar,

y de esa forma llegar a traspasar.
 
 
 
 
 
 
 
 
Antonio Molina Medina