EL VACIO DE LA SOLEDAD Y LA LUCHA POR LA VIDA.



Era una tarde donde el astro sol nos arrojaba con furia sus rayos opresores recorriendo las avenidas de lo que un día fue “El Cortijo Real”, en los aledaños de la ciudad. De improviso, sus manos aferradas al volante del vehículo le indican con insistencia el camino a seguir, el de una finca abandonada.
Dirige mansamente su vehículo a los lindantes de la hacienda e inmoviliza su automóvil al borde de la finca señalada. Juan detiene el rugido del motor de su carruaje para contemplar la soledad en que se haya la morada. Desciende lentamente de él, dirigiendo sus pasos a la reja que le permite ojear el interior de su estancia, contemplando el ‘chozón’ y la huerta desertada, junto a la pequeña piscina tomada por un enjambre de ranas, con su incesante croaaaac, croaaaac, croaaaac, que chapotean en sus verdes aguas estancadas. Junto a ellas, una caterva de mosquitos y de pájaros que deambulan por las ramas de los árboles, con sus trinos y piruetas revolcándose en el agua, incitados por el intenso calor que inexorable les abruma y sin un hálito de viento que les consolase.
Las lagartijas asustadas salen con rapidez ante la presencia del intruso que ha incordiando su descanso del que disfrutan junto a la sombra placentera de las ramas de un ciprés al borde de la piscina en la tarde soleada del mes de agosto. Contagiándose del aislamiento que le rodea Juan recuerda lo que un día fue vergel de vida y piensa en los sueños truncados por la muerte en esa residencia que fue bullicio de carreras de niños, algarabía de gente alegre y llena de vida cuyas risas atronaban el recinto y su casa solariega improvisada.

Y sin que él se percatase de su presencia, sin darse cuenta: surge como una sirena, su figura joven y lozana, desprendiendo su imagen una luz inmaculada. Se cruza con su mirada, ante el asombro de tan linda aparición. Su sonrisa es grata pero forzada, en su cara se refleja la tristeza, no pudiendo sus facciones disimular el estado de ánimo en que se encuentra. Juan frota sus ojos con ambas manos y fascinado contempla su silueta.  Cree estar soñando. Parece todo tan real.
La dama de silueta blanca, que resplandece como un ángel celestial, con voz bien timbrada, delicada y tierna que brota  como un susurro, emite su nombre:
—Juan, ¿que tal estás?
 —Con voz suave, cual balbuceo, le pudo contestar:
—Yo bien, pero... ¿Es verdad lo que estoy viendo?
—Sí, sí, es verdad —le responde.
—No es posible —le interpela—. Tú te fuiste. Nos dejaste. Estás en la otra vida. Esto no puede ser verdad.
—Es cierto. Tú lo has dicho: Estoy en otra vida, pero mi alma no puede descansar  No logro, alcanzar la felicidad —confiesa.
—Yo no lo puedo entender —le insinúa él.
—Es muy fácil de explicar. Me fui precipitadamente, esa es la verdad, dejando mucho detrás de mí, de ese mundo que a ti te rodea. No pude elegir. Pero desde esta dimensión en la que existo, sí que puedo contemplar aquello que me mantenía viva, aquello por lo que luchar. Y veo con tristeza y siento una pena muy grande, que aquel que quise y quiero, me está defraudando, no quiere vivir. Si yo fui vida para él, lo quiero vivo y feliz.
O, ¿acaso no estoy yo con él? ¿Sus hijos no son los míos? Sus nietos ¿no son míos como de él?, nietos que quieren vivir, como así lo quiero yo.
La dama le confiesa también. Que su decaimiento y su pesar no la dejan vivir en esta nueva vida que le han dado.
—Mi espíritu vaga por la eternidad no encuentra el lugar que necesita. No alcanzo la calma deseada.
Dile, que el reposo que solicito solo él me lo puede dar.
Quiero que viva, que sea feliz.
Que se mire en sus hijos. Que se mire en sus nietos y que me vea a mí a través de ellos.
Te voy a decir una cosa Juan, yo también quiero seguir existiendo, mi espíritu necesita reposar, no puedo seguir errando eternamente, necesito el sosiego que él me puede dar.
Espero que tú me ayudes. Eres mi última esperanza.
Entre sollozos y lágrimas que brotan como torrentes de unos ojos negros y brillantes sin que desaparezca la luminosidad que fluye de su semblante, a Juan, la visión de ella, le apacigua en lo más profundo de su alma, sumida en algo imaginario, que aunque sabía que no podía ser real, tenía que tenerlo en cuenta.

Como un zumbido resuenan sus palabras en su cerebro. Su figura se diluye como el hielo, su imagen serena resplandecida se difumina ante sus ojos. Soy un mortal, —repite Juan.
Dirige sus pasos con la inquietud que le ha proporcionado esta hermosa visión, que no le dejó indiferente. La pena le oprime el alma, le acongoja en su interior. Juan siente el dolor dentro de su ser después de desprenderse de su ego, de ese hombre viejo que llevaba dentro, muy adentro de su ser. Puso sus miserias al desnudo, se vio en la necesidad de asumir que él también formaba parte de sus vidas y compartió con ella su pena y su tristeza, debía implicarse, tratar de ayudarles, no podía quedar impasible ante tanto dolor.
 Volviendo la vista a la piscina de agua verde, por la que asoman las cabezas las ranas que se han zambullido en ella, vuelve acongojado sobre sus pasos y se introduce en el interior de su automóvil. Mete la llave en la cerradura de su vehículo y la gira lentamente con el pensamiento puesto en lo que acaba de suceder. Arranca el motor de su coche que mansamente se pone en marcha. Mientras se aleja mira con tristeza por el espejo del retrovisor, por el que todavía puede vislumbrar su silueta que se desvanece, llevándose en la retina de sus ojos el recuerdo de una mujer que sufre, que no descansa en paz.
            Juan sabe que tiene que hacer realidad los deseos de la dama, encontrar a Miguel, su esposo, y transmitirle este mensaje.

Como un furtivo, ella se introdujo en nuestras vidas, para que tú le des una respuesta a aquella que quisiste y quieres. Que desde esta otra existencia, otra dimensión, ella pueda descansar en paz, sabiendo que ‘tú quieres vivir’ y ‘puedes hacerlo’ compartiendo con los que te quieren y con aquella que quisiste y quieres.
Desde el Cielo ella ‘te lo pide’, ‘te lo exige’, ‘no la defraudes’, ‘ayúdala’. Ella quiere que tú seas feliz.
No te derrumbes, ‘levanta tu espíritu’, ‘lucha por ella’, como lo hacen los hombres que están vivos, ‘viviendo’, ‘luchando’ a pesar de la adversidad y de la pena que te embarga, del desconsuelo y la tristeza. Siempre existe un lugar para la esperanza, para el desahogo, para poder apaciguar el dolor. Piensa, en que ella te necesita aquí en la tierra, a través de los que te quieren y te rodean. Ella así lo espera.

Quiere verte feliz con aquello que ella te dejó, con esos vástagos que vosotros moldeasteis como tallos jugosos que os han proporcionado retoños sabrosos de los que hoy puedes disfrutar. Retoños fruto de ese amor eterno que cubría vuestra vida, amor que mantienes perenne desde los albores de tu juventud.
La muerte es un mito. Nadie muere de verdad. Quedan los recuerdos, nos queda su legado que siempre esta con nosotros, en nuestro pensamiento, en nuestro recuerdo y, pensando que un día os volveréis a encontrar.
           
Juan llega finalmente a su destino:
—Miguel, como puedes comprobar, sigues en mis recuerdos. Os tengo presente a los dos, dejasteis huella en nosotros y necesitamos recordar esos bellos ratos que pasamos en vuestra compañía, aquella que nos hace revivir vuestra presencia para seguir viviendo.
El hombre para estar vivo necesita de los sueños y los recuerdos que afloran como el chasquido del látigo fustigando nuestra añorada niñez, de la cual nos alimentamos y nos nutrimos el alma, para poder seguir caminando por senderos estrechos y callejones oscuros, llenos de barro hasta las rodillas y poder salir de ellos.
Tu dolor es difícil de asimilar, es sólo tuyo, pero todos compartimos tu profundo desaliento y te animamos a vivir con su recuerdo y con los que te queremos y pensamos que estás obligado a seguir viviendo. Hazlo por ella. Se lo debes. Ella lo necesita tanto como tú. Estamos seguros de que estará orgullosa de tu proceder.
Nosotros también nos sentimos a veces muy solos… muy solos…, porque mucho de lo que más anhelamos nunca lo podremos alcanzar. Tenemos familia, hijos, nietos…, pero nos sentimos prisioneros en un mundo que no es el nuestro. Cultura, tierra, hombres… Siempre soñamos con volver a nuestros campos, con nuestra gente y nuestra cultura. Como ves nosotros también tenemos penas, que superamos con los nuestros y sobre todo pudiendo compartir nuestra existencia con la ‘dama’ sagrada de la ‘poesía’, aquella que llena de contenido nuestra subsistencia, si no, estaríamos muerto de por vida.

Estamos seguros que habrá muchos Antonios, Pedros y Pacos, como Lauras, Mercedes o Marías, que pasaron y pasaran por traumas comunes y dolorosos. Así es la vida. Somos prisioneros del mundo que nos han dado, del que hemos creado. Pero por encima de todas las miserias humanas, está ese Dios que nos adora, que nos hizo libres y que por él sabemos lo que implica la libertad.
Ser libre involucra aceptar lo que Dios o el destino nos depare y respetando a aquellos y aquello que nos rodea. Estamos obligados a vivir para los demás, con todos los que conviven con nosotros, amándolos con el corazón aunque lo tengas partido en mil pedazos. La lucha por la vida acabará cuando ésta se nos agote, cuando tornemos a la tierra a la que pertenecemos, de la que brotamos.
Por ello, Juan le insiste y le apremia a salir de ese hoyo, boquete, hundimiento, depresión… en la que se halla. “Estas obligado a vivir, a seguir viviendo para ella y por ella” —le insiste—. “La vida es lozana y bella” —le sugiere.
Miguel entorna los párpados, dando un pequeño impulso, se levanta de la silla en la que ha mantenido la conversación con Juan. Dirige sus pasos lentos e imprecisos hacia un sofá que se halla en un rincón del salón para dejar caer su cuerpo rendido y cabizbajo. Con la mirada perdida y llena de tristeza, levanta la vista y contempla un cuadro con la figura de su amada, el cuál, supone para él todo su recuerdo y todo por lo que vivir echándose la culpa por la pérdida de la mujer que le mira con sonrisa cariñosa y grata.
Mientras que Juan se encamina vacilante, sumido en la preocupación hacia la puerta de la casa, posando su mano suavemente sobre la manilla para salir. Cierra la puerta mansamente, con la pena que le embarga por dejar a un hombre con el corazón roto y lleno de dolor, que no consigue asimilar lo que la vida le ha deparado, la perdida de un ser querido arrancado por la muerte, muerte que se cruzó irremisiblemente y de improviso en su camino.

Mi caminar es lento y mi mente flota sobre el firmamento. En mi deambular por la ciudad me dirijo a la plaza de la Palma. Me siento triste y pensativo, contemplando las palomas que merodean a mi alrededor mientras suenan las campanas del reloj de la Iglesia de la Palma, cuyo relojero brilla con luz propia, sintiendo el orgullo sano y conciso, alegría infinita provoca sus latidos, pues han sido manos delicadas las que con su arte han hecho posible, devolver la vida a reliquia del pasado con sabiduría y destreza, amor y mucha maestría la que brota de sus manos limpias como el agua de su río por la miel que de él fluía… 
Antonio Molina Medina