…UNA MAÑANA ME LO ENCONTRÉ…


…una mañana pletórica de calma.  Iba sereno, con el cayado en su mano y la vista al frente, altiva y reluciente. Le saludé y él me miró serio y cauto. No me conoció. Yo le sonreí y pronuncié su nombre. Él seguía mirándome diciéndome que mi cara le sonaba. Le dije quién era y, de su curtido rostro, manó una franca sonrisa:

 

-          Tu cara me sonaba - me dice - veo que estás bien. No pasan los años por ti.

 

-          Tú tampoco estás mal Hurtado – le contesté.

 

La brisa del mar nos envolvió a los dos y nos apoyamos en nuestras miradas. Charlamos de tiempos ya añejos pero vivos en su recuerdo.

 

-          Que, ¿Sigues escribiendo?

-          ¡Sí! – le respondí.

 

Una gran puerta se abrió en mi mente y voló por las olas que penetraban en el puerto. Por el andén, un hombre camina entre raíles atento a todo lo que se mueve, repartiendo los trabajos diarios entre aquellos que con él conviven en las horas serenas de la faena. Cada uno sabe lo que hacer. Mientras, desde una pequeña mesa en el andén, Hurtado rellena sus papeles. Algunas veces se cabrea como un chaval, pero todo se realiza a su gusto. Pensamos que hacer lo que nos manda es lo natural, ya que estamos allí para desarrollar las funciones necesarias para que los trenes circulen por las vías acometiendo el trabajo de trasportar.

 

Despacio le vi marchar. Lentos eran sus pasos pero firmes sus andares. Lo perdí de vista y me refugié en sus recuerdos. Era una vida en movimiento, un recuerdo en mi memoria, un lugar en el corazón que aún retumba por los cimientos de las olas, o por los andenes de nuestras vidas, entre raíles, amontonando zapatas o recogiendo chatarra.

 

Cargado de razones caminaba por el puerto. Iba sereno y su cara denotaba trasparencia, así como sus ojos de nobleza azuzados por la brisa marinera.
 


Molina Medina