Lo
conocí.
Era
un campesino
de
pelo canoso, pequeña estatura,
con
andares firmes y un bigotillo;
de
sonrisa franca y gestos genuinos,
de
palabras claras y corazón de felino.
Y
nos enamoró. Y nos hizo felices
cuando
éramos chiquillos.
Nos
alimentó con letras de libros
y
pan de molinos.
Historias
certeras de su intimidad
forjando
vivencias de su buen andar.
Lo
conocí, reí con él y lloré su muerte,
que
no pude ver. Ni sentir los trinos
de
pájaros cantores que revoloteaban
por
todo su cuerpo, mientras
la
tierra cubría su sonrisa, que
fue
su recuerdo.
Quemando
nuestras heridas.
22/05/17
Antonio
Molina Medina