Lo
conocí.
Era
un campesino
de
pelo canoso, pequeña estatura,
con
andares firmes y un bigotillo;
de
sonrisa franca y gestos genuinos,
de
palabras claras y corazón de felino.
Y
nos enamoró. Y nos hizo felices
cuando
éramos chiquillos.
Nos
alimentó con letras de libros
y
pan de molinos.
Historias
certeras de su intimidad
forjando
vivencias de su buen andar.
Lo
conocí, reí con él y lloré su muerte,
que
no pude ver. Ni sentir los trinos
de
pájaros cantores que revoloteaban
por
todo su cuerpo, mientras
la
tierra cubría su sonrisa, que
fue
su recuerdo.
Quemando
nuestras heridas.
22/05/17
Antonio
Molina Medina
¡Qué entrañable historia!...un lujo leer alimentarte de letras es una delicia, no me extraña ahora la maestría que posees con la pluma. Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarPorque hay recuerdos que perduran en el tiempo, no caducan, son perennes, se quedan en la retina del alma y en la cajita del corazón, mi querido amigo Antonio.
ResponderEliminarUn deleite siempre es saborear tus letras e imágenes.
Muchos besos y feliz comienzo de semana.