REENCUENTRO




Playa de getares Algeciras
  


Por la comisura de mis ojos, que se resguardan del reflejo del sol que me acompaña, se deslizan mansamente unas gotas de sudor; la realidad es que se confunden con las lágrimas, que no puedo contener por la emoción que me embarga.

Introducido en la lectura, a la sombra de una hamaca, tomándome un descanso merecido, ojeando los poemas de Neruda, fábulas y leyendas que yo trato de comprender con ilusión acompañado por las panorámicas del Estrecho y su Bahía, en la deslumbrante playa de Getares. En los primeros días de agosto, en Algeciras.
Observo el revolotear de un niño, cuya inquietud me lleva a dejar la lectura y contemplar sus felinos movimientos. Su carácter es pura dinamita y su expresión es espontánea y franca. Se lanza sobre sus padres abrazándolos, con la efusividad que mantiene en todos sus movimientos, y les dice:
—¡Cuánto quiero a mis padres!

El espectáculo que puedo contemplar me revuelve las entrañas y me llena de una gran satisfacción.

Sigo con mi amena lectura y observo que el niño me examina, se me acerca sigiloso, se queda mirando con vivacidad y me dice con mucho desparpajo:

—¿Que lee usted señor?
Retirando la vista de las hojas del libro y le miro fijamente, su sonrisa me intriga, mucho más su pregunta y la expresión de su rostro.
—Es un libro de poesía lo que leo.
—¿Quién es el autor? — me sigue preguntando.
—Es de un autor hispano-americano, de Pablo Neruda, — le balbuceo.

De improviso, como si de una ballesta se tratase, se acerca a mi lado y me dice con mucho arte:
—¿Me deja usted de leer? Pues yo sé leer libros y me gusta mucho la lectura. En mi casa yo leo los libros de mi padre y en la escuela a la maestra la vuelvo loca, no me entienden.
No salgo de mi asombro, que se torna en alegría, y le digo:
—¿Cuántos años tienes chaval? Sin llegar a terminar la frase, gesticulando con sus menudas manos, me contesta con su firme y bien timbrada voz:
—¡Seis años!
Dedos pequeños y menudos que, escondiendo los cuatro de una de sus manos (los que sobran) me dice:
—Cinco y uno seis. ¿Me deja usted que lea algo?
—¡Cómo no! ¡Lee, lee…! — le susurro.

Se recostó en la hamaca, arrebatándome, literalmente, el libro de las manos. Se concentró en las páginas del mismo y con voz segura y sensible, con la madurez que pone en las fracciones de su cara (la que para él merece el instante), unos versos de Pablo Neruda, de improviso, le brotan las palabras a borbotones desde lo más profundo de su ser; pasando las hojas con mucho cuidado y pericia.
Terminando los versos completos, orgulloso, me llega a decir:
—¡Déjeme que le lea otros versos! — aunque el cuello me empieza a doler. La postura que tiene el muchacho, es incomoda para la lectura, el libro que tiene en sus manos es pesado para su niñez.
— ¡Lee, lee…!

Y sigue leyendo.
No se cansa, a pesar de su edad,
por las venas le corren los versos
de Neruda que lee sin parar.
Terminada la grata lectura,
me susurra con gallardía el chaval:
— Espero que no le haya molestado.
Y se marcha a la playa a nadar.
Me deja todo anonadado,
no sé por dónde tirar.
La lección que un menudo chaval
me ha endosado,
me ha vuelto a mis años de chaval.
Su soltura leyendo unos versos,
su franqueza y sinceridad,
como algo hermoso y glorioso,
que mi alma la siente embargar.
Como algo precioso que un niño,
iniciando con carácter, sus sueños
poder consumar.

Momentos y recuerdos, como el filo de una daga se clavan en mi pecho, traspasando el corazón de mis primeros recuerdos. Años cargados de aventuras que afloran por doquier en un momento, de ese niño que fui, arrancado de una tierra en un pasado incierto. Como un latigazo siento renacer en lo más profundo de mi alma, con el corazón roto, quizás por las emociones que no puede olvidar, aquellos años vivos, que no me pudieron arrebatar a pesar del importunado destierro. Aquellas bravas gentes que me acompañaron, en mis verdes praderas, jugando en sus prados, con esas ilusiones que llevamos muy adentro, que en mí muy bien sembraron.

Aquellos verdes años que un día me arrebataron, aquellas ilusiones que de golpe me arrancaron, por culpa de esa vida que me tocó vivir, con las vicisitudes, hambres y desesperanza; también las alegrías que supimos lograr. Aquellos años limpios llenos de vivencias, de recuerdos muy amenos en nuestra niñez, pasaron como el viento, quizás en el olvido, que todo lo transforma.

Impregnados de recuerdos, de visiones y añoranzas, de rencores y angustias, y de alegrías, ya que con poca cosa sabíamos gozar.
Con sólo seis años, un niño me recuerda mi rebeldía perdida, con su fortaleza eterna me hace reflexionar.

Con sólo seis añitos, que cuenta con los dedos, un niño en esta playa me hace recordar. Que yo también fui niño. Las mismas inquietudes, la misma tierra virgen, la misma tierra santa que nos tocó pisar. Los años ya no cuentan, la vida se nos escapa; con la ilusión primera la vida se nos va.



A. molina