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Río de la Miel. Parque de los Alcornocales, el Cobre. Algeciras |
Le pusieron en el
mundo que no tenía final pero sí que tuvo principio desde el día en que la luz
le atormentaba. Que se posaba en unos ojos flamantemente nuevos con los que le
enseñaron a mirar desde una cuna, de restos de madera y cañas de los ríos que pasaban
por su pedanía, donde descansaba de recién nacido. Y pasaban los días y las noches
oscuras entre candiles y mechas de aceite y minerales… y volaba en sus viajes en
un mundo sin fronteras. Y no encontró en su caminar mano que le ocultara lo propio
de una edad de soledad y fantasía en la comedia que vivía.
Mientras, su menudo
cuerpo fue desplazado, entre carriles de hierro, a su nueva tierra entre montañas.
Eran tiempos lejanos donde los sentimientos brotaban de cualquier cuerpo; de cualquier
mente aderezada y sincera donde los sentimientos atrapaban, con los gestos, la
luz que brotaba de su propio cerebro. Y no cobraban por ello. Y te daban hasta
el pan, tan escaso como incierto. Caminaban por senderos, caminos empedrados de
nuestros antepasados y nos aferramos a sus manos que nos ayudaban a pasar
los ríos y sentir el calor de sus cuerpos tan humanos, cuya sangre calentaba nuestras
existencia: solo con su roce se detectaban los sentimientos. Ningún ser humano
era un extraño y no se conocía a ningún dios que guardar ni que nos atosigara
en nuestra propia asistencia. Solo el trabajo dignifica a los seres humanos
y lo poco que hubiese era un festín, ¡un manjar incluso las migajas se pegaban
al paladar! compartiéndolo todo con los que nada tenían.
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El Cobre. Parque de los Alcornocales. Algeciras |
Los campos
estaban poblados de praderas de cereales, de millones de granos que las espigas
soltaban cuando las bestias las pisaban, entre el trepidante calor.
Los hogares, a la
sazón, moradas muy decentes de piedras y barro y palmeras y cañas de los ríos y
helechos bien amaestrados, nos protegían del frío y la calor, mientras la vieja
cocina , con sus leños ardiendo en su estancia nos calentaba en los días fríos.
Y arropadas las perolas a su alrededor donde se cocían las papas (muchas veces
limpias solo con un chorreón de aceite y unos granos de sal), y los leños,
troncos donde el hacha se hendía en la madera para saciar los hornos, donde el carbón
se vendía para las chozas… Carbón vegetal, el que traían de la sierra los
piconeros... nos hacía el avío junto a las astillas que arrimábamos a la lumbre
en nuestra juventud.
Los huertos brillaban
del verde de sus plantas, y los árboles frutales se mimaban con mucho esmero.
Eran los únicos alimentos que entraban en nuestras casas, y todo a golpe de azada
y punta de arado romano, con punta de hierro. Y el agua surtía de manantiales,
acarreada con cántaros en las espaldas; había que colaborar, la comida había
que ganársela por amor a los que nos arropaban de noche, mientras dormíamos. Las
albercas eran mimadas ya que su agua era el alimento para lo sembrado y había que
vigilar su contenido.
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Río de la Miel El Cobre Parque de los Alcornocales |
No conocía ciudades,
ni iglesias, ni catedrales, ni agua de grifo, ni luz que no fuese el candil. Y
el vaso con agua y aceite y una palomilla hecha de corcho y cartón y un mixto de
cera.
Y sin ESCUELAS ni
LIBROS… Ya que la CULTURA…, era patrimonio de los señoritos. Pero si se
recreaban con el aroma de las plantas, flores que se apoderaban de los lugares
donde pacían nuestros mayores, y las abejas se apropiaban del néctar para sus paneles
de corcho depositando los aperos para su miel.
Huertos de alimentos,
de papas y tomates, y pimientos y berenjenas, y calabazas y… garbanzos. Y
árboles frutales a los que con un trozo de pan negro nos subíamos para comernos
los higos, que era nuestro desayuno encaramándonos por su tronco hasta sus ramas.
Época en la que
se potenciaban los cambios, donde los alimentos y frutos de la tierra se intercambiaban
entre las manos de los eternos campesinos: papas por huevos, batatas por higos
de rama; animales caseros, de los que se alimentaban las familias e higos chumbos,
que se regalaban solo con cogerlos de sus pinchosas palas. Todo se compartía…
Incluso las familias ayudaban a las que pasaban fatigas. Las puertas de las
casas eran de una simple cortina y el miedo a que te robaran lo poco que tenían,
no les importaba, ya que casi nada poseían. Puertas abiertas que algunos cerraban
con llaves pesadas y otras, protegidas con una tranca de madera les resguardaban
en las cortas noches de sus vidas.
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Orduña Bizkaia (Euskadi) |
Gente que, en su
soledad y desde la lejanía, era un reposo para el cerebro. Cuyos cuerpos eran
de amor en movimiento, ya que el mal no lograba penetrar dentro de los humildes
hogares. Solo el aire se renovaba por los huecos de los techos. Los caminos se
extendían por las faldas de la sierra, y caminaban de día y de noche, sin miedo
a la oscuridad y por las trochas hacia la ciudad. Repletos de soledad los caminantes
se saludaban, con frases efusivas y cordiales…:
¡Valla usted con
Dios, amigo!... ¡Buen viaje, hermano! ... ¡Con Dios, señores!
Las almas transitaban
cómodas y sin miedos, y los niños soñaban sin conocer a ningún dios. Solo las mujeres
y hombres caminaban pensativos y cabizbajos cuando los rayos del sol, su luz se
ocultaba, tras la oscuridad de sus tristes noches. Y alrededor de la lumbre, cavilaban
cómo llenar la perola del día siguiente al despertar.
Mientras ellos
caminaban acercándose y tocando a las puertas de entrada de las fincas de los
señoritos, buscando trabajo para poder acarrear alimentos de primera necesidad
para los suyos; trabajando en lo que fuera menester, ya que sus crías no dejaban
de protestar: desde las humildes chozas pedían su alimento.
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Sinovas Pedanía de Aranda de Duero. |
Cuerpos siempre caminando. Persistentemente ¡Adelante, ni un paso atrás! Y ni la enfermedad podía con su humanidad. Acudían a los curanderos como su única salida a sus enfermedades… Y ahí estaban sus CURANDEROS: Miguel Benítez (el cabrero) y Antonio Barreno (Naturista y ferroviario) nativos del Cobre y personajes dedicados a sus vecinos: acababan su trabajo y desaparecen como el viento, sin decir ni adiós…
A nadie llegaron a
cobrar ¡ni una perrilla!… Era terminar su trabajo y solo el viento sabía donde
se habían metido. Algunos, como Antonio Barreno fueron perseguidos y, en
alguna ocasión, denunciados por médicos de la zona. Incluso una vez, aprovechando
la oscuridad de la noche ¡tirotearon su morada para amedrentarlo! y y que no hiciera
el bien entre su pueblo...
Época de seres
que amaban y luchaban por su propia sociedad. A las monturas se les acoplaban
los serones y las sillas de montar, ya que la noche era cómplice para poder acarrear
enseres del contrabando, como último recurso de que no entrase en sus hogares
el hambre y la enfermedad… Y nunca estaban satisfechos, ya que las proles se aglutinan
alrededor de las mesas de madera de chaparros, y los días eran muy cortos y las
noches … eternas . Quizá la espera de aquellos que tardaban en regresar, hasta
días sin aparecer, entre los peligros de la autoridad. Y se desesperaban
sentados alrededor de la lumbre, contemplando las llamas y ese humo blanco que
se elevaba hacia las estrellas y su cielo azul.
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Córdoba. Andalucia. |
Días de penurias y hambruna, donde lo único que se arrimaba a las ascuas del fuego eran perolas de papas o batatas del tiempo, Y sueños, muchos sueños, y lágrimas que veíamos como surcaban los canalillos que brotaban de sus ojos y recorrían desde su salida, pasando por rostros curtidos por el sol de nuestra Andalucía... Mientras, sus mentes, orgullosas y nobles, quizás desesperados de ver y tener que aceptar el hambre y la injusticia que azotaba a sus crías y a la sociedad en la que vivíamos.
Cuando el ser
humano es rechazado por el propio hombre, en vano nos puede interesar ninguna
religión; ni dioses, que encima, solo nos hablan de castigos y de hambre,
y no del amor del Maestro que dicen que existió, y menos del paraíso que existiese
después de la muerte, cuando la vida… sus vidas… eran infiernos que les tocó
vivir.
Pero a la sazón
siguieron caminando parejas, con mujeres con atrevimiento, curando las heridas
y secando el sudor de sus compañeros, y las lágrimas, con esmero y primor… Hembras
combativas y, a veces, corazones de acero, pero a pesar de sus gestos la sangre
les corría por sus venas … quizá de acero maleable.
Ellas fueron el soporte
real cual silfo de entendimiento. No se podían dormir y estaban arrastradas en
sus quehaceres… alimentando a sus crías lo mismo que a los animales que ellas cuidaban
y atendían, alimentado con piensos de ortigas y sobras que era lo que tenían. Y
ellos no se ocultaban ni de noche ni de día, por los campos y cañadas ya que la
vida los castigaba por no haber nacido con cuna; y con la nada por bandera y el
llanto por patria, y la miseria por guía.
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Bilbao. Bizkaia. Euskadi |
Gritos y susurros... Lamentos sin prudencia brotaban de sus labios, sin ningún requiebro de mendigo ya que en juego estaba su propia libertad y ocultaban entre suspiros y miradas altivas lo malo que podía brotar de sus adentros, mientras sus explotadores se blandían en abrazos y sonrisas… bailes y suculentas comidas, con sus ropajes de clase y perfumados sus cuerpos.
Y entre el silencio…
quizás el odio y la desesperación. El hambre era silenciada ,en secreto por
esos corazones que nos amaban… Y con las advertencias de rigor: "¡No os
acerquéis a las Giras de personas (señoritos) que pasan el día en el río
de la Miel con sus familias! ¡Ni pidáis nada que nos deshonran!"
-¡No se os ocurra
acercaros a esas fiestas para que os den las sobras de la comida! ¡Que no me
entere yo que lo habéis hecho! -nos decían nuestros mayores.
¡Ellos no necesitaban
mendigar! ¡Ni a nadie a quien confesar sus miserias! Ya que la insolencia, y la
falta de amor, y el dolor lo escondían entre sus lágrimas y la oquedad de sus
instintos, siempre al acecho para que nunca vieran la profundidad del daño que
sus almas sufrían en su soledad.
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El Cobre. Algeciras. Andalucía |
Poblaron cuerpos, trenes y barcos de vapor; desaparecieron de su nacimiento… buscando ese nuevo nacimiento que algunos lograron con mucho sufrimiento, mientras a otros solo la muerte les acompañó hasta su destierro, y ¡sin compasión! por los violentos represores. Los que explotaron sus cuerpos, y llenaron sus mentes de dioses dañinos y profetas que los abandonaron después de descuartizar sus mentes con la muerte en sus corazones, y el infierno penetrando en sus mentes. Donde la luz eterna dejó de existir y su oscuridad se posó en sus hombres, cerrando el círculo vicioso por el que camina hoy el ser humano, sediento de riquezas y despreciando el amor y los sueños por un puñado de brezo… o la punta de una lanza que nos ensarta por el poder de los que lo tienen todo y, ni la nada nos darán, por la necesidad que ellos tienen de explotar a los seres humanos dentro de su desgracia.
02.09.20
Antonio Molina Medina
04.07.21