UN RECORRIDO POR LA NATURALEZA EN EL COBRE.


Mañana apacible y serena, Paco se despereza después de una noche cálida obligado a dormir encima de la cama sin poder taparse, soñando con hadas y duendes que con brío le fustigan a levantarse de un salto de la cama. Los gallos retumban al aire con avidez y soltura a través de la ventana, imponiéndose para dominar el gallinero, donde unos son intrusos para otros, que tratan de hacerse con la gallera con pericia y avidez forzuda.

        Se viste con celeridad y apremio, arreglando su cuarto, dejando la cama bien hecha para bajar a tomar el desayuno. Sale de la casa y se dirige al huerto para coger unas naranjas y un limón, que brillan con el sol que se ha levantado antes que él y ya su luz deslumbra y resplandece sobre los frutos que arrancó de sus ramas para ponerse un zumo mañanero, antes de consumir una rebanada de la hogaza de pan moreno de la panadería que Baltasar posee en El Cobre y que una de sus hijas ha depositado en la verja de la entrada de la finca.

        Con el estómago repuesto, sale por la angarilla del patio a solazarse de una mañana espléndida y calurosa. La bruma está ubicada en la Bahía. El Peñón de Gibraltar se vislumbra introduciendo su cuerpo en ella.

        — La niebla tiende a desaparecer a lo largo de la mañana —me indica Juan, que en ese instante aparece por la angarilla para decir:

        — Paquillo, ¿te vienes conmigo a la sierra? Tengo que buscar una vaca preñada que le toca ya parir y me han dicho que está por las Cabezuelas, y tengo miedo que se pase a lo de los militares y me la maten en las pruebas de tiro que realizan en la sierra.

        — Pero Juan, ¿cómo vamos a ir los dos en un caballo? —le responde Paquito.
       
— No te preocupes hombre, que ya tengo ensillado el de mi Juanito para que lo lleves tú. Aunque te advierto que vamos a estar unas horas por la sierra y luego, prepárate con las agujetas, que tú no estás acostumbrado a estos trotes.

        — ¡No te preocupes, ‘sarna con gusto no pica’! —le contesta.

        Le ayuda a montar en el corcel de Juanillo acoplándose en la silla y cogiendo las riendas con las manos. Dándole un ligero rozo con las botas, suavemente,  Paquito sale detrás de Juan en busca de aventuras por la sierra.

        Con paso lento, sin ninguna bulla, eligieron subir por la ladera bordeando Majal Alto, siguiendo la senda en dirección al huerto Los Mellizos, donde nació Juan y sus hermanos, en el cortijo Matapuercos.

        De improviso, como una aparición, sale de entre unos chaparros la figura de un jinete, que a los dos les sorprende.

        — ¡Eh! ¿Qué ‘paza’ hombre…?
        A lo que Juan le responde:
        — ¡Coño, que nos has ‘asustao’! Tú tenías que ser…
        — ¡Quién si no, cojones! —les contesta.
Figura espléndida y espigada que sujetando las riendas de su alazán les contemplaba, ya les seguía los pasos hacía tiempo, agazapado entre los chaparros… el amigo Baltasar. Salió de sopetón. Como en sus buenos tiempos. Buen conocedor del terreno que él domina. Con una ligera sonrisa, frunciendo el ceño, les dice:
— ¿Qué ‘paza illos’?
— ‘Na’ —le dice Juan—. Que vamos a ver si doy con una vaquilla que tengo ‘preñá’, no vaya a meterse en el campo de tiro y me la maten.
— ¿Qué ‘paza’ Paquillo? ¿Cómo tú por aquí? ¡Cómo te gusta esto puñetero! Ya ves Juan, trae a los hijos ‘pa’ que disfruten del campo y luego el que disfruta es él.
— ¡Si se ha ‘criao’ aquí, cómo no le va a tirar! —le contesta Juan.

          — ¿Qué haces por aquí Baltasar? —le insinúa Juan.

          — A dar un paseo y disfrutar de las vistas desde estos lugares. Hace una mañana espléndida. El calor de esta noche no me ha dejado dormir y me he levantado temprano. Tú ya me conoces.

          Charlando los dos de sus cosas, trabajo, animales, que es la realidad de todos los días… se giran los tres para contemplar el paisaje que envuelve y atrapa, vislumbrando el Peñón y su Bahía con los primeros rayos de sol que les deslumbra junto a la niebla que ya empieza a disiparse.
De improviso, un rayo de sol cuyo reflejo proviene de algún cristal de una botella que se confunde con la hierba, deslumbra a Paco y le ciega, dando un giro a la brida de su montura.
Baltasar decide acompañarles al paso de los animales un trecho prudencial, camino de la sierra. Después de un rato de charla, Baltasar, golpeando con la correa del bocado al animal, gira su dirección y se encamina cancha abajo y dice:
—Bueno chiquillos, os dejo. Que tengáis ‘cuidao’, que por estos lugares os podéis encontrar con alguna bomba sin explotar por el camino.
Juan y Paquillo siguen su marcha al paso de los animales y, de improviso, el caballo de Paco se detiene y se niega a continuar. Le arrea con los pies, le golpea con la correa y, nada, su cuello se empina, su cabeza se mueve y el animal está encabritado, no quiere moverse. Algo le pasa. Juan gira la montura, se dirige hacia ellos y se da cuenta de lo que pasa y le dice nervioso a Paco:

            — ¡Niño, no te muevas!
— ¿Qué pasa? —le dice Paco.

           — ¿No te has ‘fijao’ lo que tienes en el camino? —le vuelve a indicar.

Paco, bajando la vista al sendero, se da cuenta que el animal es más listo que él, y unos metros delante de ellos se encuentra un proyectil de mortero sin explotar, que ya había presentido el peligro y por eso se detuvo con firmeza. Juan da un rodeo y coge la brida del caballo de Paquito para desviarle por el barbecho hasta bordear el objeto que alarmó al animal, con buen criterio por su parte. Era una bomba de mortero sin explosionar, con su medio cuerpo fuera de la tierra. 
Llegan al Huerto Los Mellizos, desmontan y lentamente sueltan a los animales para que pasten la hierba fresca que les rodea, mientras Juan le enseña el lugar donde vivió con sus padres y hermanos. Lugar de agua abundante en pozos y humedades que brotan de la tierra. Todavía se conservan árboles frutales junto a las ruinas de lo que fue una casa solariega. Paco observó la mirada triste y ansiosa de Juan, que recorre lentamente los lugares de su juventud y ve cómo se introduce entre unas piedras una serpiente o ‘bicha’, como le llaman los lugareños, cimbreando su cuerpo para desaparecer entre la maltrecha pared del derruido  cortijo.

           — Bueno, ‘illo’, que el tiempo apremia, ¡a lo nuestro! —exclama Juan.

Montando en sus caballos, continúan el duro camino de la sierra. La vereda se estrecha por momentos, los majoletos insertan sus púas a través del pantalón de Paco y le molesta, es difícil mantenerse en la montura, las ramas y las rocas del camino les obligan a desmontar, coger de la brida a las monturas y a caminar por delante de ellas hasta pasar el barranco y su peligro.

Paquito comienza a sentir el dolor en los muslos del culo, el efecto del roce de sus piernas con la silla comienza a hacer efecto, recordando lo que Juan le decía dos horas antes de comenzar dicha aventura.
Juan se detiene en lo alto de la sierra y sujeta la gorra con la mano izquierda y con la otra se la pasa por su frente, para quitarse el sudor que le brota de ella, mientras otea el horizonte buscando la dichosa vaca preñada, y se solaza de las vistas que domina con su mirar.

El espectáculo es hermoso. La niebla ya disipada da paso a la brillante Bahía que se divisa junto a las costas de África. El Peñón de Gibraltar está cosido, pegado… a nuestra España. Recorren con la vista los lugares donde de niños subían para llevar el ganado a pacentar. Se percibe el verde que florece del río de La Miel. A sus espaldas, las Cabezuelas, la sierra de La Luna.

Envueltos en la abrupta naturaleza que brota del terreno que les domina, de improviso le dice con coraje Juan:

—Paquillo, no doy con la dichosa vaca y el tiempo se nos echa encima, vamos a tirar por la izquierda para descender por el Canuto Hondo, por el río de La Miel… a ver si en este trecho la veo.

En silencio gozan de algún conejo de monte que corretea al verles. El buitre Leonardo ya está pendiente de ellos, merodeando en círculo sobre sus cabezas, oteando todo lo que se mueve en la vegetación. Algún que otro gavilán se posa en los madroños, buscando algún ratón que llevarse al pico. La libertad es total en lo que la vista les alcanza, de lo que ven y dejan al paso de sus cabalgaduras. Los lugares por donde transitan y la seguridad que dan los animales que montan les permiten otear todo lo que sus ojos pueden abarcar. A la derecha, en una hondonada, se encuentra una casa inmersa en el terreno donde aún viven gentes solitarias a las que el progreso no les ha llegado o no les interesa para su vivir diario. Las cabras se perciben por sus esquilas y los cerdos merodean por los verdes pastos que se mantienen gracias al agua de las fuentes. Despreocupados, descienden mansamente por la ladera hasta enlazar con la vereda que transita por el río.
  
Rodeados de quejigos, por una vereda estrecha y envueltos de avellanillos, helechos, brezo y el débil ojaranzo…  Dan de beber a los animales en la poza de La Chorrera, aprovechando el momento para estirar las piernas y sentarse a contemplar el líquido imperioso que brota de la cascada. La hiedra con su sabia poderosa observando como, poco a poco, se enrosca en los quejigos, ocultando su masa forestal. La zarzaparrilla se abre camino entre la maleza para enroscarse y asegurar su supervivencia.
— Qué te ‘paece’ el lugar… —dice Juan.

Su mente está inmersa en el pasado, en la edad de oro, introduciéndose en sus primeros años de vida, sumergiendo su menudo cuerpo en las limpias aguas del río. Paquillo, sonriendo, le mira y se cruzan sus miradas, por su sonrisa denota que sus pensamientos son intuidos por él. Ya no cruzaron palabra alguna.
Se dirigieron lentamente a las monturas para continuar el viaje emprendido.


El Molino del Águila les compla como viejo guardián del pasado, cercado de árboles frutales que aún conserva: membrillos, granados, perales, higueras y chumberas… Las fuentes de agua clara fluyen por el camino, buscando donde depositar sus aguas para descargarlas. Surcan por su estrecha vera, brotando las voces del molinero que, como un alma en pena, les acompaña. La fuente del Águila les saluda, como otras que con su pequeño chorrito de agua fresca se deslizan hasta el río. Siguen al paso de sus cabalgaduras para cruzar el puente que atraviesa el río, hoy ya con su quitamiedos y bien acondicionado gracias al molinero. El Escalona, molino que brioso y juvenil sigue triturando la harina aprovechando sus aguas para el consumo del pan moreno que los vecinos, por tradición, no dejan de consumir, por los siglos de los siglos. Como todas las tradiciones, en estos lugares se conserva y se defiende. El pan moreno que tantas vidas en un tiempo ellos salvaron…

           Dejan el Molino de Escalona y el camino se convierte en carretera empedrada y cómoda para las cabalgaduras, introduciéndose en la espesura, rodeados de alcornoques, chaparros, quejidos, helechos, hojarascas, acebuches que, aunque ya repetidos, no por ello dejan de sorprendernos y gozar de su compaña, mientras unas cabras transitan y otras tumbadas placidamente nos contemplan, girando la cabeza unas y otras, dejan de cortar la hierba mientras rumian a mandíbula batiente contemplándolos a su paso. Las mariposas revolotean por el lugar con los pájaros que se cruzan en su camino…
Entonces, Juan le alerta de lo que van a ver.
— ¿Te acuerdas de la fábrica de la luz, niño? Está ahí abajo, junto al borde del río.

           — ¡Sí! ¿Cómo no me voy a acordar? —le responde Paco— ¡Con los días que me pasado con mi tía María y mi tío Juan cuando era el responsable de la central hidroeléctrica de la Sevillana…! Y te voy a decir más, cuando me casé estuve una noche durmiendo en la casa. ¡Recuerdo que el colchón estaba relleno de farfolla! —las hojas de las mazorcas de maíz—.
Siguen por la carretera serpenteada y sigue su empedrado. Dicha carretera se hizo con el sudor y sangre de los republicanos, y muchos de ellos dejaron la vida en su construcción, siendo enterrados en cualquier lugar… a nadie le importaba su muerte.

Se dan de cara con el palacete de La Marquesa, abandonado y deteriorado. Hubo un tiempo que la vida recorría sus aposentos: habitaciones individuales, un teléfono del que aún quedan vestigios de su instalación, un enorme porche con capacidad para los carros y una habitación donde un día estuvo la escuela de El Cobre. También su terreno con sus huertas, donde los trabajadores de El Cobre dejaron la sangre y su sudor para llevar a sus casa algo con que llenar los estómagos.

Ambos jinetes se cuelan por el camino del palacete de la Marquesa, que separa sus fincas, para salir al puente que se mantiene firme y seguro a través del tiempo.

Bordean la finca de El Tunar, donde aún sus pinos piñoneros se perpetúan en el tiempo. Lentamente, al paso de sus cabalgaduras, cansados y sin haber encontrado la dichosa vaca, bordean la finca cruzando los residuos del agua que forma el arroyo de la fuente de El Chorro y contemplan la finca de Chorrosquina y ‘lo de Alfonso Domínguez’, mirando con cariño lo que queda de ellas. Luego suben por la carretera y pisan la antigua era, donde sus mayores, ya desaparecidos pero no olvidados, con su sudor y esfuerzo sacaban la mies dorada de sus campos, mientras los niños gozaban con sus juegos al atardecer, después de la dura tarea realizada. Contemplando y zambulléndose en el montón de trigo o cebada, sintiendo como sus granos les acariciaban sus cuerpos, trasmitiéndoles sensaciones inenarrables, imposibles de describir si no has compartido su experiencia recolectando la mies obtenida en los largos días del verano, en los largos días de la trilla.

Descienden de las cabalgaduras y, con la brida amarrada a la cerca, aflojan la cincha a las monturas para despojar los arreos de los caballos. Se les quita el sudor y  mientras se limpian y adecentan se les atiende con comida y agua. Se alejan hacia el interior de la casa sintiendo los resoplidos de los potros apartando la paja, buscando ávidamente el grano que se mezcla con ella, mientras sus colas mecen con fuerza para quitarse las pesadas moscas que les incordian.
Paco estuvo unos días con dolores en los muslos y le costaba andar. Pero mereció la pena. Guardaría la experiencia mientras viviese.
Juan ya está ausente entre nosotros, un rayo fundió su corazón llevando una vara entre las manos, acompañando a las vacas por la vereda. ‘El chorro’ le contemplaba en su despedida. Recordarle es darle nueva vida. Es mantener su recuerdo. Su memoria. Una vez más, los parajes, los lugareños y sus rincones tan emblemáticos de tierra nueva aparecen en las laderas de El Cobre y su Río de La Miel.
Amo a mi tierra. Siento su ligazón, la de sus gentes y su hábitat sigue inmerso en todas mis emociones. De vez en cuando me deslizo por los lugares que tanto amo, que me dan vida y, mantengo vivos en mi corazón, aunque me cuesta más de una lágrima.


TROCO VIEJO

Él era un tronco viejo.
Era un incomprendido.
Era el árbol que quiso ser,
tronco fornido, lleno de verdes ramas,
tallos jugosos, hojas briosas
donde se posan las ilusiones, los compromisos.

Pero las hojas fenecen en el otoño
se deslizan de él muy suavemente,
el tiempo las empuja, no las sostiene.
Se posan en la tierra a la que pertenecen.

Árbol brioso, cansado y tierno.
Incomprendido y desterrado
de todo aquello que le ilumine,
que le dio vida y la inmortalidad que quería.

Viejo Roble. Encina erguida. Chaparro brioso
que dabas corcho en tu vivir.
Cruje tu cuerpo.
Suda tu alma. Sombra en el río.
Se recoge tu imagen en tu vivir.
Recuerdo vivo con tu imagen de seres vivos
que compartieron vuestro existir.
Antonio M. Medina




PRESENTACIÓN DE POESÍA EN SU TINTA: "HOJASENLATA"

El lunes 27 de febrero a las 19.30 h. tuvo lugar la presentación de Poesía en su tinta."Hojasenlata" en el contexto de Vialia, estación Indalecio Prieto de Abando, Bilbao.


La periodista y locutora de radio Llodio, Iratxe Estrada fue quien presentó el acto y tras su intervención los autores: Daniela Bartolomé y Antonio Molina acompañados magistralmente por la guitarra de José Sánchez, desgranaron un breve recital.
En el espacio no solo había ejemplares de la susodicha "lata poética" también se exponían nuevos proyectos poéticos y la obra completa de Antonio y Daniela que hasta el momento conlleva los siguientes títulos:
  1. Tándem del año 2009
  2. Gobada del año 2010
  3. Lucía, la estrella del año 2011
  4. Poesía en su tinta: "Hojaenlata" del año 2011

Un nutrido grupo de personas acompañaron el acto tras el que luego hubo un "pikoteo" amigable y enriquecedor donde cada quién expresó lo que le parecía este nuevo proyecto poético. De estos comentarios se desprende sobre todo, la sopresa, la originalidad, y la creatividad por citar algunos.
Entre los asistentes se encontraban escritores, poetas, maestros /as, fotógrafos, actrices, escultores, abogados, ilustradoras, directivos, profesoras y sobre todo amigas y amigos que tuvieron a bien acompañar esa tarde especial, llegaron de muy diversos sitios de nuestra geografía: Durango, Orduña, Basauri, Bilbao, Llodio, Amurrio, Arrigorriaga.
A todas y todos ¡GRACIAS! HA SIDO UNA GRAN ILUSIÓN VUESTRA COMPAÑÍA Y APOYO.
Una breve muestra fotográfica de momentos vividos ese lunes.