ESPERANZA

Azuzado por el viento
me resguardo de la brisa,
del murmullo de las olas,
de la rosa de los tiempos.


Buscando con quien compartir
lo jugoso de los sueños.
La arena me rodeaba,
divisé su figura y brotó su recuerdo.


Qué difícil es vivir estando muerto,
¡sí!, muerto por dentro,
se refleja en las caras
de la gente que tropiezo.
Somos los muertos vivientes.
Vivos pero sin sentimientos.


Hoy encontrar un amigo
que te comprenda y comprendas
en tu interior, en tu adentro,
es hallar un gran tesoro
que sólo puedes descubrir
si te entregas sin complejos.


La desnudez que le muestras,
si la persona lo entiende,
es la riqueza más preciosa
que el ser vivo se merece.


 La confianza se ve, se siente
y se percibe sólo con mirar sus ojos,
su sonrisa, la que brota de su cara,
de su alma; se siente uno seguro.


La amistad que transmite
suple todas las carencias,
te ayuda a convivir, a seguir cual peregrino,
sabiendo que un corazón
te ha dejado un hueco dentro.


La fortuna le sonríe sólo al que se aventura
a buscar en los mortales
la vida que ellos desprenden; 
aunque sea en una esquina,
en el trajín de la rutina,
en el trabajo diario,
encontrarás sin buscarlo
la fortuna de una amiga
que te comprenda y te guíe.


 Los caminos y vericuetos
debemos de sortear.
La fortuna no hay que buscarla,
ella a ti te encontrará
en el transcurrir del tiempo.
Antonio M. Medina

UN HOMBRE DEL COBRE 2ª EDICIÓN-REFORMADA

Cárceles y oficios


En otro pasaje de su vida, después del tiempo que transcurrió en la cárcel, Baltasar contaba que estando en la cárcel se hizo barbero, entre otros oficios. Según me explicó Luisa, estuvo en la cárcel de Toledo y luego terminó en Soria, lo que he podido corroborar por la aportación de sus hijos y otras personas que le conocieron.


¡Incluso dentro de la cárcel supo buscarse la vida!—señala Luisa—. ¡Cómo no! Hacía espuertas, escobas; en fin, hacía de todo. ¡Hasta llegó a ser barbero!, porque su tío Juan sabía y su abuelo también, todo lo que aprendió se lo enseñaron ellos. Él era capaz de valerse por sí mismo, ¡era un tío que le metía mano a ‘to’! —afirma Luisa—, ¡a ‘to’! —repite—. Era muy buena persona, tenía siete años menos que yo pero sabía buscarse la vida donde fuese. Era un hombre con agallas —me recalca Luisa, noble como los animales que domaba y de un gran corazón.

—El guardia civil que lo detuvo—. —Una mañana, Baltasar se presentó en la Venta de los Pastores. Una de las más antiguas, de las que están en la carretera dirección Cádiz, en el cruce de la carretera con dirección a Getares y el Faro de Punta Carnero.

Él, al salir libre, no se olvidó del guardia civil que lo detuvo. Se había informado bien de los pasos que daba este individuo y él ya sabía que esa venta solía frecuentarla para tomarse una consumición dicho personaje. Estando esperando en los alrededores de la venta, por fin le ve ‘de’ aparecer. Esperó a que entrara a la venta, entró él detrás y sigilosamente se acercó al otro lado del mostrador. Baltasar había esperado este momento y su cara resplandecía obviamente de placer. Miró todo serio al posadero y le dijo, con una potente voz: ¡Póngale usted una copa a ese hombre!

El posadero se acercó a la otra punta del mostrador y le puso la copa de lo que estaba tomando. Y le dijo: Esta usted invitado.

El guardia le dijo: ¡No gracias! No quería la copa porque conoció al momento a la persona que le invitaba; sabía quién era y cómo se las gastaba.

Lentamente, Baltasar se acercó a su lado y le dijo: ¡Tú, te tomas esa copa ahora mismo y luego sales de aquí! ¡Y que no te vea yo más por este lugar!

Según contó el posadero, salió el guardia civil con la cabeza agachada después de beberse la copa que le había regalado Baltasar y que ya, después de esto, no lo vio más por el lugar.
  
“Tengo la costumbre de arreglar mi vida, no
    como la sociedad dispone,
sino como yo quiero”.
Ángel Ganivet.
 
A los pocos días, pasó por allí su primo Juan Medina y el posadero le preguntó: Juan, ¿conoces tú a un tío que viste camisa a cuadros, con zahonas y botas camperas, montado en un caballo tordo? Que, ¡por cierto!, vaya cojones que tiene el tío, ¡como el caballo que montaba!

Seguidamente le dio la descripción del mismo. Es por si tú lo conoces —le dijo—bueno yo no sé quién es —le repite el posadero—. Y le relató lo ocurrido: Este hombre llegó y, después de que dejó amarrado su caballo al palo del sombrajo, se metió en la venta después que entró el guardia civil… y le contó todo lo que había pasado.

Juan le dijo: ¿De qué color era el caballo? Y el posadero le dio los detalles del animal. Luego le pidió que describiese al jinete y este hombre lo hizo con pelos y señales. A Juan le brotó una franca y grata sonrisa. Al momento supo quién era el tal personaje. ¡Cómo no!, se conocían tan bien los dos... Cómo para no conocerse, si convivieron juntos desde muy niños, compartieron la  misma casa y los mismos padres.
 

—Después del tiempo que pasó en la cárcel, cuando hablábamos de ese tiempo que él pasó privado de libertad, Baltasar, me contaba tantas cosas, que los recuerdos se amontonan y quieren salir todos a galope, como si de un caballo desbocado se tratase, y estuviese montado en él, agarrado a la crin de su cuello.

En mi faceta de barbero, me tenían prohibido que me acercarse a los presos de ETA. Pero —como él bien me decía— estos eran otros presos, los producidos por el franquismo; gentes que lucharon como tantos otros por conseguir la tan ansiada libertad y democracia para España. ¡Chiquillo!, la curiosidad me hacía acercarme a esta gente, ¡no lo podía evitar, era mas fuerte que yo!—me confesaba. ¡Bueno era Baltasar para prohibiciones!, eso no iba con él.

Tenía prohibido ‘de’ cortar el pelo a esta gente. Me decían los jefes de la cárcel: ¡Que no se te ocurra acercarte a esta gente!, con esa voz amenazante que tenían. Pero yo no les hacía caso y conseguí cortarles el pelo también a ellos —afirma orgulloso Baltasar—. ¡Cómo no! Y mientras les cortaba el pelo, aprovechaba y les preguntaba cosas de sus vidas, por qué estaban allí y sus ideas políticas. Ellos me hablaban de su tierra y sus conflictos y los motivos por los que luchaban. Y la conclusión que yo sacaba no fue mala —me decía—, que para mí, eran buena gente. ¡Esos no tenían nada que ver con la ETA de esta generación actual!
 

—Su hijo Pepe me cuenta—: Mira Antonio, por esta casa pasaron muchos de ellos, fueron muchos los que le visitaron con el paso del tiempo y de los años. Estuvieron aquí, en la casa de El Cobre. A rendirle el tributo de su amistad. Se acordaron de él siempre, según le decían estos hombres a mi padre cuando lo visitaban.
 

—Esto me da que pensar que donde él estaba, dejaba amigos que le querían y le recordaban. Y creo que fue por el amor, la generosidad, desprendimiento, gallardía, dureza y firmeza en sus convicciones que siempre supo dar a todos los que le conocimos. Y pienso que su recuerdo estará siempre entre nosotros. (Como un buen jamón de pata negra: caro, pero merece la pena el dinero que se paga por él).

Según me cuentan mis mayores, le pusieron una multa muy grande o la cárcel. Y, con la experiencia de la vida que él tenia, ya había puesto todos sus bienes a nombre de su mujer. Así no le pudieron quitar nada, era demasiado inteligente para dejarse sorprender. Y por no pagar la multa, tuvo que pagar con un tiempo de cárcel.
 
“Otras cualidades del contrabandista también fueron: Carácter extraño y singular, por cierto es el que le distingue. Valiente y cobarde a un tiempo, religioso e impío a la par, ya socorre al infeliz que encuentra desvalido y sin apoyo, ya roba sin escrúpulos cuando puede si se le presenta una buena ocasión. Sí, su oficio, como todos saben, es defraudar la Hacienda pública, en cambio no hay quien pague con mayor puntualidad los impuestos (que no sean derechos de aduanas). El Contrabandista es además buen padre, y afecta por lo común ser buen marido al lado de su esposa”.
  Aportación de la “Revista de Estudios ALMORAIMA” de Algeciras.


Difícil infancia
 
—Según me cuenta Luisa. Baltasar era una persona que te atraía. Era un hombre que ilusionaba a los jóvenes de aquella época, que correteábamos por las laderas de El Cobre y que queríamos seguir sus pasos.

Durante el tiempo que pasó en la cárcel, en el verano, con mi regreso del exilio a ese hermoso lugar, estuve pendiente todas las veces que pasé por su puerta, de hierro grande para los ojos de un niño. Siempre con la miraba fija, esperando que algún día apareciera por ella.

Baltasar tuvo un hijo estando en la cárcel. Luisa me dice y que cuando entró en prisión, su mujer, Antonia, estaba embarazada de Javier, le parece, “la primera fue Manolo”, asegura Luisa mezcla la conversación y me lleva a otro terreno.

Consulto con su señora Antonia y me da la respuesta que necesito. Me confirma que estaba embarazada de Javier. —Baltasar nació…—explica recordando la fecha—, yo soy del año 20 y Baltasar tiene el tiempo de mi sobrina Ana, la de mi hermano Juan, nacieron meses arriba, meses abajo. Mi sobrina Anita es de Enero y tiene siete años menos que yo, es de 1.927. Luego tenía setenta y dos años cumplidos en Enero de 1.929 Así que Baltasar nació, creo, en agosto del año 1.926.

De la misma forma, la familia me dice, que Baltasar nació el 21 de agosto de 1.926; con lo cual la memoria de Luisa no iba mal encaminada. Quiero señalar que estamos hablando de una mujer de la época con muy poca cultura y con 80 años en sus espaldas. Emigrante por necesidad, fuera de su entorno familiar. Pero que a pesar de todo conserva una excelente memoria y un gran amor a su tierra que supo transmitir a éste que osa escribir estos relatos, su hijo.

—Luisa me sigue hablando de las penalidades que este niño pasó.

Baltasar, desde muy pequeñito, pasó de todo. ¡Hasta estuvo pidiendo!—exclama—. ¡Lo que este niño pasó…! Y no pasó más gracias a que su tío Juan lo recogió de chiquitín y desde entonces lo tuvo como si fuese suyo y lo trató como un hijo más.

De este personaje, yo también tengo esa hermosa experiencia, este gran hombre que fue más conocido por ‘Juanito Forraje’ —me sigue contando Luisa—. ¡Pero ese niño robaba donde fuera, porque no tenia, ni ‘pa’ comer!—repite varias veces Luisa refiriéndose de nuevo a Baltasar—. Era una época muy dura para todos, no había para comer, ‘pa’ nadie; el robo estaba justificado —me insinúa Luisa ¡Unos tiraban las sobras. Y, otros se morían de hambre!

Sandias; productos que se siguen cultivando en las fincas de Chorrosquina


A su tío Juan lo poco que tenía se lo daba su padre, Francisco Medina, que vivía en Majaralto por esa época. Les daba trigo para moler y así salían como podían adelante, pues era sólo pan lo que podían comer.

Su tío Juan tuvo una cuadrilla de hijos —según me cuenta su hermana Luisa—, doce hijos. Se le murió Luisa con tres años, luego han ido desapareciendo de este mundo otros, Manolo, Pepe y Mari Luz; y se le murió otro con tres días, que era sietemesino y tenía seis dedos.

Me acuerdo que cuando murió, mi hermano Juan lloró muchísimo, como un chiquillo, por este hijo —confiesa Luisa— y sabiendo él que los médicos le dijeron que no tenía nada en el cuerpo para poder vivir, no se le podía salvar de ninguna forma. En aquella época y con todo esto, sin comida, ni donde buscarla… Por todo ello, lo pasaron muy mal, ¡muy mal! —repite Luisa.


Una de las veces que llegué yo a la casa, encontré a mi hermano muy enfadado y me dijo que Baltasar había hecho una de las suyas, como cualquier joven de su edad. Mi hermano Juan le castigó por tal hecho. Él trataba de que se corrigiese con rigor. —Este relato de Luisa ya me lo contó el mismo Juan personalmente en los años tan intensos y agradables que me tocó compartir con él en esa finca de Corrosquina. Y me explicó que le dijo:

Mira Baltasar, esto que has hecho es muy gordo, y por ello te tengo que castigar. Vas a segar un trozo de la finca que está por debajo del huerto de Colete; tú solo, ¡para que aprendas a ser un hombre! —Él cogió el hocino y se marchó cabreado donde su tío le había mandado y se metió con la finca de trigo. Cuando hubo terminado de segar, se fue donde su tío Juan y le dijo—: Tito, ¡ya está la finca entera segada! Tito, si usted quiere... ¡Mándeme más trabajo!

—Su tío Juan, estaba decepcionado no salía de su asombro por la forma en que lo desarmaba. Ni con los castigos de este tipo podían con el niño, pues, ¡no había hecho lo que le mandó, sino, mucho más! ¡Le había segado toda la finca!.
 

Éste era el joven Baltasar —Me contaba Juan—. Cuando fue niño, por muchos castigos que yo le pusiera, él se los aumentaba; de esta forma, a mí me desarmaba, los castigos le animaban más, como si le gustase que yo le castigara —aseguraba.

Era un hombre de verdad, a pesar de lo niño que era. Dejó de ser niño desde muy corta edad, —repite—. Las circunstancias de la vida le enseñaron a ser hombre antes de tiempo. No supo lo que es ser niño. La vida no se lo permitió y, por eso, cuando fue mayor era tan duro, como así fue su formación.


El contrabando
 

—Después se fue a vivir a El Cobre, en la casa que está al final de la calle Curro Muelas. Es una casa que hace esquina, te tropiezas con ella, donde un camino coge la dirección del río de La Miel y la antigua Calera y otro camino se dirige a donde viven los Medinas Trola, Eugenio y los Pérez, el puentecillo para cruzar el río y la finca antigua de la marquesa. Tenía una puerta de hierro y a su izquierda, estaba la ‘huerta de la marquesa’, antes ‘huerta de los ingleses’.

Baltasar compró esta casa y sus comienzos fueron con ganado y hortalizas. Fue por aquella época donde tanta hambre había por la comarca... Cada uno se buscaba la vida como podía, había que subsistir. ¡Yo he visto hombres como castillos, seres muy humanos y amantes de sus gentes, tristes y desolados por no tener ni un trozo de pan para sus hijos! ¡Ni medios para conseguirlos! No les quedaba más que una opción para mitigar el hambre y la miseria, era usar el medio que todos los de esa generación tenían, y que yo creo, todos practicaban, el contrabando.

¿Quién no ha llevado la taleguilla con tabaco de un lado para otro de todos a los que nos tocó convivir en esos años difíciles, con esos parajes tan hermosos y llenos de vida, con esas laderas surcadas por el río de la Miel, al margen de los censores morales del pueblo? Incluso nosotros, los niños, lo hacíamos muy gustosamente para ayudar a nuestros mayores.

Cuantas veces me decían: —“¡Antoñillo! lleva esta taleguilla a tu primo Antonio Cabrera por el río arriba, pero procura que no te vea nadie. Y si ves a los civiles, ¡la tiras donde puedas! ¡Que no te pillen con ella!” Ellos se creían que no sabíamos lo que llevábamos en su interior. Cuántas veces abría yo la taleguilla de tela sólo para ver lo que contenía y me encontraba con los famosos cuarterones de tabaco picado, azúcar, café y manteca de Gibraltar.
 

Pero no se daban cuenta de que el mero hecho de que confiasen en nosotros era un orgullo para la gente menuda, poder colaborar con ellos… Nos estaban haciendo hombres para el mañana. Dándonos la posibilidad de conocer y diferenciar el bien del mal, con criterios para poder escoger nuestros destinos, y de valorar al hombre libre, por el conocimiento tan personal de esa época que nos tocó de vivir.
 

A raíz de meterse en el contrabando, como todos los de su generación, pusieron precio a su cabeza por culpa de un soplo y fue muy buscado por la Guardia Civil. Por eso, se tiró al monte. No antes de establecer de inmediato una conexión con su gente, para así no perder el contacto con los suyos en ningún momento. Él venía a casa cuando quería o le apetecía. La gente le veía pero nunca le traicionaron. Era una persona muy estimada por su pueblo.
  

Hubo un tiempo en el que la sierra era su casa y tuvo por techo las estrellas. ¡Tiempo les costó poder cogerlo! Si lo hicieron, fue por un soplo, ¡qué si no, no lo hubiesen cogido nunca!, según me contaba .el propio Baltasar  Bajaba de la sierra para estar con los suyos siempre que quería y luego se marchaba cuando quería. ¡A pesar de que la Guardia Civil trataba de hurgar en las gentes del entorno para que lo delataran!

¡Cuántas historias se contaron de él por aquella época! Pero cosa curioso, ninguna mala, por lo menos para nuestras mentes menudas. Siempre estábamos atentos a todo lo que nos rodeaba y pendientes de las personas que convivían con nosotros, que eran las que, sin darse cuenta, nos informaban de sus idas y venidas por esos montes. Llegando a escaparse muchas veces de la persecución y de los tiros de la Guardia Civil.

Sus tíos Pepa Granado y Antonio Medina, de Pajarete, una familia que vivía en la primera finca de Cañada de Los Tomates, a la derecha del camino (hoy ya carretera estrecha y con demasiado tráfico para sus pobladores), me contaron:

Se presentó una mañana temprano y se metió en la cocina —dice la señora Pepa—. Apareció su figura en la puerta de la cocina y ¡me sobresaltó!, yo no me lo esperaba; más sabiendo que lo estaban buscando. Y él me dijo, muy tranquilo: Tita, por favor, ¿me pone usted un ‘cafelito’? Y yo, asustada al verlo aparecer, le dije: Pero chiquillo, ¿no tienes miedo? ¡Mira que te están buscando los civiles! ¿Tú sabes que te han denunciado y que, por ello, te están buscando? Y él me contestó: No te preocupes tita, yo sé cuidarme de mí mismo.

Pero a pesar de las precauciones que siempre tomaba, y la gente que le avisaba, esta vez casi le pillan. De improviso, se presentó la pareja de la Guardia Civil en la ‘angarilla’ de la casa y, sin casi darle tiempo a reaccionar, al ver tan confusa su situación, dio un brinco por la ventana de la cocinilla y saltó al huerto, donde tenía preparado su caballo. Él siempre dejaba ensillado su caballo cerca y presto a salir al galope, para escaparse. Cogió por el molino del tío ‘pipas’ y se escabulló; luego, cruzando el río, se les perdió una vez más. Los guardias le persiguieron y —según me contó la tía Pepa—. Le tirotearon los civiles, pues se escucharon tiros que venían del huerto, pero no le tocaron; escapó al galope con su caballo río arriba. Era muy escurridizo, ¡personas que conociese el terreno como él, pocos!
 
Los mayores desaparecían

Finca de Chorroquina. Serían las diez de la noche. El sol está llegando a su ocaso y transpone por los picos de la sierra. Ha empezado a oscurecer, cielo azul, noche estrellada y luna llena. Momento peculiar para darse un paseo por la sierra, respirar el perfume de la naturaleza y poder contemplar con nuestros ojos y mantener en su retina las vistas y el esplendor de esta hermosa Bahía.

En el patio de la finca del tío Juan hay un movimiento no acostumbrado. Ruido de caballos, sus cascos golpean con sus herraduras las losas del patio. Les sale el vaho de sus fosas nasales por su continuo resoplar. Su relinchar es de nerviosismo, los animales están inquietos. Los niños nos acercamos, curiosidad infantil… siete, quizás ocho años Eran los años de la hambruna, 1.950.

Tres caballos ensillados, con sus jinetes montados en sus cabalgaduras. Mi memoria puede fallar... Uno era Baltasar, podía ser Juan el otro y Paco o quizás Antonio Cabrera. Eran de la casa. Observan nuestra presencia y nos dan un ‘bocinazo’, no estamos en el lugar adecuado.

—Niños, ¿qué hacéis aquí? ¡Marcharos! ¡Venga ¡Rápido!

Preguntas y más preguntas, curiosidad infantil... “¿Dónde vais tan tarde y de noche?”. Sólo el silencio por respuesta. Ni hay respuesta ni salen palabras de sus bocas. Giran con las bridas las cabezas de sus monturas y enfilan en dirección a la angarilla, la puerta de la finca, para desaparecen en la noche estrellada. ¿Cuál era su rumbo a esas horas nocturnas? La curiosidad nos picaba y les seguíamos con la mirada fija veíamos como se perdían en la distancia, por la parte de debajo de la finca. Preguntábamos a nuestros mayores de la casa y sólo obteníamos silencio por respuesta.

Pasan los días, uno… dos… tres, y no se les ve por la casa. Nuestra inquietud va en aumento. Más preguntas que no tienen respuesta, por más que preguntamos. Sólo:

—¡No os preocupéis, niños, que no pasa ‘na’!

Por fin aparecen los tres, pero algo nos pone en guardia y nos hace pensar. Sólo traen dos caballos, falta uno y pensamos que es mejor curiosear que preguntar, con esa edad nadie te hacia caso. Y por fin nos enteramos de qué es lo que hicieron en esa salida. Les pilló la Guardia Civil y los tirotearon por la parte de la costa y, al escapar, llegaron cada uno como pudo a la casa. En la refriega les mataron el caballo que faltaba y, por ello, perdieron la carga que transportaba el animal.

Tiempos difíciles para las familias y los hombres de esa sociedad, que soportaban todo el peso y el peligro, muchas veces con sus vidas. Tenían que sobrevivir y buscarse la vida con lo que tenían para sustentar a sus familias y seres allegados; el hambre y la miseria eran malas consejeras y difícil compañía.
 
En resumidas cuentas, el contrabando no era considerado moralmente malo ¿Qué pecado podía haber en no respetar las aduanas de una administración que robaba al país entero? Ese código valía incluso para la Iglesia, según escribe Inglis: “La religión y el contrabando iban parejos en Sevilla, pues, a las afueras de la ciudad había varios conventos y en especial uno de monjas que sirve como almacén para guardar las mercancías de contrabando, y por supuesto entraban en el reparto de los beneficios que generaba éste”. Otro testimonio más explícito, señalan cómo el convento de la Encarnación, de Arcos de la Frontera, el convento sevillano de la Trinidad o las órdenes mendicantes en la costa, fueron lugares de depósito de mercancías.
 
Revista de estudios Almoraima número 26 2001



 Después del trabajo bien realizado los animales les conducen
                                     al descanso merecido, en la ladera del monte: Chorrosquina
 

Mi recuerdo más personal de Baltasar

Llega el tren a la estación. Salta un niño con su madre. La familia les sale a recibir y se los llevan a Pajarete. Pero al menor descuido, desaparece. Tiene un camino que recorrer, el camino de Chorrosquina. Hay gente que saludar, como Juan, un gran hombre, todo amor y generosidad; pero todavía falta alguien especial... Pregunta obligada: ¿dónde está Baltasar? Su tío le contesta: ¡Eestá podando las palmeras de Manolo con  tu tío Antonio! Ese niño sale disparado como un rayo, sube la cuesta de la finca y le divisa, subido en la escalera, con una pequeña hacha en su mano, ¡está podando las palmeras! Él ve al niño que se acerca y, sin pensárselo, se baja de la escalera y le dice: ¡Picha! ¿qué haces por aquí? ¿Ya has ‘llegao’?

Interrumpí su trabajo para darle un beso a un chaval. Soltarse de la palmera y tenerse que bajar, ¡todo por un niño sin importancia! Se conoce que para él, sí que era de importancia. (Como he podido comprobar por las personas que lo conocieron, los niños eran muy importantes para él.)

Es difícil olvidar a este hombre indulgente, de gran corazón y ser generoso. Ese niño, después de este acto sublime, corría donde su tío Juan con la satisfacción y con el orgullo de haber saludado ¡no a un hombre!, que era ya una leyenda; y no de ficción, que era real como la vida misma. El tiempo así lo ha demostrado, porque lo dio todo por los suyos, hasta los últimos días de su vida.


—Domador fuiste de caballos bravos.
 

Ese niño era yo. ¡Como te estoy  viendo! Mirada noble y corazón generoso. Tus recuerdos me persiguen y me confortan  con la esperanza de que tus vivencias no se aparten jamás de mí, como las de nuestro tío Juan, imposibles de olvidar.

Como dijo el profeta:
“En el cielo está el árbol de la felicidad
  cuya raíz está en mi morada y cuyas ramas
  dan sombra a todos los alcázares del cielo,
  sin que exista morada que no posea alguna
  de sus ramas”.
Mahoma
 

Ése árbol, para mí, eres tú; que con tus raíces ya en el cielo, eres diferente a los demás árboles. Como decía el profeta, tus ramas llegan a cualquier lugar. ¡Cómo no! Una de sus ramas llegó hasta esta tierra de Euskadi, en la cual me encuentro. Y me tocó con el perfume que desprende sus hojas y supe coger el mensaje que se me encomendó. Trataré siempre de serte fiel, con lo único que sé hacer, manteniendo vivos tus recuerdos para los demás. Sacaré en unas simples cuartillas por medio de la escritura, todo lo que pueda sobre tu persona.

Es curioso que ciertas personas hayan sido capaces de ser ese complemento que ha necesitado tu vida. Que te lo den unos seres que no sean precisamente tus allegados directos, como tus padres, que sería lo normal. Pero en mi caso no fue así y tuvieron que ser otras personas las que me embelesaron y atrajeron, llenando de contenido mi vida con su eterna presencia, tanto cuando estaban vivos como cuando se fueron ¡Son hombres que no morirán jamás!
 

Siento ganas de cantar, a pesar de la distancia. Unas veces me siento triste por no poder charlar ya más contigo pero otras me lleno de orgullo por poder recurrir a ti y que estés presente en mis pensamientos. En este momento necesito escribirte, cantarte y soñar contigo; poder recrearme en esos momentos dorados que pasamos juntos en mi adolescencia y, por que no decirlo, hasta que tu cuerpo nos dejó.

Pesebres de los animales en una finca de Chorrosquina


La doma
 

“¡Juanillo! ¡Échale el lazo al caballo!” gritaba Baltasar a su primo Juan Medina El animal, al recibir la extraña sensación del lazo en su cuello, se encabrita, da potentes saltos y, colocando sus patas delanteras mirando al cielo, propina con su potente soplido un gran relincho. Yo diría que eran lamentos que daba el animal al ver pérdida su libertad.

Baltasar se le acercaba despacio, tratándolo con mucho cariño, como si de un niño se tratase. Le acariciaba el cuello y ¡cómo le hablaba!, sólo el animal escuchaba el susurro de su voz. Yo pienso que hurgaba en su cerebro y lo mimaba como si fuese un recién nacido. Tras varios días intentando domar al animal, poco a poco se iban comunicando los dos; vueltas y más vueltas, y vuelta a empezar. El proceso seguía su curso. Esta vez, le echaba una lona por encima del lomo y el animal se desprendía de ella, y  vuelta a empezar. ¡Era todo tenacidad!

Por fin le pudo echar la silla en el lomo y, ante los brincos que el animal daba, todos se apartaban por precaución. Pero él allí estaba, con ese valor que siempre Él siempre miraba a los ojos, tanto a las personas como a sus animales.

Así se fue haciendo con el caballo. U una vuelta más, lo paraba, le acariciaba suavemente y dejaba caer un estribo de hierro sobre su vientre, rozando con ternura la piel del animal. Ante dicho contacto, el semental tiembla de miedo. Vuelve a insistir. Y así una vez y las que hubiesen sido necesarias, hasta que se hacía con el caballo.

Luego llegaba lo más difícil, la monta. Espectáculo servido para niños, jóvenes y mayores; familiares y vecinos; espectáculo gratuito: ¡Baltasar va a montar por primera vez en el animal! El caballo que más se ha instalado en mis recuerdos, entre tantos que tuve la suerte de ver domar, fue uno tordo con unas manchas blancas por el vientre, a Baltasar le costó mucho subirse encima del animal. Pero nada se le resistía.
—¡Pepe!, ¡Juan! ¡Sujetad al animal!

Muchos presenciábamos la doma. Los niños, de lejos,  lo contemplábamos con admiración y curiosidad. Por fin se subía al caballo y los que lo tenían cogido de la cabeza lo dejaban libre, ya con el jinete encima de la silla. El animal, al sentir un peso extraño que nunca estuvo acostumbrado a llevar sobre su hermosa figura, se revela y comienza a dar signos de disconformidad por medio de potentes saltos y relinchos profundos y rasgados


El jinete se resiste a ser derribado. Baltasar no puede refrenar a su caballo, así que, dando un poderoso grito, soltando las riendas y sujetándose de las crines del animal, lo deja de ir. Éste sale como una bala en dirección de El Tunar con el jinete en sus lomos. Nos asustamos de la dirección que coge y, ante nuestro asombro, el animal pega un gran salto y limpiamente pasa por encima de la tapia de El Tunar, a pesar de la pronunciada pendiente que tenía la finca. El caballo la traspasó y se perdió por detrás de la casa. Pasó el tiempo, que fue de angustia para muchos de nosotros, y al poco rato apareció nuestro personaje. Lo mirábamos y podíamos apreciar su figura orgullosa y, a medida que se nos iba acercando, su cara relajada y su sonrisa picarona. ¡Cómo se sentía! Todopoderoso, montado y muy erguido en su hermoso corcel; como si de un rey se tratase. Asombrosamente, el caballo estaba domado. Pero domado sólo para él. Se bajó del animal y le quitó la silla, diciéndoles a los que estaban con él:

—¡Tener ‘cuidao’ con el caballo! Todavía no está preparado para montarlo y sólo me conoce a mí.

Pasó un día, quizás dos. Sus primos Juan y Pepe, que eran pura dinamita, intentaron montarlo pero era imposible hacerlo. No consentía casi ni que se le acercasen, se ponía a temblar y a resoplar…, soltando sus patas traseras con potencia intentando golpear con ellas a los que lo molestaban. Este caballo ya tenía su dueño y señor, ¡el animal bien que lo sabía! Yo diría que el caballo, le tenia miedo, quizás respeto... algo tenía de especial, como todo lo que él solía tocar. Sólo él lo podía montar.

“No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu; piensa, en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, como un eje diamantino, alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir; y sean cuales fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, manténte de tal modo firme y erguido que, al menos, se pueda decir siempre de ti que eres un hombre”.
 
Séneca


Antonio Molina Medina

 CONTINUARA