Su
casita era muy pequeñita, pequeñita.
Sus
habitantes soñaban
chiquito
en su pequeñez
con
su casita al borde de las choperas
llenas
de hojas del maestro de los libros.
A su
sombra se sentían felices y seguros,
protegidos
por los muros de la sabiduría.
Federico
los protegía y,
bajo
su generoso follaje,
reían,
soñaban, amaban
la
divina estela del saber.
Era
el pan de su mesa cada día.
Antonio
Molina Medina