BASI y ORDUÑA


Ella fue mujer con arrojo, su figura apaciguaba las fieras.
Tenía madera de roble, mujer entregada a su corteza.
Cocinando y horneando el pan de cada día entre animales
caseros, lo mismo que unciendo los bueyes. Nunca se la
cayeron los anillos ni dejaba de dar de comer al ganado.
Era como un esbelto junco, que por mucho aire que hubiese
podía hasta con el de la injusticia. Era una mujer de su tierra.
Su cuerpo y su mente nunca temblaban, ni huía de nada
siempre dando la cara con sonrisa sagrada y su risa labriega.
Las gallinas la acorralaban pidiéndole su pitanza de trigo,
avena o maíz ‘hacinado’.
Su compañía era la fuerza que la naturaleza le daba. Nunca
su barco naufragaba. Generosa y fuerza labriega. Seres que
nos espoleaban y a ciegas seguíamos sus pasos, por su
aguerrida y sobria templanza que, enfrascada a los suyos en,
copiosa y tierna morada, dejaba cocer los sueños entre perolas
de ‘papas’, que alcanzaban a todos los que a ella se acercaban.
Su puerta de gruesa madera de dos hojas encajadas.
Era la puerta  de entrada a su cielo que se abría a bocanadas,
en que el consuelo se difundía de sus ojos, y con sus manos
expulsaba el infierno de nuestros cuerpos, ya que ella,
con su aliento, nos arropaba, limpiaba nuestro cuerpo y
dejaba su alma al descubierto. Alma que fluía a través
de su sonrisa, que flotaba siempre en su cara y la trasparentaba con su risa.
Noble corazón que hoy esparce sus aromas a través del
‘boyo’ que expande su helada pureza de la sierra Salvada sobre
la Ciudad que te amparo, aún lejos de las murallas y
sus almenas, pero cercana a la puerta que se abría a sus pasos.
Campesina aguerrida, sencilla, de mente fresca... Sana.
Hoy me enorgullezco de todo lo acaecido a tu lado
amparado de tu sombra, donde tantos, nos cobijamos…
Antonio Molina Medina
08/01/16