¡Cómo pasa el tiempo!

Hasta los ojos de la luna se acurrucan entre las hojas secas de su nido para sortear las inclemencias del clima.
Los años se deslizan por la cuadra, entre animales y en el pajar las alpacas de heno, trigo y alfalfa se acumulan para el duro invierno. Mientras, en la corraleta, los cerdos con sus gruñidos nos hacen sonreír. La aldeana prepara el garfio y la  garrucha para apuntalar la despensa de chorizo y tocino
Las gallinas, cacareando, picotean por detrás del caserío y ya caliente... El horno de leña, plácidamente, mantiene su calor dispuesto a acoger entre sus paredes la masa divina de donde el pan brotara pletórico de olores; algunos ¡pequeños y sabrosos! con su chorizo dentro de sus tripas.


Luce el sol, descampando sus rayos, que nos miran cuajados de sueños.
Cuando el ser humano lo era y los pájaros se posaban en las vigas de la eterna cuadra donde se percibía la redonda piedra donde se afilaba la vieja guadaña.


Desde la cocina las llamas desprenden su calor celeste junto a los calores de sus moradores que nos guiaban, nos acompañaban en la travesía donde la persona nos abrió su puerta, su despensa y cuadra.

La oscuridad se apodera del entorno mientras las gallinas se acoplan en sus varas y, en la corraleta,  se percibe el silencio entre corazones que desprenden cautela y calma.
La vieja puerta de dos medias hojas se cierra y el viejo cerrojo se desliza, añoso, sobra su madera.
Los sueños se filtran por la escalera de madera y las luces desde los viejos cordones, cual serpientes recorren las paredes, detienen su flujo entre las tinieblas, mientras las pisadas entre cepas y rastrojos van marcando mis pasos, envuelto en tañidos de añeja campana cuya Sinovas pedanía, en Castilla me llama.

Antonio Molina Medina

10/11/16