ME ACERQUE A SU ESCUELA Y SOBREVOLÓ SU RECUERDO

 

Escuelas años 1930- Hoy Museo de la ciudad de Orduña- Bizkaia


“Y les decía Mairena a sus alumnos: “Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes”.

“Este afán totalizador y nihilista a la vez, no tenía otro propósito que el de colocar a cada hombre delante de sus responsabilidades, rebelándole la riqueza y la complejidad de su propio ser. “El árbol de la cultura, más o menos frondoso, en cuyas ramas más altas acaso os encaraméis, no tiene más sabia que nuestra sangre, y sus raíces no habéis de hallarlas sino por azar en las aulas de nuestras escuelas, academias, universidades, etcétera.” (Antonio Machado)

 

Ciudad de Orduña-Bizkaia

Don Agustín:

Detrás de una mesa, sentado en su silla, un humilde maestro

nos miraba en silencio mientras estudiábamos la lección del día.

No había murmullos y las moscas sonaban en nuestros oídos…

Quizás el miedo a la regla que posaba en su mesa nos hacía desistir

de hacer cualquier proeza...,

mientras que, en el centro del aula, una estufa quemaba la leña

con la que calmábamos el frío de la nieve la que nos rodeaba.

 

Pero ese maestro. Alto y bien formado, también era humano y

nos comprendía, hasta cuando se casó, nos trajo caramelos,

lo cual lo agradecíamos, ya que era un lujo tener alguna perra gorda

que era el valor que tenía cada uno.

Maestro de corazón muy grande, de sentimientos que hoy

los comprendemos y nos congratulamos de haberlos tenido

en nuestras vidas.

 

Ciudad de Orduña-Bizkaia

-Paquito. Voy a un recado. Ponte aquí a vigilar y si hay mucho alboroto

mientras estoy fuera, apuntas los nombres…

- Le decía a Paquito.

Como gran enamorado de su recién estrenada señora, acudía a verla, y

luego regresaba y nos atendía.

 

-Niño, le decía a uno de sus alumnos. -Dile a tu madre que quiero hablar

con ella; que vaya a mi casa, que la espero.

El niño le repetía a su madre lo que el maestro le decía.

Vino su madre y dijo al niño:

-Me ha dicho tu maestro que si quieres dar unas clases particulares,

que él te atiende.

-Mama y ¿Cuánto te va costar?

-Me ha dicho que “tres pesetas” al mes por una hora diaria, 

excepto sábados y domingos y fiestas que guardar.

- Y ¿vas a poder pagarle mama? -le decía el niño.

- Mira, es que él ha insistido en que vayas- -Le decía su madre.

Fueron clases muy productivas las que recibieron hasta que 

le toco trabajar, aunque no tenía la edad para hacerlo y por ello,

tuvo que dejar la escuela.

 

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Pasaron los años y un día le comenta el niño grande a su madre.

-Mama, mama… ¿sabes que me acuerdo de don Agustín, de

cuando me daba clases? ¿Cómo te las arreglabas para pagarle?

Su sorpresa fue mayúscula.

- Nunca te lo dije porque él me dijo que tú no te enterases.

Tu maestro nunca me cobro ni una perrilla.

¡Te daba clases sin cobrarnos nada!

 

¡Gracias Don Agustín y a toda su estirpe!

Orgullosos debéis de estar de tal proeza,

en una época en la que los maestros

se morían de hambre.

Hubo una época donde los maestros se preocuparon

por sus alumnos sin esperar nada a cambio… y hoy

siguen vivos en nuestra memoria ya que compartíamos

no solo el pan, también sus letras, ante la bota

del opresor y fascismo de una dictadura…

Que parece todos olvidan. 

21.12.19

Antonio Molina Medina