ERA UN 28 DE ENERO DEL AÑO 2007






Valderrubio, su casa



Era un 28 de enero del año 2007
cuando el hecho acontecía
le tuvimos entre nosotros
y su espíritu fluía por toda la galería.
Su voz perdura en el tiempo.
Su sangre brota a raudales,
de manantial de agua fina
entre jaras y olivares..

¡Quién ha dicho que está muerto!
¡Quién ha sido! ¡que lo diga!
¡Que no es verdad! Yo lo he visto
por Eibar merodear,
como tierno duendecillo.

Su espíritu perdura en la tierra,
con todo el brillo real
en plena efervescencia.

En Eibar me lo encontré
y su voz no había cambiado,
ni su cara, ni su pelo,
ni sus ojos negros, negros…,
frescos como copos de rocío
con su gente y sus amigos
Y es que aún le vene… veneran
como si fuese un dios vivo
           
II

Estaba recién ‘parío’
con toda su muerte acuestas.
Qué pena amigo, qué pena
susurrábamos los que lo vimos.

¡Lo que este hombre habría ‘sio’!
Lo que con su pluma fina
y el duende de un ser divino,
con su don privilegiado,
lo que de él ‘hubía’ ‘salío’.

En Euskadi, en esta tierra.
En ciudad culta, en un nido,
me lo encontré entre su gente
una tarde fría y en sigilo
La calma en la sala percibía.
El silencio era divino.

Se le sentía aletear
como lindo pajarillo.

La gente ‘apelotoná,’
‘abarrotá’ de gentío;
mujeres, hombres, chiquillos
aglomerados en un ‘quejío’.

Tuve que soñar con él.
El evento era divino.
Permaneciendo en el alma
de gente sencilla y tierna
la que en Eibar le aclamaba
en voces de sus amigos

III

Allí los vi pulular,
al gitano y al señorito.
A Paco de Lucía
cuando de joven tocaba
con Camarón nuestro guía.

Ví caminando a Preciosa
rompiendo con sus pies libres
los cristales y el laurel
por la vega de Zujaira
y los campos de rocío.

Junto a la esbelta ninfa que,
de su mágico cuerpo,
brotaban voces de plomo
y de oro líquido.

Fue una noche de mucho frío,
aquí en las tierras de Euskadi,
cuando volvió Federico
con su sangre derramada,
Preciosa y sus gitanillos…

Cuando me embargó la angustia
y me partió el corazón
con su llanto y con su risa
la de un gitano castizo,
que a todos emocionó
como si fueran chiquillos.
Antonio M. Medina