SE LE APARECIO EN GETARES




En una mañana soleada y sin sombras
se vislumbra la roca del peñón en el Estrecho,
como un puñal perforando nuestra tierra
que desgarra y hiere, muy cerca de la playa que me cobija.
Mientras, mi estomago me apremia a degustar un desayuno apetecido
en una heladería de Getares, donde Rocío, mujer
joven y bella, morena de ojos briosos y sonrisa
presta a surcar la comisura de sus labios
como la aurora de la espléndida alborada,
preparará para nosotros después. Antes, Estela,
joven eficiente, linda y rubia cual gacela,
nos contempla, bolígrafo y libreta en mano,
atenta y presta a tomar nota
de nuestras pretensiones matutinas.
Ellas se encargan de servirnos, atendernos,
mimarnos y lograr hacernos olvidar por un instante
todo lo que acaece a nuestro alrededor.
Para solazarnos y saciar nuestra hambre
con el café o el ‘bollete’ con aceite y tomate triturado
que unas vírgenes esbeltas han rociado nuestra mesa
con los frutos y claveles vespertinos que brotan de sus labios.

                        I

Entre nuestros baños necesarios y placenteros
para quitar las tensiones acumuladas,
las de un año de vida rutinaria,
acudimos a degustar un refrigerio,
pues el calor aprieta y nos aplana.
Dos ninfas nos atienden y nos agradan
junto a un zagal, el dueño del negocio, que
con su franca sonrisa, saber hacer y mucha gracia
nos introduce y nos atrapa
en su mágico mundo de ensueño, lleno de vida.

Es tarifeña su procedencia
gente sana y agradable la que contemplo,
pensando en mi similitud como un rayo prodigioso,
pues algo de sangre tarifeña me bulle dentro…
Es un torbellino, un acicate, un sarraceno
de los que abundan en nuestra tierra.
Es grata su presencia, sus chistes y disparates
nos alegran la existencia; su generosidad no tiene puertas.


                        II

Mientras, Amina, Meriem o Samanta
nos atienden en las tardes calurosas
con la prontitud y eficacia manifiesta.
En esta heladería de Getares
los refrescos que saborea nuestra reseca garganta
nos hacen olvidar el intenso calor
que mortifica nuestro cuerpo.

                        III

Las estrellas iluminan la espléndida Bahía
junto a la luna, que nos guiña su ojo deslumbrante,
disponiéndonos a completar y rematar el día
dirigiendo los pasos a nuestra heladería,
donde Fina espléndida diva, nos atiende
ofreciéndonos apetitosas copas de combinados,
de buenos helados que salen de manos expertas,
las de Juan Rafael, que cual pintor en buen lienzo prepara
todos los días y que saboreamos y degustamos
los clientes de esta heladería de la playa de Getares en Algeciras.

Nuestro recuerdo y gratitud, para un tarifeño
alegre, sincero, chistoso y tierno al que las chirigotas
de Cádiz le brotan de lo más adentro,
salpicándonos las esquirlas que florecen de su gracia
como recuerdo grato y perdurable
que ha quedado grabado en lo más profundo de nuestra alma.
Con el paso del tiempo ni las hojas marchitas del otoño
lograrán borrar su sonrisa, imagen, lozanía, espontaneidad y gallardía;
la de un velero anclado en la playa de Getares
donde regalan sueños y alegrías,
donde gentes con duende y tronío te atrapan
al calor de su Bahía.
Hay que estar ciego, sordo, mudo y sin corazón
para olvidarse: si la sangre fluye por las venas
el olvido duele, como la muerte de una madre.


A Molina

CEISTIAN PAYÁ





Algeciras
 











Hoy me han dicho que te has ido,
que te fuiste para siempre
niño feliz, niño alegre.
Tu sonrisa floreciente perdurará
en tu rostro que quedó entre nuestra gente.

Una campana desde su torre ha dejado de sonar,
alegres tañido que llora conmigo tu marcha
y su silbar se ha vuelto lánguido,
sin encontrar tu latido, ni el viento que lo propague.

Dichosa fue tu existencia y feliz fue tu vivir,
vida repleta de gente que se desvelaban por ti.
Triste destino fue el tuyo que, como un portazo
nos atrapaste un pellizco de nuestro corazón.

Niño, feliz fue tu vida, la poca que te dejaron
pero, cuánto amor dejado, en los que te conocimos
lo transmitías a raudales. Tu sonrisa era atrayente,
tus ojos dulces y alegres, nos introducíamos en ti
como el agua en sus corrientes.

¡Qué mala suerte!
Te arrancaron tu vida nueva.
Porque la muerte, nuestra compañera,
llegó como una intrusa y se coló en tu cabecera
aunque ya ves, no pudo contigo,
tu recuerdo perdura y perdurará en las gentes venideras.



                        II

Cristian Payá, mi niño alegre, desde estas lejanas tierras,
desde esta maltrecha España donde yo vivo,
estás conmigo, mientras yo viva no habrá olvido,
Te veo correr como gacela o cervatillo por las veredas,
por los caminos, verdes praderas de las que vinimos.

De tus ojos en tu volar al cielo limpio dejó al pasar,
lágrima fina como una perla en mi morada que
sabré guardar como oro suave en mi zurrón, como buen pan,
lágrima viva cual caricia, franca sonrisa
que yo cogí desde mi habitáculo para que no te olviden.

Niño feliz. Niño tierno. Niño ejemplar.
Vivirás para los tuyos, para tu gente, para tu tierra.
Porque el morir es el olvido de lo que fuimos.
Gracias por tu sonrisa, tu amor y tu vivir.

Un día me escribiste, aún sin saber
Yo estoy feliz. Te quiero mucho.
Dios es feliz.
Gracias Cristian por tu existir.

Aunque me siento triste,
no te lo niego. Ese es mi sino,
el querer duele, te hace sufrir,
porque el querer y el sufrir
están ligados a nuestro vivir.

antonio molina