CAMINANDO POR LA NATURALEZA DE SU VALLE

 

Valle de la Ciudad de Orduña-Bizkaia

Buenos días amig@s.

“La poesía solo es poesía cuando revela lo más profundo de tu alma…, no el alma del lector, el alma del poeta.”

SAHAR DELIJANI. (Teherán)

Hoy me refugio entre lo verde y lo negro… entre lo justo e injusto dejando que mi mente deje libertad a mi pensamientos los que azuzados por las hordas de la maldad humana, recurre a lo único sano y fértil que nos dejaron los que fabricaron este mundo tan real… hasta que puso sus manos la semilla su cizaña, de lo incurable, su mirada sesgada e incolora, de seres cuya avaricia por vivir al margen de los demás es bien manifiesta.

Soñar hoy es muy costoso aunque lo intentemos con denuedo, solo lagrimas incurables salen de nuestras ilusiones, ante tanto horror y manipulación del ser humano, no solo por el hedor de la pólvora sino por el veneno de la tinta que corre más que lo explosivo la que enturbia y propaga la mentira entre las ondas.

Los cascos de los caballos patean con furia sentimientos encontrados en la mismísima NATURALEZA dejando arrasados por el fuego de la maldad mentes oscuras que idolatren nuevos (dioses) ya que el poder y el bienestar no les son útiles prefieren el odio en vez del amor y siembran los campos y las CONCIENCIAS… con carros de fuego quemando las praderas verdes muy verdes de la creación.

24.03.22

Ciudad de Orduña

“Las emociones sintonizan con la naturaleza En el mundo de hoy, sobre todo en las ciudades,

las prisas y la tecnología nos hacen a veces olvidar en qué momento del ciclo anual nos encontramos. Sin embargo, para abrirnos a la armonía del mundo es esencial conectar con los ritmos de la naturaleza; percibir los cambios y los ciclos, en el macrocosmos y en el microcosmos de nuestro interior; sentir cómo se manifiestan el transcurrir de los días y noches y estaciones.”

Y Fue un día dos de enero de dos mil veinte. El viento de la sierra Salvada, avivaba su fuerza acompañando a su cuerpo que se dejaba caer lentamente, sobre su organismo desde su montaña. Y el frío galopaba por las piezas de verde esperanza. Y la luz se abría y se cerraba, caminando por la orilla del río Nervión, con un cielo azul donde el sol comenzaba su andadura. 

 

Ciudad de Orduña

Y desde la montaña, al caminar, apagaba los rayos mañaneros y el viento atizaba su aire contra su cuerpo. Mientras, en la pequeña ciudadela, el humo en las chimeneas subía presuroso formando nubes de incienso. 

Entre callejuelas sin tránsito de personas, la sombra de su iglesia le lleva al histórico pórtico, cuyos hastiales y columnas le sonríen desde tiempos pasados y, quizá, lejanos.

 

La vieja fuente cubierta por una capa de hielo se cuartea con los primeros rayos de sol y los pasos se deslizan camino al ‘Infierno’ para calentarse con caldo y ascuas de una sencilla candela, donde unos troncos dejan su calor en el hábitat que nos acoge, muy cercano a su río: nuestro río Nervión, que hoy no enmudece, que se hace fuerte entre la corriente.

Y siente en el alma, que camina a su lado y siente su agua mirando su cascada fría y siempre sonriéndome al penetrar entre sus aguas por la poza que cubría nuestro cuerpo, "arrejuntan donos" entre la juventud y la plácida corriente.

 

Ciudad de Orduña

La soledad todo lo comparte. Y le fluyen recuerdos y cortafuegos entre troncos y sierra; entre manos antiguas de seres que aún sienten la pasión de formar parte del paisaje; debajo del puente, donde las vías del tren siguen incorruptibles a pesar de años transcurridos.

Las fuentes adornan el camino, antes, de bueyes y animales que tiraban de los carros repletos de mieses… de trigo y cebada y de alfalfa y avena y mazorcas de borona y alimento para los animales.

 

La gran pradera saluda a su vuelta, deja atrás sus caseríos y palacetes y carreteras, antes caminos de carros. 

Lentamente, con mirada altiva y sedienta de sensaciones, veía la nube blanca que. poco a poco. Se deslizaba sobre la falda de su montaña, impulsando el frío del Bolló que nos cubría con su frialdad.

 

Ciudad de Orduña - Bizkaia

El valle se extendía a su vista y las montañas orgullosas se imponían, recibiendo el calor de los rayos del sol que las adornaba. Y el verde, el verde de los campos junto a las vacas y corderos y caballos y burros, reponían sus cuerpos con la yerba fresca.

 

Y, cuando te das cuenta, te topas con la Ciudad de Orduña, donde solo viertes la vista en mirarla y sentirte niño, quizás, otra vez. Las campanas tocan las horas y el viento se apacigua dejando que el frío no enturbie la tarde y nos deja llevarnos otra vez la luz y el amor de sus calles y fuentes y hastiales, donde transcurrieron muchas mocedades, en el que no había ni siquiera estrés.

Ciudad de Orduña


Antonio Molina Medina

04.01.20