SUEÑO ENTRE ARENAS

Envuelto entre sueños
los versos revolotean
por sus pensamientos.
El rugido de las olas
desandan el camino
pertrecho de espuma,
rompen el silencio.
Mientras la arena
sustenta su cuerpo.
 

Con un bolígrafo
enredado entre letras,
repleto de versos,
un joven sueña.
Sus ojos cerrados
revelan su amor encontrado
más allá de los tiempos.
Antonio Molina Medina

LIBERTAD


De niño me enseñaron a trabajar y trabajar, no había descanso, y el único que tenía lo dedicaba a leer y leer libros de caballería. Decían que los frutos del trabajo con el tiempo se recogían. Nunca pensé en los frutos ni en el mañana; me gusta vivir el presente, pero, con toda la intensidad que mi corazón reclama. No creo en las casualidades ni en nada que se le parezca, sólo creo en el amor y la amistad desinteresada. Cuando una lumbre a punto de consumirse, alguien la revitaliza con nuevo leño, algo se destapa en la cumbre del corazón impulsado por los sentidos que nadie pone freno.
Crees que todo se termina pero la vida está llena de sorpresas y no te deja en paz. No sé qué puedo decir, y menos qué pensar. María, como un rayo de luz, envuelta en las explosiones del sol, se acercó a la tierra, circundó una vida y la puso de nuevo a trotar, como un caballo andaluz dispuesto otra vez a las mejores carreras por las praderas de nuestra existencia.

Compartir con ella sus páginas y sus versos es para mí un orgullo que no esperaba nunca poder realizar. Con los pies en el suelo y la mente fría, sólo deciros a todas y todos los que la acompañan, y en este caso con su comentario engrandece sus páginas, gracias por dejaros caer y compartir estas letras enrringlonadas, que dicen que es un poema y que tanto ha supuesto en mis horas bajas para levantar el ánimo. Para seguir viviendo en LIBERTAD.
Molina

 
¡Cuánto amor deposita en sus relatos!
Su sensibilidad quebranta mi interior.
Me siento una hormiguita que seguiría
sus pasos, hasta el hormiguero de su corazón.
 
Antonio Molina Medina

ELLA

Poco a poco, a pesar
del llanto de la noche,
se escuchan los suspiros
que nos deja la luna,
la que sustenta los años,
purifica nuestra existencia y
nos sigue dando vida.

Antonio Molina Medina

 

NOCHE NEGRA

Noche negra.
Las paredes sudan sangre
acumulada en sus arterias.
De los canalones de su habitación
agoniza la flor de la virtud.
Sus destellos son aire en combustión,
socavando la fuerza de una vida,
por el poder de la razón.
 

Antonio Molina Medina

 

SANTUARIO


Solitario y tardío busca ansiado su razón de vivir. Los sueños le aturdieron, y su envoltorio cubrió hasta su proceder.

Un rosario de auroras, de rosas, en su mano le perfora la piel. Sangre roja reproduce su herida cual fiel compañera que no supo curar. Le acompaña en su andar. Abandonó su cuerpo y se dejó sorprender sin causa y sin piedad. Larga fue su batalla. Persistente su lucha, que no termina mientras siga la siega y broten las semillas del trigo, la cebada, la avena sus hendijas. Ciclos de dualidades reverdecen su piel. La cruzada final lejana montería.

En una caja de cristal una llave refleja una diminuta puerta del corazón al mar. Aún conserva su habita pertrecha de ilusiones. La lluvia ya no cesa ni quiere naufragar. El carro con su cuerpo se aleja y se aleja… Él, la mira, los mira con mirada serena sin altivez, sin tardanza. Por el surco les lleva a su principio y final.

Antonio Molina Medina

MUJER

Eres la sal del agua de la mar.
Eres la esencia del tiempo.
Eres la pieza en la mar dónde
el pescador zozobra en
en las olas de tu aliento.
Pero descubres que la noche
se almacena entre sus ondas.
La tinta se rebela mientras
sus manos, tiemblan por el
frio del invierno.
Antonio Molina Medina

MUJER

En la inmensidad de mi alma,
envuelto en polvo de estrellas,
se encuentra mi corazón
que zozobrando se queja.
Milenario de dicha.
Sortilegio de seda.
Con el viento y la brisa
rompiste mi guarida.
Me recostaré en tus
lágrimas para que aplaquen mi sed,
la que brota de mis labios
en el desierto infinito
donde mezo mi alma.
Un filón de lágrimas
caen sobre mi teclado.
Los ojos de una serrana
contempla mi corazón
con los sudores de escarcha.
 
Antonio Molina Medina

Tengo fe.

 
Tengo fe, sí.
Tengo fe en todo lo que realizas.
Tengo fe en lo que tus manos tocan
enroscadas en el aire que respiro,
en la brisa impresa en tu sonrisa,
en tus gestos que me animan
a alzar el vuelo por la estepa,
llena de zarzas espinosas,
de verdes hojas que al secarse
se clavan en mis carnes
para marcarme y hacerme sentir
que estoy vivo cada día;
mas consciente de seguir
esta aventura conjugando palabras,
persuasivas al compás de
la música sacra que brota de
las cuerdas insertadas en esta guitarra.
Antonio Molina Medina

LA VIDA


  Alfonso trabajaba en un dispensario por un sueldo miserable y escaso. Tenía que pagar la hipoteca, comidas, gastos de la casa y algún que otro vicio, si se puede decir vicio a fumarse un cigarro o tomarse una simple cerveza los días de fiesta. A pesar de su nimia existencia, su vida era interesante. Su pasión, escribir y recitar poemas, le absorbía las horas que entregaba sin tregua, presentándose lleno de emociones y pletórico de sueños, allá donde le requerían.. Para él era vida, su vida. No era muy bueno, ni quizás regular. Alfonso solo pretendía disfrutar y sentir con aquellos que escuchaban los latidos de su corazón. Su atrevimiento le traía más de un problema, nadie lo entendía, pero él, con pundonor y valentía, apartaba las moscas con la fuerza sus propios versos.

 

Su voz dolorida, poco cultivada y sin educar, llegaba a los oyentes como algo natural por el sentimiento que ponía en todo lo que realizaba. Por ello, decidió acudir a formarse pasando horas, días, semanas, meses, años… trasteando lugares donde supo aprender lo que algunos profesionales de la voz tenían que enseñarle, poniendo todo el corazón y el empeño para sortear sus miedos y angustias. Alfonso trataba de hacerse un hueco  en su mundo poético. Poco a poco. Pasito a pasito. Algunos que le oían se sonreían al comprobar, al acelerarse el ritmo de sus corazones, las mejoras de su voz y sonido de sus versos.

 

Alfonso se crecía cada vez que se encomendaba a su público, que miraba sus ojos y observaba la trasformación de sus caras.

Como un reguero de pólvora corrieron de voz en voz sus buenas maneras de trasmitir sentimientos. Poco a poco, acudían a escuchar sus poemas almas solitarias que hartas de la vida sin sentido, se refugiaban entre versos y letras.

Una tarde calurosa y sureña Alfonso, terminado su recital, sudoroso y pletórico por la labor realizada, recoge sus bártulos, poca cosa, un atril y  un puñado de hojas preñados de poemas, y sonriendo se deslizó sigiloso por la espaciosa sala, buscando la salida en una puerta en abanico le llevase a la calle. Pero no iba solo, unas damas le acompañaban comentando impresiones… (como siempre lo hacían después de acabar cada día que actuaba) Le comentan, agradecidas, la sensación que mantienen dentro de su cuerpo, esa paz, esa la calma desfogada y deseada. Otras lindezas le caían como un torrente de agua, una pura cascada. Él cerraba sus oídos, no le daba importancia. Su sencillez era lo que calaba entre ellos.

   ¡Adiós, Alfonso! —  le decían a medida que se alejaban.

   ¡Hasta luego, Alfonso!— Le sonríe Susana. 

Uno a uno se alejan por la añeja plazoleta a sus casas, compartiendo impresiones del rato pasado con Alfonso en la sala. Él sonríe, se detiene y los mira. De improviso una mano se posa en su hombro derecho. Unos dedos delicados suenan a través de su camisa de seda, traspasando cálido candor de mano femenina.

 

   Hola, Alfonso— le dice Aurora sonriendo. - He disfrutado este rato agradable que nos has regalado con tu alma en la sala.

 

Alfonso sonríe y la mira a los ojos. Miradas certeras se mantienen como los labios de él no articulan palabras. Aurora rompe su silencio, le sonríe mostrando sus dientes blancos y relucientes.

-         ¿Te has quedado sin habla?

-         ¡No! - Contesta Alfonso. - Me has sorprendido. Creía que estaba sólo. No te hacía por estos lugares.

-         Ja, ja, ja… - Se ríe ella con ganas.

 

Comenzando los dos a caminar bordeando la plaza, Alfonso se repone del trance y le dice:

-         Aurora, ¿te apetece tomar alguna consumición en la cafetería?

-         Vale, — le responde Aurora— Sentémonos, me apetece charlar contigo. Hace tiempo que no nos veíamos.

 

Aferrado a su brazo, caminan complacientes a la puerta del bar de la plaza. Conversando los años ausentes en sus vidas de esa juventud añorada afloran fruto de la complicidad.

 

-         ¿Qué vas a tomar chavala? Y perdona el atrevimiento por el calificativo de chavala.

   Me gusta, - contesta Aurora. - Gracias. Me agrada tu confianza.

-         ¿Qué tomamos? - Le insiste Alfonso.

   Una coca cola, —le dice ella.

-         Pues yo un vino de crianza, - señala Alfonso.- ¡Camarero!...


Mientras el camarero toma nota, Aurora no pierde detalle de la figura de Alfonso. Mientras, éste la observa con cautela de reojo, gustoso de la evolución de Aurora, recordándola de niña y advirtiendo los cambios que se reflejan con el tiempo: cuerpo lleno de vida, voz templada  y belleza acumulada. El camarero les coloca sus bebidas y siguen conversando de tiempos inmemorables que creían olvidados, que hoy han saltado a sus vidas como un torrente de agua limpia y que traspasan los ojos de su mirada.

Antonio Molina Medina

EL AMOR

Aparece su sombra envuelta en la aurora.
Incipiente y reciproca, sustantiva y sinuosa,
nos atrapa y nos acuna. Nos incita tortuosa
y se mece entre líneas conscientemente efímera.
 
El amor y la dicha, el cariño y el dolor
se mezclan con la vida. Los sueños son de vida.
Se afianzas orgullosos. Él la quiere. La adora.
Le da su existencia montado en su corcel.
 
Aferrado a su grupa la eleva por las nubes,
y sueña con ella. La quiere con locura.
Y la pasea en su cadera participando
de su propia locura al mundo y su diáspora.
 
Receta de fetichista que los dioses placían.
La nada les advierte. Sólo sienten su amor.
Sus propios sentimientos enternecen su vivir.
Plácido de amores, sensitivo y sumiso.
 
Sólo con su presencia se siente conmover.
Vive del gozo que ella le provoca.
Los placeres del alma,
que a su cuerpo se aferran,
son cómplices de coexistir,
sustantivos nacientes.
Corazón sus latidos desfoga.
 
Antonio Molina Medina