LA BRISA, EN LA ERA DEL COBRE







En un descanso en el trabajo,
un hombre se introduce lentamente
en el ‘chozón’ que en la era se halla,
y coge con arrogancia el botijo de agua fresca
para elevarlo suavemente, del que
brota un chorro de líquido imperioso
que se introducía ávidamente
por la hendidura de su garganta,
resbalándole por la comisura de sus labios
gotas menudas que salpicaban,
mientras regueros de sudor
se deslizaban por las arrugas
de una curtida cara tostada
por el sol de Andalucía.

Era Juanito. El hijo de ‘Curro’. El de los ‘Forrajes’.
De su mirada se vislumbra
alegría a raudales que denotan
las facciones de su rostro.
Era un año de buena cosecha,
la parva era inmensa junto
al monte de trigo, de grano aventado,
le embelesaba e ilusionaba.
Sonriendo de ver como los pajarillos
revolotean sobre la mies dorada,
apropiándose de algún que otro grano
el que en su pico portaban. 

—¡Maestro!
Suena una voz en la puerta de la angarilla.
Juan aparta la vista del montón de trigo
y la dirige con lentitud al personaje
que ha interrumpido sus sueños.

—¿Echamos un cigarrillo maestro?
Le dice con parsimonia el desconocido.
Juan se acerca a él y le devuelve el saludo,
extrayendo del bolsillo del pantalón
su petaca de picadura,
que abre con suavidad para arrojar en su mano
un golpe de picadura de tabaco de Gibraltar
que deposita con pericia en el papel
blanco que ha sacado del pequeño
librillo de ‘zis-zas’, y que
envuelve con habilidad
para pasárselo por la punta de la lengua
y enrollarlo con sus habilidosos dedos.
—¿Tiene usted mixtos maestro?
Le insiste su anónimo acompañante.
Juan saca del bolsillo de su chaleco
un mechero de hierro con una larga mecha
que se acopla en una mano y con la otra
frota la rueda salpicando unas chispas,
que arrimando la mecha a ellas
y con un poco de viento provocado
por el soplido que brota de sus pulmones
hace que el rescoldo emerja de ella,
para encender sus cigarrillos,
aspirando con avidez el humo blanquecino,
que entreabierto surgen de sus labios,
en su descanso merecido.

—Parece que este año es buena la cosecha
—No ha sido mala —le contesta.
Esbozando una sonrisa que
envuelve las arrugas de su rostro
haciéndola más placentera.


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