ENCUENTRO EN SU ESTACIÓN

 

Orduña-Bizkaia-País Vasco

Saqué el billete en la estación de partida. Todavía faltaban unos minutos para que el convoy apareciese.

Mis ojos miran de soslayo a las personas que esperan conmigo… y de improviso veo una figura, ya antigua, cuyo rostro me deja inseguro y a la vez me alegra tal hallazgo.

 

Era mi profesor de dibujo, el de la ‘profesional,’ de los aprendices de Gama de la Ciudad de Orduña, la de antaño. D. Andrés charla con los que le acompañan y no se percata de mi presencia. Son una brutalidad de años los transcurridos. Que alguien te pueda reconocer después de quizá  más de sesenta años de ausencia…    

Ciudad de Orduña Bizkaia

Me acerco a él con inquietud, y le saludo… Él me mira, y me remira con insistencia, mientras le ofrezco mi mano… los que lo acompañaban, me miraban y sonreían éramos más visibles en el tiempo. Y,  de improviso su rostro se trasforma, y se aferra a mi mano, su calor inunda mi alma. Pronuncia mi nombre y un escalofrío penetro por mi mano, derecho al corazón.

Un poco de charla, ya que el tren llegaba, para él y otro, en otra dirección. Lo que volvía a invertir nuestras vidas, pero con esa alegría que no se compra ni se vende.

Y me quedé pensativo mientras el coche entre los rieles de hierro me llevaba a la Capital.

 

Pasaron los días y, en la misma estación, un compañero de clase de nuestra escuela de Juventus, Leoncio, cogía el tren para dirigirse a la ciudad de Orduña donde mora ya que su medio de vida lo tiene en Basauri  (trabaja en la Firestone) se detiene y nos saludamos mientras esperamos el tren con diferentes destinos . Y le comento mi encuentro con D. Andrés nuestro profesor de dibujo. Y Leoncio me comenta: - ¡No me jodas! ¡¿Que todavía está vivo?!… ¡Pero si tiene ya más de noventa años!


Pues no se los años que puede tener - le dije - ¡Y bien majo que estaba! Y le acompañaba ‘Cacun’ el barbero que anda ya por la misma edad, con más de noventa años.  Les acompañaban algunos de sus familiares y amigos según me dijeron ellos, los años no podían con ellos y su buena memoria latía en sus conversaciones.

 

Brotan de mi mente los recuerdos y le digo a Leoncio: ¿Te acuerdas de la putada que le hicieron a Adrián en la hora del bocadillo? cuando Carmen la guapa, se acercó a la clase y le preguntó qué había traído de almuerzo y él le contestó: ¡dos huevos y un chorizo!... ja ja ja ja. ¡Menudo lío se armó!... Ella dio parte a su jefe y lo castigaron con un mes de empleo y sueldo. Y no lo despidieron porque le pusieron una condición: que tenía que pedirle perdón delante de todos los compañeros de la oficina donde ella trabajaba.


- Si, lo recuerdo - me dice Leoncio-  Que lo quisieron echar. Nos tenían como esclavos. Siempre vigilados incluso en los días de descanso. Un día me llamó el jefe de talleres (creo que se llamaba Ildefonso) y me echó una bronca porque decía que me había visto fumar el domingo por los hastiales y yo le dije que yo no era…  ¡Y era verdad! Yo no fumaba con 14 años…

 

Partió el tren para Orduña. Mientras, en silencio, voy a la ciudad a compartir en un bar de la Villa de Bilbao, con amantes de la poesía, un rato de ocio y cultura.

Antonio Molina Medina

14.06.20