ELEGÍA A LA MUY NOBLE Y LEAL CIUDAD DE ORDUÑA



Me brotaron de la tierra lejos de tus murallas, en una pedanía
donde nació Pepe el Romano, el de la Bernarda Alba, con un rio
como el tuyo: El Genil, en una Vega de pozos y fuentes.
La nieve eterna no dejaba su agua de surtir procedente
de sus montañas, el Veleta y Mulhacen de la Granada eterna.
Su montaña roja  dejaba al descubierto la joya Nazarí de
cuentos y leyendas, de su Alhambra y su entorno, de seres que antaño dejaron sus sombras pegadas a los pasos de callejas y murallas.

Pero un día ya lejano me acercaron a tu plaza, donde tu fuente
nos daba de beber, mientras sus hastiales, alumbraban mis ojos
con lámparas y bombillas, dejando atrás la mecha del  viejo candil.
Y, a golpes de regla, estimularon  mi corazón al compás de las letras para seguir los consejos de los maestros que esculpieron mi existencia.
Potros salvajes se apropiaron de mi cuerpo, pastaron y alumbraron
celulosos, desde el amanecer. Mis pensamientos galopan cual caballos desbocados por calles, callejuelas, callejones estrechos llenos de alcantarillas... ¡Infinidad de recuerdos! Mi mente acumula, reposando hoy, almenas, murallas, puertas que se habrían hasta el anochecer.


La luna nos alumbraba, luciendo por sus troneras, mientras,
un círculo vicioso se apodero de mi mente y se hizo de roca,
de arena entre caminos ya que su cuerpo flotaba en las
aguas de su río, cuya agua no se negó a beber.
Caminé por senderos con la luz de la aurora y me hice
materia entre el trigo y cebada, entre avena y borona.
Sus granos me atraparon caminando por la bruma, donde mi cuerpo descarga, acarreando alfalfa; caminando tras las ruedas de los carros de carga:  los bueyes tiraban de tan preciada carga. Sus pasos engarzados, seguían las huellas que dejaba su paso de regreso al descanso con la fértil cosecha.
Los ciruelos florecen, los cerezos ‘reblanquecen’ y los gallos
despiertan de sus sueños a los moradores, que, entre bostezos
se acercan a los viejos cajones buscando los huevos
de las ponedoras gallinas.


El silbido del viento se colaba en mi cuerpo, sacudía mi mente
de lo alto la peña Salvada. Se arremolinaba contra se estructura
de roca y agua  expeliendo con furia su intensa frialdad.
Mientras, corría y corría, sedienta de madera que entorpecía
mis pies en su caminar: Los saltos a la comba, las tabas, el gambocho
El chorro-morro que…, rodando ‘güitiberas’... Mientras, las piedras
silbaban a nuestro alrededor, junto a ruidos de sables, de arco de
flechas incendiarias... Pasaban sibilinas cercanas a nuestro cuerpo
salpicando las mentes, mientras, las trompas giraban y giraban.
Nuestro tiempo y los botes explotaban camino del cielo, por la fuerza del agua y el carburo que trasteando entre la basura del Terrero, guardábamos con celo para nuestros juegos. El aro de hierro giraba y giraba por senderos y caminos de vacadas sin frenos.
Mientras, el río Nervión, suspiraba, y nos daba consuelo.
También fresca agua que compartíamos con animales caseros.


Las pisadas antiguas de seres de antaño nos acompañaban. Su aliento apretaba y nos hacía correr buscando el calor de la vieja chapa para combatir el frio de viejo boyo que guiaba y nos atrapaba de la cintura, sibilino y fiero, asiendo nuestro cuerpo.
El calor aprieta en los campos del valle y las granadas espigas
se balanceaban con la brisa que sopla menudamente desde la sierra.
Los animales rumian su pasto favorito cerca de la tapia del cementerio.
Mientras, la guadaña en manos expertas, troza  las espigas, para su aporreo.
Ruidos de pisadas,  crujir de ejes... circulando caminos, trasportan los haces repletos de espigas de trigo, avena, cebada y centeno, pacen en la era esperando la orden del campesino. Esperan....


Noche en la ciudad, circulan aires nuevos. Con un acordeón, la fiesta es un hecho. Incluso el músico, resulta que es ciego.
Las danzas nos atrapan, nos sonríen por dentro con el fuego de la llama.
La noche se repone de seres que caminan con sus sillas a cuestas
camino a la plaza. Mientras los titiriteros, preparan los artilugios que nos entretendrán . Llegaron a la ciudad, provistos de speranza para ilusionarnos y así divertirnos del duro trabajo allá por los ampos, que hasta las lucernas nos acompañaban y nos despedían con su luz a cuestas en nuestro transitar.

Bullen por la plaza sonidos de trompetas, notas estridente. ¡Hasta la fuente y sus caños delatan tal algarabía, que, desde las ventanas del añejo cuartel, nos tocan silencio. Los soldados allí acuartelados deben dormir....
En la profundidad de la ciudad, por sus caminos de agua, se deja fluir su fuente, limpia y convincente en su lluvia. Por las bocas se esparce, para aligerar las gargantas. 
De los hastiales, refugio de nuestros juegos cuando llovía, auténticos aguaceros, o la nieve se amontonaba, dando paso al duro hielo.
La plaza se poblaba del blanco de los inviernos. Su manto nos
transportaba a la Navidad del cielo, donde las familias se apiñaban
ante una mesa de manjares que poblaban nuestros sueños.

Duerme la ciudad, mientras por sus calles, sonaba la voz del sereno Que, nos resguardaba de malos augurios, en la oscuridad desnuda de gentes, él era su dueño.

La plaza se deja ocupar con los juegos de gente menuda, de gritos
y canticos, aun en el invierno, mientras las bocas de la fuente
no dejan de chorrear. El silencio se hace murmullo y los ríos
que trascurren silenciosos, siguen su cauce en busca de
la rambla que los conduzca a la mar.
Los sonidos, cual soniquetes de las campanas, nos despiertan,
se apropian de la vida y vuelve el bullicio: corazones que
murmuran y se hacen notar.
Y desde lo alto de la montaña la señora despierta y nos manda
su aliento, nos saluda en lo incierto despereza nuestros sentidos
y se comunica con los que transitaron y transitan por los caminos
de antaño,  absortos y dolidos del olvido.
Sus vidas eran solo para labrar la tierra, sembrar los campos y dejar el sudor acarreando los sacos de cereales a las puertas de sus amos.
Solo la luna los guiaba y era su consuelo, su abandono, la que aflora su sonrisa en sus  sudorosos rostros.
Y… ¡no los mientes amigo! ¡No los pongas en los mantos!
¡Ni hables aun bien de ellos!, porque no está bien recordarlos.
Ya que la historia es la de aquellos; de los que recogían los frutos y se los ponían en sus graneros, subiendo las escaleras con sacos a sus espaldas. De esos hombres que lucharon por un trozo de ese pan; que por los suyos sudaron entre explosiones y miedos.
Antonio Molina Medina
26/09/16