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Imagen cedida por Mercedes Benitez Torres |
Una cascada de fuego le salpicaba la cara. Crujían las
llamas, coloreando la estancia. Como un soplo, como un suspiro, sus partículas
le atrapan, le trasportan en bocanadas que se llenan de hojarascas. El
humo le envuelve, mientras los niños contemplan. El payaso les acompaña, se
sonríe, ríe, llora, canta convirtiendo su risa en pura carcajada. El cielo lo
atraviesan los bramidos. Bella estampa. Mar y cielo. Tierra y fragua. Almas
unidas. Señal de esperanza.
El caballo vuela, libre en la mañana. Cuerpos que se
funden. Manos que se atrapan. En sus soledades brota la esperanza. El fuego
domina la tierra soñada, exonera sus vidas. Del amor… la calma.
De sueños concebidos en la vieja fragua, forjadora se
quimeras, se apropia de el alma con la que transita. Con martillo y yunque. De
ascuas, llama renovada. Atronar de Duendes, Gnomos, Hadas… Sueños de mujer.
Querubín entre ascuas.
Antonio Molina Medina