NACIMIENTO DE UNA NUEVA VIDA



Rincones de la muy noble y leal Ciudad de Orduña
  Retornan mis pensamientos hacia el infinito. Regresión que el tiempo de ocaso vuelve como algo milagroso, que en el ser humano prevalece tras el paso del tiempo postrero.

Una nueva vida, un nuevo rosal ha florecido de esa rama verde que nos trajo esta nueva primavera. De ella ha brotado una rosa, con el brío y la fuerza de una de sus ramas. Una nueva vida, vida nueva en una hermosa tierra. Pienso que será como un rayo de esperanza; esperanza que marcara tu existencia, que salió de dos seres queridos que prolongaron sus vidas, como savia fecunda de sus almas y cuerpos. Tu alma pura, blanca como la nieve, la que yo pude gozar con estos ojos de humano en las faldas perpetuas del ‘Mulhey Hasem’ y el Veleta, con sus nieves perpetuas y perennes que mantienen hermosa su cordillera en esa tierra que un día me vio nacer para luego raptarme, secuestrarme de ella.

Pero me siento triste, apenado y muy desconsolado. Créeme, amigos Peio, Rosana, Narciso, Estibaliz... Yo también fui un día un niño como vosotros. Pero yo de niño fui un niño solitario, desarraigado, marginado, sin llegar a encontrar mi sitio en una sociedad que me rehuía, que no me admitía. Y era un niño como vosotros, quizás un poco mayor, tenía seis años que espero vosotros cumpláis en esa hermosa tierra que te os ha visto nacer. Sus verdes campos y sus montañas, siempre protegidas por la silueta de esa Virgen que desde tu ciudad siempre divisarás. Porque tu nacisteis en una hermosa ciudad, noble y muy antigua; ¡fíjate si es antigua que el ‘dolmen’ que se encuentra ubicado en su término, dicen que data de una antigüedad de entre 2000 – 4000 años antes de Cristo. Fíjate si es importante vuestra ciudad que en San Millán de la Cogolla (año 1135) se la alude ya como una villa y la cuna del Euskera y el Castellano. Amar a vuestra tierra amigos, sentir siempre orgullo de ella.

Decía Blas de Otero de esta hermosa tierra, de vuestra tierra: “Yo mi cielo gris / sobre mi valle velado, / mi mansa lluvia, / mis montes suaves del País Vasco, / y unas palabras de madre, / porque vengo muy cansado. Pedí la paz; y pedí la palabra, y me mutilaron la lengua. Si yo callase, hablarían las piedras”.    

Habeis tenido una buena estrella amigos, la de nacer en una tierra milenaria, hermosa, tierra de agua. Nacimiento del río Nervión, que os verá crecer y en la que espero y deseo que lleguéis a vuestro ocaso. En tu tierra, con los vuestros, cultura, vuestra gente, sus verdes praderas, sus puentes, sus ermitas (algunas ya desaparecidas) y piedras centenarias. Vuestra ciudad. Aquélla que un día, quizás ya lejano estaba rodeada de hermosas murallas, con su castillo, cuyas piedras estarán hoy depositadas en los edificios que os acompañarán en los juegos de vuestra juventud sana y en fecunda madurez.

Estación de RENFE

Esto no es una carta de despedida, quizás sea una carta llena de esperanza, para que nunca dejes de ser niño. Los hombres estropeamos todo lo que tocamos, lo manchamos, precisamente porque dejamos de ser niños, dejamos de tener alma. —¡Cómo si eso fuese posible!, ¡que ilusos!, ¿no os parece?—. Esa alma que Dios nos puso en nuestro cuerpo y de la que daremos cuenta ante su presencia, quizás mañana, cualquier día puede ser bueno. Espero y deseo que no os hablen de ese Dios tirano, justiciero; que no os hablen de Pedro Botero, el diablo, ese que dicen que está en el infierno, aquel que tanto nos mencionaban desde el púlpito los hombres de negro, dirigidos por los invasores del poder legalmente constituido. El mayor infierno está aquí, en la tierra, y ni siquiera lo vemos, aunque muchos de nosotros ya lo estamos empezando a conocer. El temor a Dios, nos incitaron, nos amedrentaron, en vez de mostrarnos su comprensión, su perdón y, sobre todo, su AMOR, su gran AMOR hacia los hombres; ¿o acaso vuestros padres no os van a querer cuando hagáis travesuras?

Como bien dice un amigo, poeta: “A mí, de niño, me explicaron el infierno, me hizo sufrir mucho, no quiero recordarlo”. Para terminar en su poema: “Que me expliquen a mí el cielo, el infierno ya lo conozco y paso de ello”.
Como quedéis comprobar, amigos, sigo siendo niño. ¿Y sabes porqué? Porque puedo seguir pensando en nuestros juegos: el Chorro morro pico tallo, los cromos que volteábamos, el gambocho, los güitos, las canicas, las chapas… ¿Y sabéis porqué? Porque lo necesito, no quiero seguir siendo mayor, me dan náuseas. No creo en los hombres que matan y se matan. No creo en la guerra ni en las guerras, pues matan a los niños como vosotros, indefensos, desprotegidos, inocentes; y encima, para más ‘inri’, les cambian el nombre, ya no son niños, son “daños colaterales”. Eso sí, están preparados para ayudaros, cuando estéis muertos, con ataúdes blancos y golpes en el pecho. Como decía Federico García Lorca en su poesía: “Carpinteros, preparando ataúdes blancos, para los niños que van a morir”. Se repite la historia. Porque a los que no son niños se les ha muerto la risa, la esperanza, la ilusión; otros, seguimos deambulando, buscando esa sonrisa de un niño, sus primeras palabras, sus primeros pasos, y vemos la grandeza que Dios ha creado. Por ello os escribo estas, quizás, torpezas mías que a nadie le pueden importar.

Orduña
Y como también dice mi amigo poéta; “Dios, yo me inclino humildemente ante ti y dejo mi pobre corazón entre tus manos”.

 Quizás sea la impotencia que muchos de nosotros o padecemos y tenemos ante tal despropósito, tanta barbarie, que está produciendo el hombre en este planeta llamado Tierra. Por eso nos hace recurrir a ese Dios, que pienso que nos quiere, nos mima y nos hace libres. Por ello decidimos por nuestra cuenta y riesgo lo que deseamos ser y hacer; y, si no, sería un tirano, un dictador. Pero los hombres mancillamos su nombre, muchas veces y con ello su libertad. Por la propia humillación que hacemos al propio hombre.

Otra vez cito a mi amigo poéta: “Qué desconcertante eres Dios, presentarte así, de niño recién nacido y sin papeles; que si quieres trabajo necesitas papeles, que si quieres papeles necesitas trabajo, el viejo truco del orden. Tú también llorabas, pero tus lágrimas estaban como tú, clavadas, las mías resbalaban”. Para terminar diciendo: “Qué desconcertante eres, venir de niño emigrante e irte como un maldito… ¡Cómo quieres que te crean! si no se entiende…, yo sí, yo sí y tú lo sabes pero yo porque te quiero, porque te vi aquel día y no supe qué hacer para ayudarte salvo llorar contigo… Un rato”.

Ya veis, amigos, yo sigo siendo un extranjero en esta hermosa tierra a la que quiero, a la que adoro, pues es la tierra de mis hijos, de mis nietos y la que un día no muy lejano me cobijó en tiempos de hambre y penurias. También fue de sosiego. Me enseñaron a querer a mis mayores. (Con cariño recuerdo a mis maestros, don Benito, don Perpetuo y don Agustín, que me inculcaron en esa escuelita el AMOR a la tierra. Estos sentimientos no me los podrán quitar, nadie, ni nada; pero qué paradoja, soy extranjero, eso dicen los que nos mandan, que no entienden de sentimientos (como bien dice Joseba Arregi: “Algunos, como yo, volvemos a encontrarnos fuera de cualquiera de esas mayorías. En soledad”. Ya ves, los políticos usurpan el poder del pueblo, mandando a los hombres a una guerra, en nombre de Dios dicen que lo hacen. No sé qué Dios es el que ellos profesan, pero seguro que no es el nuestro. La ceguera está por todas partes, el hombre está acabando con nuestra tierra.
Bienvenidos a la vida queridos amigos. Espero que cuando seáis mayorres puedais disfrutar de la tierra, de vuestra gente, vuestra cultura, lengua, costumbres y de los vuestros. Yo no lo pude hacer. Para mi desgracia, no pude encontrar mi sitio, quizás no me lo merecía, o no supe encontrarlo. Pero no podía olvidarme de los míos, mi cultura, mi pueblo; pues como vosotros, amigos, tuve pueblo, nací como habéis nacido vosotros, pero muy lejos, y estoy aquí por culpa de otra guerra. Los mismos que hoy nos vuelven a llevar con engaños y mentiras a otra guerra. Más emigrantes, más miseria y más odio.

Bienvenido a la vida amigos. Te lo dice un ‘Orduñés’. Con permiso de los nativos de vuestra Ciudad, donde yo también fui niño y por ello tengo mi corazón partido.

Si algún día pudieseis leer esta carta, que sepáis que también fui un niño como vosotros pero con menos suerte. (Fui, uno de esos ‘daños colaterales’ de una guerra que hubo en este país contra el fascismo). Y, qué paradoja, muchos guardan los recuerdos en una maleta y la cierran con muchas llaves. Ya veis, yo la tengo sin cerradura, para sacar de ella todo lo bueno que la vida me dio en esa hermosa Ciudad de Orduña y no olvidarme de lo malo que me salpicó. Pero sólo para estar prevenido y no participar en aquello que nos hace retroceder como seres humanos, pues piensa, ¿que sería el mundo sin el hombre? El paraíso terrenal.

Agur (adiós) niños y niñas, bienvenidos a la vida en este nuevo año 2008, que se nos avecina. Suerte, mucha suerte en vuestra nueva existencia. Es lo que os desea de todo corazón este viejo soñador, al que le gustaría dejarte un mundo más humano y más tierno.
Antonio Molina Medina