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Sinovas pedanía de Aranda de Duero |
Entre
los viñedos, por los campos desiertos, se encontró a un ser prudente: un anciano
generoso que soportaba la presión de las olas marinas en su subconsciente.
Y el tiempo, que todo lo puede, me deja al descubierto las miserias humanas,
sin recato e incipientes; pero siempre tendremos una respuesta a ese ruido de
las olas que atormentan nuestra vida para que seamos prudentes en nuestras acciones,
ya que la inmortalidad que algunos pretenden se posa en un folio repleto de letras
donde está albergada nuestra alma, ya que lo grande o pequeño de nuestros
pensamientos están repletos de equipaje… De pobres tendencias en su
intelecto, pero la grandeza está en tenerlos recluidos entre la bondad de nuestras
resoluciones.
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Nuestra alma siempre será la misma y nunca será propiedad nuestra: es dueña y señora de su propia existencia.
Sentimos,
y pensamos, y decidimos nuestra forma de actuar y decidir, tanto la mujer como
el hombre, y esa legación quizás afecte a nuestras vidas, cuyas virtudes se
posan en nuestra forma de proceder, afectándonos en todo lo que hacemos y sin excusas,
incluso en el momento de nuestra propia muerte.
El alma nos prioriza esa visión espiritual que recibe el cuerpo si este está implicado, respetando lo que la naturaleza nos aporta y no habrá razones que apoyen la oscuridad de nuestras acciones con las que oscurecer la fuerza del alma en nuestras actitudes, las que no tendrán valores dentro de una sociedad… Ya que un comportamiento limpio, vigoroso y lúcido, repercutirá con fuerza y efusividad beneficiando todo lo que nos rodea, incluso tus propias experiencias, las que siempre estarán ahí, para corregirte y darte la llave con la que abrir la puerta a tu propia claridad.
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La propia sensatez es capaz, con el tiempo, de apartar de tu camino esos destellos de luz, cuyos rayos eliminarían de tu mente la posible maldad que envolvería tu propia oscuridad.
Ya
no divisarás las guerras como necesarias. Ni lo innecesario y cuantioso para tu
cuerpo, acumulando enseres innecesarios para tu propia seguridad y vida cotidiana,
ya que la seguridad es tu propia existencia. Son solo tus propios actos personales,
y tu forma de administrar tu adecuada felicidad, ya que sin control, nunca
jamás estarás satisfecho en esta sociedad consumista, donde solo nos educan
para ser unos seres solitario y crueles. Y, como un objeto, a desear todo lo
que penetra ante tus ojos, hasta olvidarte de tu propia libertad. Nunca estaremos
hartos ni soportaremos que los sueños de los demás sean realizables… incluso
dejando en el olvido a aquellos que un día nos donaron su propia sangre en
beneficio de nuestra ajustada libertad.
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Vivimos en una sociedad del "¡Sálvese quien pueda!", ante un naufragio que a la vista nos espera. Los botes salvavidas están escondidos, ya que la luz está instalada dentro de nuestra propia oscuridad y los vientos del poder y del mal están instalados ante nuestros ojos, y ya ni nos dejan soñar dentro de nuestra propia enfermedad, la que cada día nos inculcan los voceros de nuestra sociedad, bien dirigidos por las fuerzas del mal. Hemos puesto toda nuestra fe en el dolmen de la materia, ese becerro de oro al que un tal Moisés, al bajar del monte Sinaí, se encontró a su pueblo adorándolo y rompió las tablas de la ley como algo ya inservible. Hoy solo la fuerza de la razón, la humildad, el amor y el perdón son capaces de alimentar la inercia de vida, lo que hemos suplantado a lo escrito y recogido de nuestro propio legado, ante la burla de los que somos conscientes de que el ser humano lleva las velas desplegadas y los vientos harán zozobrar
nuestras
propias ilusiones, echando por la borda todo lo que nos dejaron aquellos a los
que hasta la sangre les quitaron hoy, ocultos en los bosques
donde se ocultan junto a nuestro legado.
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Sinovas pedanía de Aranda de Duero |
Mientras
ni siquiera su recuerdo les define ni para lavar nuestra conciencia, despoblada
de recuerdos amargos. Incluso nuestra alma se duele, y le importa. Aunque
no se altere, ni se duela, ni se deje eliminar, ya que no tiene dueño: es inmortal
y libre como lo son los ciervos y las águilas que la naturaleza nos regala, a pesar
de nuestra ingratitud en su cuidado y el trato destructivo que le damos.
Pero seguimos aquí, sedientos de razones para sobrevivir. A la sazón, seres humanos ante un mundo que se desliza al precipicio; pensando y viviendo con el pensamiento y los actos puestos en lo único que nos atañe: ¡la tierra! Es nuestra patria, nuestro único refugio, nuestra madre, nuestra única bandera y una fiel compañera, ya que sin ella solo nos espera la muerte. Y esa si que es nuestra gran compañera a la que ignoramos sin conciencia.
El
mundo no existe por existir. La materia nos unió a la tierra y hoy tratamos,
nosotros, los propios seres humanos, destruirla ya que solo se piensa en beneficios
pasajeros a costa de su propia destrucción... violando todas las leyes divinas
y humanas.
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Y
nos hablan del alma y la mencionan en los libros... pergaminos de siglos… quizás
el alma se sienta hoy ya caduca en nuestras conciencias. Cuando a muy pocos les
interesa ya que el valor del becerro de oro suple para muchos a esa extraña
señora que tenemos en nuestro interior, ya que el hambre corporal se duele cuando
está carcomiendo su cuerpo y ves que los que defienden el alma pacen cuidando sus
corderos. Y bendicen las contiendas y se inmolan por no sé qué alma, ni qué
dios es capaz de matarnos de hambre, y con balas y pólvora, para defender sus
intereses y el de los poderosos, con sus ventas de maldad en sus conciencias,
dejando los campos y ciudades pobladas de almas cuyos cuerpos se pudren en sus contiendas,
ya que no creo que el amor esté envuelto en la pólvora que arrasa los cuerpos y
puebla al mundo de miseria.
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No creemos que vivimos. Y que solo vivimos un momento. Y que nuestras vidas están hechas de momentos, donde podemos reír y sentir… llorar y suspirar, y oler los perfumes que la tierra nos regala; dejando en libertad nuestras miseria, donde la vida no se detiene en ninguna contienda, ni aunque los seres humanos escapen de sus tierras, por el odio y la miseria de los que los tienen sometidos, aquellos que los gobiernan, los que almacenan sacos de dolor y de ira en los campos de pobreza, donde el alma ha perdido esa cualidad que nos inculcaron y que ya solo la tienen los que tienen llenas sus necesidades y no sus miserias.
17.06.21
Antonio Molina Medina