Y LE ENVOLVIÓ UNA NUBE BLANCA

 

Majal Alto. El Cobre Algeciras

Mantienes una lucha constante

con tus facultades, con lo vivido y

tiran de ti los sueños de momentos

añorados, entre pellizcos los que

de tu alma provienen.

Chorrosquina. El Cobre. Majaralto

Las sombras de la noche se retiran tras la sierra empujadas por la claridad que inunda la reseca finca, rodeada tanto de añejas piedras como de una empalizada, y en su exterior, frondosos chaparros la surten de oxígeno, y las grandes moles de piedras antiguas  que custodian su entorno  protegen  su finca, donde los animales se desperezan en su despertar  mientras el rocío nocturno se diluye mansamente alrededor de sus cuerpos… Lucio  hace su despertar y de su cuerpo aflora un resoplido incorporándose sobre sus patas delanteras aupando su cuerpo blanco como la nieve mientras, brota de su boca un relincho alegre y jugoso el que remueve todo su cuerpo ya puesto con sus cuatro patas y moviendo su cola cual abanico sale alegremente relinchando y trotando por la finca, corretea y arrecia sus movimientos para acercarse al cubo del agua mirando de reojo la espuerta con el pienso. El grano de cebada y la paja se aglutinan en su boca (el pienso que su dueño le dejó la noche pasada). Mientras trastea con su hocico buscando el grano, siente un relincho que él no reconoce…, levantando la cabeza observa que otro caballo se acerca resoplando y se sorprende ya que el recinto está cerrado y sus puertas siguen cerradas para los intrusos.

Se le acerca el caballo y le pregunta, mientras él sigue rumiando:

- ¿Cómo te llamas, amigo? - le dice.

- Lucio - le afirma él.

- Y a ti, ¿cómo te llaman?

- A mí me llaman Lucero - contesta.

-¡Pero tú no eres de aquí! Nunca te había visto. - le decía.

- ¿Por dónde has entrado, si toda la finca está vallada y las puertas de entrada están cerradas?

Majaralto. El Cobre. Algeciras

- Yo no necesito ya llaves para abrir ninguna puerta - le contesta - Estuve por estos parajes como animal de carga, me usaban para las faenas del campo, arrastrar el arado y dar vueltas con el trillo también, y llevar en mis lomos hasta los molinos, a por las teleras de pan moreno que las familias consumían.

Lucio se quedó pensativo y no movía sus mandíbulas, solo resoplaba, inquieto, y le miraba con fijeza. Y le dijo reflexivo:

-Entonces, ¿tú, para eso vivías?… ¿solo para arrastrar con tu cuerpo el arado, y el trillo en la era… y llevar los haces de trigo y garbanzos y cebada en tus lomos a niños y ancianos?…

- ¡Así era mi vida, Lucio! - le contestó - Era llevadera y con mucha alegría; me sentía útil y comía lo que me daban… más hierba y paja que grano, pero eso era lo que había... Alegraba a los chaveas cuando me montaban y algunos hasta me galopaban, aún sin silla, solo con una manta y, otras veces, a pelo y una cerreta o bocado para sujetarme; algunos me temían: eran los primerizos que se acercaban a mi vera y yo lo entendía, también yo apreciaba  lo que ellos sentían cuando me galopaban, por lo de la finca la Marquesa, en dirección al molino Escalona.

Y le dice Lucio: ¿Y... has venido tú solo?

Parque de los alcornocales. El Cobre. Algeciras

- No, traigo compañía. Están por la finca recorriendo esos lugares que ellos bien conocían, ya que vivieron por estas lomas, y canchos y su río de la Miel.

- ¿Pero quiénes son? - le insistía Lucio.

 - ¡Eh, amigos! - Les grita con un potente relincho a sus acompañantes.

Desde la espesura, entre la yerba seca, la que aún se aferra a la tierra, van apareciendo el alacrán, la bicha, el ratoncillo, la tórtola, el ciempiés, el lagarto, la lagartija, la cría de la víbora, la rana y el sapo, la araña gigante, el conejo alegre, el grillo y las hormigas voladoras y ese fiel perro que se negó a comer cuando le faltaron sus dueños hasta que murió por falta de alimentos… ¡de pena!… El gato saltaba como un cervatillo y los buitres caminaban despacio detrás de él; también revoloteaban las abejas  que se alegraron de verlo, ya que la mujer del casero las recogía en unos tubos de corcho, con sus habitaciones disponibles para pasar el invierno, mientras la burra cabizbaja masticaba la fresca yerba, hoy sin el ‘jato’ para acoplar a su cuerpo, ese serón con cuatro cuerpos para acarrear los cántaros llenos de agua de la fuente del chorro de ‘Chorrosquina’. Y los gorriones daban vueltas alrededor de la finca junto a las golondrinas que se acercaban sin miedo.

Lucio enmudece y resoplando y pateando la tierra y le dice a Lucero:

- ¿De dónde has sacado toda esta caterva de seres extraños?

 Lucero le contesta:

- Eran mis compañeros aquellos años donde regía la armonía, y hoy me pidieron que los trajese de nuevo a estos parajes para volver a sentir esas alegrías  que vivíamos en esos años.

Lucio le dice a la bicha: - ¿Y tú, de qué conoces este rincón en la sierra?

Pedro Abad. Córdoba

-Yo jugaba con un niño que vivió aquí, y una vez me espió cuando mudaba mi piel y se la llevó a su madre; y otra vez me cogió de la cabeza y de la cola y me llevó al cortijo encima de sus hombros. Y su madre le gritaba asustada que la soltase…

Seguidamente, el alacrán  dijo: yo le pique una tarde cuando estaba cavando en el huerto, me acerque a ver qué hacía y le vi cavando en la tierra con una pequeña zoleta  y, cuando vi la zoleta encima de mi cuerpo, me tuve que defender y le clave el aguijón en el dedo gordo del pie izquierdo. Ya lo sentí pero temía por mi vida.

Mientras las hormigas revoloteando se quejaban de que ese niño las cogía para ponerlas de cebo en sus trampas para cazar gorriones.


Pedro Abad. Córdoba

Los buitres le recordaban que una mañana en la que, estando descansando en manada a las afueras del cortijo, por la vereda que bajaba en línea recta a la carretera que sube hasta el chorro, subía un niño muy chiquito y nos pasó rozando nuestras plumas con su cuerpo, ¡casi nos tuvimos que apartar para dejarlo pasar! nosotros le mirábamos con curiosidad y él ¡sin miedo! no nos hacía caso. No veíamos miedo en su rostro, solo una extraña calma, ya que sus andares eran ligeros y sin pausa. Y, en otra ocasión, estábamos comiéndonos una vaca muerta al lado de la finca y su perro acudió a ver si podía coger algo de carne, y el niño salió detrás de él... solo se acercó ya que le dábamos respeto y viendo que a su perro no le dejábamos acercarse… se lo llevó de vuelta al cortijo.

La lagartija estaba enfadada y le decía que a ella le cortó su rabo y se lo enseñó a su madre y ¡encima, el niño se reía! ya que mi rabo seguía en movimiento.

Pedro Abad. Córdoba

Y, del grupo  de las golondrinas, se acercó una para dar las gracias por la ayuda que les dieron a sus antepasados, dejándoles poner el nido dentro de la cocina.

El gorrión estaba muy enfadado, ya que los cepos que ponían de vez en cuando, aprisionaba los cuerpos de sus hermanos para el alimento de la familia.

La araña se sonreía, ya que ese niño, cuando caminaba con sus cabras por la sierra, se dio de frente con ella en sus dominios, y se detuvo y cambió de camino, entre la espesura para no molestarla...¿O sería que la temía?

 Las ranas se quejaban de que el padre de ese niño las cogía de los arroyos para comérselas fritas.

Mientras, el lagarto sacaba pecho y sonreía, ya que él se encontraba tomando el sol en la vereda de la huerta y el niño estaba regando la finca y subió para la alberca, a cerrar su boca de riego: - Se encontró conmigo y no le deje pasar… me levanté apoyándome en mis patas traseras  y le hice frente y él, con muy buen criterio, salió de la vereda y rodeo por su derecha… ¡Creo que le asusté! 

Cortijo de Majaralto. El Cobre. Algeciras.

La burra se puso seria y le dijo: - A mí me utilizaban para ir a por el pan al molino, y para llevarles el costo y el agua a los segadores, y a las eras. Y muchas veces ese niño trataba de esconderme cuando iban a por el pan,  para así coger a Lucio que para ellos era más importante ya que lo galopaban. También me tocó caminar por estas sierra cargada de carbón de picón y leña para la candela…

 Lucio relinchaba y, trotando, se acercó a la cerca que daba visibilidad al Peñón y su Bahía, donde aún fondean los barcos, esperando poder entrar para su descarga. Mientras, a lo lejos, se observan las costas de África. Era un día soleado, disfrutaban de sus vistas... Doblando su cuello, tras él observó que, por más que miraba y buscaba, los intrusos con los que él había dialogado ya no los consiguió volver a ver más.

Antonio Molina Medina

03.06.21