Después de unos pocos días en el
SUR en compañía de mi gente guapa, en los lugres de mi niñez, pude seguir
gozando y limpiando mi mente del laberinto de la ciudad que cada día se me hace
más pesada.
El sol trasponía por la sierra y,
sin pensarlo..., sin decir nada a nadie, me encamine río arriba por senderos escabrosos, buscando un
remanso de paz aún más evidente que la que me rodeaba. La buscaba a ella, y me
pareció más bella que nunca. Su golpe de agua me trasladaba a los años de mi
infancia cuando acompañaba a los cabreros por la sierra virgen, y mojaba mi
cuerpo en ella, en sus frías aguas. Fue una tarde mágica.
Cuando regresé y conté mi pequeña
hazaña..., me decían:
-¡Pero chiquillo...! ¿Y se te
hubiese pasado algo? Sin ayuda de nadie...
Yo sonreía... solo sonreía y de
mi interior solo fluían estas palabras:
- Que más quisiera yo que
quedarme a reposar para la eternidad con tan buena compañía, y mi cuerpo fuese
el alimento de los buitres que volaban por los lugares. Hermoso final de una vida
sirviendo de comida a los animales de la alta montaña.
Antonio Molina Medina