Sinovas- Pedanía de Aranda de Duero |
Comienza a amanecer y por las rendijas de las ventanas del
cortijo los rayos de luz provenientes del astro sol brotan, sin pausa, por la
hondonada del estrecho dejando atrás las costas de África. El cuerpo menudo de
un niño se remueve en sus carnes alterado al ruido sibilino y maravilloso del
revoloteo de las golondrinas que rodean el edificio plantado en el Majal, al
comienzo de la sierra. El niño, inquieto, abre la contraventana y observa la
fuerza del astro sol, cuyos rayos le ciegan… y grita con fuerza:
-¡Mama, mamá!, ¡quita la tranca y abre el portón que
han llegado las golondrinas! El niño se despertó con el ruido que provocan las
golondrinas sobre su cortijo y se levantó a toda prisa para abrirles la puerta,
ya que el nido del año anterior estaba aún en lo alto de la viga del techo de
la cocina… la tranca que sujetaba las dos hojas de madera eran muy pesadas para
él y la cerradura costaba abrirla para unas manos tan menudas. Volvió al
dormitorio y puso sus manos en los cuerpos de sus padres y a su zarandeo, ellos
miraron y le dijeron (haciéndose los asustados):
Sinovas- Pedanía de Aranda de Duero |
-¿Qué pasa niño?
-Es que han llegado las golondrinas y están revoloteando
por el cortijo ya que su nido lo tienen en la viga de la cocina… -les decía.
Su padre saltó de la cama con una franca sonrisa y se dirigió a
la puerta de entrada para quitar la tranca y abrir la cerradura… Fue abrir y,
como un rayo, se colaron sin miedo una pareja de golondrinas que fueron
derechas al nido para, posarse en él, iniciando su reparación como así lo hacían
año tras año después de viajar miles de kilómetros, aparecen desde las costas
de África para continuar con su especie, libres de la maldad y del desprecio a
la naturaleza, a la que ellos adoraban.
El niño arropado por su perro correteaba por el prado envuelto
en la aromática mañana de cielo azul con una ligera brisa que soplaba sobre su
rostros, aún sin acariciarlo, con la fresca agua del chorro que su madre
le preparaba.
Ciudad de Orduña- Bizkaia |
Fue una mañana agitada ya que entraban con sus ramitas en sus picos y salían de la estancia para acarrear más ramitas rellenando con prisa ese nido que reparado, serviría para formar esa familia que cada año acudía a su lugar de partida como todos los años.
De vez en cuando, los gorriones se colaban revoloteando por la
estancia esquivando a las golondrinas que se interponen en sus vuelos, posando
sus cuerpos en las vigas del techo y sin miedo, ya que era esa compañía que
allí necesitábamos.
La luz, todo lo alumbraba y el cielo azul claro se deja
querer y respiraba la mañana, con olores a tuberosas y al aroma de los naranjos
junto al perfume a romero, poleo, manzanilla y otras plantas aromáticas que su
madre plantaba en la salida a la finca.
Primavera a pesar de una guerra fraticida |
Alguna que otra serpiente se colaba de paso a la parte de atrás donde encontraban la puerta de dos hojas, abierta para su paso donde, a la izquierda, se escondía entre las calas y los rosales, con la advertencia de su madre.
-¡Niño, no te acerques a las calas que suelen poner las bichas
sus huevos!... Mientras, por el patio de la entrada
principal, en la morera verdeaba ya sus hojas para alimento de los
gusanos de seda que su madre guardaba en una caja de zapatos… Y sus frutos las
moras que cogían para el consumo humano.
La vida le sonreía disfrutando de la libertad como si de un
cervatillo se tratase, junto al cauce de experiencias que se
ampliaba desde la plena NATURALEZA, que les guardaba las
vistas a la Bahía, con el trajín de sus barcos, los silbidos de sus
sirenas ¡que hasta la sierra subían! El niño jugaba y correteaba con su perro
León, espantando a las gallinas para que no se meterán en su huerto.
01.02.22.
Antonio Molina Medina