Acurrucado,
arrodillado en su regazo,
busca
los sabores del ausente.
Cuerpo
dolorido, amansado,
flotando
en suspensión entre sustancias
que
pululan por el espacio sideral.
Despeja
los sentidos atrofiados.
Roza
lo infinito, lo trivial.
Aferra
a su sombra entre sus brazos
e
inquiere entre las alturas su rostro:
para
mirarse en sus ojos;
para
bañarse en sus labios,
Y
degustar los placeres gratos
de
la periferia de su cuerpo,
firme
y sereno.
Frente
a la divinidad que trasmite,
suplicante
y férrea
junto
al jardín de las delicias
desfoga
la riqueza que mana
de
su propia alma,
que
se confunde con la nada;
para
seguir siéndose suyo…
27/04/16
Antonio
Molina Medina