Acudí a su
estancia a abrigarme.
Sus
paredes lucían añejos recuerdos
dónde
voces sosegadas y pertrechas de oídos
me
atrapaban mientras la candela,
colmada de
troncos, ardía lentamente,
brotando
de ellos lenguas de fuego
de color
azul cielo.
El calor
se esparcía por toda la estancia.
Mientras
nuestros cuerpos se posaban en la tarima
entre
oleadas de versos y notas finas,
la añeja
guitarra se desperezaba
viviendo,
soñando recuerdos de pasados tiempos
que nos
atrapaban entre nubes blancas
por las
que caminaban corazones,
pechos
uncidos entre ríos de agua.
Zumbaban
las abejas y de sus patitas
se
esparcía la miel.
Las leguas
de fuego calientan nuestra alma.
La luz nos
despunta la mente y hace posible
que el
silbido de las palabras se introduzca
cual
mordaces cuchillos en nuestros corazones,
sin
resquebrajarse…
Elevándose…
Ensalzándose…