Cincuenta años de Cultura en Basauri-Bizkaia-País Basco
“Yo amo a aquel cuya alma está tan llena que se olvida de sí misma,
todas las cosas están dentro de él: todas las cosas se transforman así en su
ocaso.”
Friedrich
Nietzsche
Y se hizo verde verde su cielo
Morimos como
nacemos.
Nos nacen para
sentirnos vivos hasta que llegamos a lo desconocido. Cada año consumido,
quizás, no vivido. La lluvia nos deja entre sus gotas el murmullo ensangrentado
de miserias humanas que queman los árboles de los montes sin nombre.
Y el río Nervión se protege del ser humano
Caminamos sin
rumbo, hasta el cielo está comprado, hasta el abrazo nos es negado a aquellos
que nos atrevemos a sentirnos personas y cómplices de la materia, sin futuro y
agitados de muerte, nos conducen al cadalso ya que se han apropiado de nuestra
existencia haciéndonos esclavos de su tiranía.
Y sus aguas se resienten ante la maldad de sus gentes.
Alguien nos
dijo lo que somos y sin título. Quizás, en lo que seamos (aunque no
lo queramos ser ya que todo lo ignoramos) sólo la muerte es la compañera
que nos despierta al nacimiento, para exigirnos de dónde venimos y cómo
acabaremos, sin paliativos, entre los cuerpos de los árboles que se cruzan en
la marcha de nuestro destino; solo los astros nos acompañan para decirnos que
el frío, el calor, y la sangre que recorre nuestro cuerpo, depositado en
nuestro nacimiento nos indican que este mundo sería para disfrutar lo poco que
duramos desde hace siglos.
Los frutos de la tierra se intoxican del cemento
La muerte es
nuestra eterna compañera y la aplaudimos o la ignoramos con frecuencia, aunque
dentro de nuestro ser apostemos por la vida, aunque muramos entre sus
herramientas sembrando su dolor incapaz de contenerla.
Lista estaba
la siembra y sin cosecha; los vidrios se calentaron en demasía provocando las
hogueras que no sabíamos que existían, tampoco esperábamos que los
espejos nos deslumbraban en sus lucernas. Hoy cerramos los ojos y soplamos ese
candil que nos alumbra desde la cuna que, de niños, nos dejaba acercarnos a
tocar su firmeza sin darnos cuenta que la muerte es muy firme y no se puede
jugar con ella.
Su marchar es lento pero seguro
Resuenan los
chasquidos de las balas entre la maleza y, mientras caminamos escapando de
ellas, crecemos entre la maldad que se ha instalado en el becerro de oro que
provoca las contiendas; algunos cogemos entre las manos, la pluma y el lápiz
para hablar de sus guerras, y otros, el fusil y la ignominia para derramar la
sangre que generan sus actos donde la muerte y el odio y el brillante vil metal
son sus únicas compañeras.
Hoy, nos
aferramos a las raíces de nuestra conciencia que, mutilada en nuestro jardín,
intenta mutilar a nuestra mente entre golpes de tronera que provocan nuestros
dedos ensangrentando las cuartillas del blanco papel en tristes apelaciones de
nuestras conciencias.
Crecen junto a la vida primitiva
Ellos se
reparten la tierra y sus riquezas y nos ofrecen banderas y miserias baratas.
Somos meros instrumentos y mano de obra para sus guerras; sangre
derramada para lavar sus conciencias, ya sin dioses que nos salven ni cielos
que nos defiendan. Los años han sido vencidos por la ceguera del muerto
mientras ellos, sentados en sus palacetes de oro y mirra, se acercan a nuestras
costas contando los homicidios, que generan sus vasallos por un puñado de
monedas. Aunque sepamos que para soñar sus desaciertos les cuesta coger el
rumbo de esa tumba que nos espera, unos con corazón y otros con plomo en sus
esfinges, cubiertas de calaveras.
Y se protegen ante la maldad del ser humano
29.06.25
Antonio Molina
Medina
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La alegría inunda las praderas y se defiende de la mano del hombre |