VIDA NUEVA



Un paraíso se divisa al trasluz
de los rayos de sol que brotan
como maná por el impulso
de manos expertas y briosas
abrasadas por el astro sol.
El campesino impulsa con brío al cielo azul
con el bieldo de madera la abundante mies 
de la anhelada cosecha.

La claridad que se vislumbra
es interrumpida por la parva
que el aldeano catapulta hacia la altura
para separar el grano de la paja,
la dorada mies que el lugareño mima
con la ayuda del resoplido del viento de levante,
retumbando el grano sobre la tierra,
llegando a formar un pequeño cerro,
hermoso y deseado promontorio
que los lugareños miran con agrado;
es su alimento necesario,
el que él y su familia precisan
para el sustento ansiado.

El brillante grano, cuyo reflejo se expande
a las riberas del río de la Miel, que nos contempla
poblado de hortalizas y de productos en sus huertas
que llenan con orgullo sus despensas.

Terminada la ruda tarea,
bañan su cuerpo en el río y
limpian sus manos de impurezas
trasportándonos al paraíso de todas las añoranzas,
brotando de lo profundo de sus almas
las historias, cuentos y leyendas
que sin querer ellos nos introducían
para formar nuestro cuerpo
y nuestro espíritu,
para encauzar nuestra vida.















En las limpias aguas de su río
sus férreos rostros se reflejaban,
gentes bravas que relucen todas sus desventuras,
rostros marchitos de aquellos que no nos olvidaban.
Blanden en sus vastas manos
las horcas con sus puntas de madera
para elevar al cielo los frutos recogidos
y el viento sople el producto de la siega.

El viento cesa de improviso
el campesino se desespera
de tanta paz que le rodea
mientras intenta separar
la paja, del grano de trigo de la cosecha.
La tarea es ardua y agotadora,
el viento con su inmovilismo
hace imposible poder separar
el fruto de la dorada paja,
la que el ganado agradecerá
como alimento deseado.
Aprovechando la temida calma
reinician la tarea de trasformar en alpacas
la paja que han pisoteado las bestias
con un artilugio de cinco tablas,
como torre de Babel,
introduciéndose bien prensada en ella
para guardar los grandes bloques de paja oprimida
mientras esperan que el viento vuelva a soplar en la era.

Llegan las nubes, el cielo se oscurece,
ellos fruncen el ceño,
el enemigo siempre les acecha.
El campesino ronronea
cuando en el cielo
aparecen nubes negras, negras, muy negras.
El campesino las mira, se resigna,
su rostro refleja la tristeza.
Antonio M. Medina