MUJER CON ARROJO -



ADORACIÓN GONZALEZ MARTÍN (MI ABUELA PATERNA)

Chauchina, su pueblo
 

Fue en Granada, en ‘Romiya’, en mi tierra.
Era el año de mil novecientos cincuenta.
Paseaba por su pueblo, agarrado de una mano menuda;
la de un niño asustado y tierno que contemplaba sus calles
después de un prolongado destierro.
 

¡Con qué orgullo enseñaba ese niño a sus vecinos!
Qué alegría brotaba de sus ojos
y de su rostro curtido por el sol de nuestra tierra
que te aplana, te afloja y te quema el cuerpo.
 

Cantando va como un chiquillo,
con el tesoro que le ha mandado su hermana.
‘Mamachón’ les contempla,
brotándole lágrimas de unos ojos acostumbrados al llanto
que se introducen por los surcos que se reflejan en su cara
y que limpia con un pañuelo
que extrae de la manga de su chaqueta.
 

¡Mirad!, ¡éste es mi sobrino!,
les indica a los vecinos con los que tropieza.
¡Del norte ha venido a visitarme!,
afirmaba con mucha alegría.
Este hombre eufórico recorre todo el pueblo,
pavoneándose, como gallo de corral y de pelea,
por el regalo que su hermana le ha traído.
 


Su tiempo


 
Es domingo y fiesta de guardar.
A misa han de ir sin rechistar,
pues ha hecho la primera comunión,
en otra tierra, la que les acogió.
Es un rito que lo refrenden en ‘Romiya’

 
Le acompaña una niña de su edad,
prima suya, que con él caminando va,
agarrados de la mano y sin pestañear.
Se acercan ambos a recibir a Dios.

 
Pero ese Dios no les quiere recibir.
El sacerdote les niega ese derecho,
dice que no se han confesado con él.
Con siete y ocho años y un montón de pecados…
Los dos niños se quedaron clavados en las sillas,
¡el sacerdote había pasado de largo!
 

Sus fuerzas se niegan a levantarlos,
la humillación es más fuerte que la ira.
Aquellos que decían defender unos valores,
una moral y no sé qué cosas más…
pensaron que unos niños de siete y ocho años,
en cuatro días de viajes y penurias,
el diablo que tanto nos mencionaban les poseía.

 
Pero, saliendo como un caballo desbocado,
una mujer con su bravura bien manifiesta,
que, con un alarido de dolor, reaviva
un triste recuerdo de su vida.
 
Nuestro tiempo

—¡Me arrebatasteis a lo que más quería!
—¡Me humillasteis en una época de mi vida!
—¡No voy a consentir que le neguéis a mis nietos lo que piden!
—¡Os las veréis conmigo!
—¡Porque soy una brava mujer de esta tierra!
 

Agachando la cabeza el padre cura,
con rabia, se pone otra vez la capucha.
Tras el espectáculo que provocó su intolerancia,
les da la comunión a toda prisa.
Reciben la forma, que los niños engullen con angustia.
 

Altiva, levantando la mirada y la barbilla;
rostro erguido, con orgullo.
Con los niños de la mano,
sale de la iglesia
y se dirige caminando con energía,
a contarle a su hermano
que, una vez más,
en sus nietos querían volver a recordarle
lo que un día llegaron a realizar con ella.
 

Su fortaleza, su pundonor y su honradez
han hecho mella en las gentes venideras.
Fue humillada por la intolerancia,
le arrebataron lo que más quería.
El dolor siempre permaneció vivo en ella
para poder defender con coraje y gallardía
a unos cachorros que ella con acierto protegía.

 Antonio Molina Medina