EL ROJO DE LA ARENA…


¡Que es poesía, tú me dices!
Apaciguo mi cuerpo en la arena de la playa
mirando a la mar, sereno y en calma.
Una lancha a, lo lejos, ruje su motor
interrumpiendo los sonidos de las olas
que, a mis pies, rompen su cadencia.
Cierro los ojos y aun puedo discernir,
las blancas nubes que cubren el amanecer.

Con un libro entre las manos,
pasando hojas ya leídas,
que sujetan mis dedos con fuerza por la
insistencia del viento, que nos domina.
El agua del viejo poniente, limpio y
solitario, resplandece en la arenisca,
que cubren mis pies.
Las gaviotas revolotean, picoteando la arena.
Sentado, mirando a la mar, mi alma se queja,
mientras la delicada arena cobija mi cuerpo.

El viejo gusano sacude mi cerebro…
y sigo caminando por este desierto.
¡Que es poesía!
Dice mi corazón, en voz baja,
observando el azul del cielo
que interrumpen las gaviotas
en su revoloteo.
Antonio Molina Medina


SUS LAGRIMAS

Fuente del Águila. Río de La Miel. Canuto hondo. El Cobre. Algeciras.

Compartiremos lágrimas,
lágrimas que se deslizan
por las arrugas de mi rostro
de surcos compasivos que tratas
de silenciar con los dedos de tus manos,
los que atrapó el tiempo con tu silenciosa  
y ‘repiqueteante’ mirada.
Los sonidos resuenan compasivos
recorren tu cuerpo,
esponjoso y tierno para dormirse
entre sus brazos, arqueando tus pestañas e
introduciéndote en el armario de tu alma,
donde una musiquilla se convierte en plegaria
que bombea su interior copulando con tu alma.
Das vida a tanto amor incubado que
se reseca y clama… reclama… poniendo al cielo
por testigo rompedor de moldes desde su techo
de ramas. Donde los sueños van creciendo,
poniendo el corazón entre sus brasas.
Se empeña… me empeño… su empeño…
cielo azul rompedor de nubes blancas…
Preñado por romper el amor y la esperanza…
para quererte… quererse… quererla…
sintiendo el infinito del tiempo,
donde aún brota la esperanza.
Antonio Molina Medina

Una plaza rodeada de niños.

La muy noble y leal Ciudad de Orduña.  Bizkaia.

Tratando de seguir caminando, la única forma de vivir es soñar llegar a alguna parte. Pasan las páginas de un libro. Cerrando los ojos se introduce en él y se mece con el balanceo que proviene de los pergaminos que sustentan su calma entre socavones de letras. Ya no se deja ni viaja, nada le atrae. Hasta el aire sufre cuando respira el aire que sus pulmones fermentan.

Orduña
Contar los sentimientos, los que brotan al margen de lo que te rodea, es prioritario y necesario. Tratar de comunicar lo que tu corazón siente en este momento, donde la libertad es parte de tu existencia, también lo es, por eso escribes lo que sientes Antonio, lo que siento, aunque sea dolor. Desde el dolor y la rabia me obligo a rebelarme contra él mismo y su forma de ser, sabiendo que sigue en su tren sin saber a dónde va.
Se sufre corazón. ¡Maldito corazón! ¿Por qué amas? ¿Por qué tiemblas? ¿Por qué la amas si tu misión es bombear la sangre oxigenada que circula por tus venas? ¡Déjalo morir! Es cuestión de tiempo. Trata de caminar, aún estando en tinieblas.

El tren se desliza cimbreando su estructura de madera y hierros en limpia mañana por el valle entre las montañas. Sus ruedas giran y giran. Giran desde la madrugada al unísono por los raíles que, perfectos, mantienen la distancia. Pasan estaciones, gentes que se apean, gentes que suben incansablemente. Su estructura se resiente con los cuerpos que se acomodan sobre sus asientos. El murmullo de voces se escurre por pasillos y, mientras, el revisor, atento a todo lo que se incorpora a su estructura, nos convida a aportar el billete para su conformidad. Con sonrisa amable, forzada o secundaria repite el rito acostumbrado en siglos pasados que nos hizo soñar:
-Por favor su billete.
Le sonrió y se lo ofrezco, lo revisa y con sigilo amablemente nos da las gracias para continuar.

Siento el sonido que forma cundo la mole de hierro atraviesa los túneles que nos sorprenden con su oscuridad. Entorno los ojos, dilato mi cuerpo y explota el universo ante la mirada que brotó del corazón asfixiado de lo ingrato, ingrávido, y subjetivo que la vida nos depara. La luz se forma de nuevo. Mis ojos que se abren pletóricos de dicha contemplando el valle.

Una pequeña cabaña se camufla entre la espesura. Un chiquito río bordea sus maderas que bien forman su habita. Los perros juguetones, salen presurosos mirando la bestia de hierro. Sus miradas intrigantes me indican que su olfato les advierte de una presencia extraña. Los tallos de esperanza que brotan de la sabia de los árboles viejos nos contemplan. Los miro y me abrazan. Nos abrazan. La mole de hierro se subleva y gime silbidos de sueños entre raíles.

Orduña
La inquietud y nostalgia azotan mi cuerpo. Mi corazón agitado se duele. Entornando los ojos alcanzamos la estación deseada. El tren se detiene, su andén nos saluda, pero no hay mendigo que espere, ni sombra que presienta su cuerpo, sólo el silencio que todo lo inunda. El aire se mezcla con  la palabra que nunca nos abandona, ni nos deje morir envueltos en lágrima.
Parte el tren. Continúa su trayecto dejando el andén…



Diez caminos conducen a su fuente.
Renuevan acertijos. Sin castaños,
sin ilusiones, los caños de agua persiste.
Sombras se baten por sus aguas manantiales.
Ventanas ventilan su puerta milenaria.
Cascada de espejismos. Hastiales sedientos
de niños con furia.
Aforismos, desviven su plaza.
Antonio Molina Medina

ORDUÑA-2

Orduña. Bizkaia. Comunidad Autónoma de Euskadi.

Y su mente se paseaba por las calles de su ciudad mientras los menudos rayos de claridad que el sol nos mandaba, al término de su ocaso, daba paso a la oscuridad que se apropiaba de nuestras pisadas, recorriendo los pasos, detrás de las tumbas de seres que se iban, entre ataúdes de roble y encina, entre sus aldeanos.

La luna alumbraba mis pasos y su blancura era de plata: sobria y poderosa. Nos cedía su luz que, hasta los tejados de los caseríos, reflejaban su paz, junto a sus gentes de antaño  que silenciosamente despedían la noche triste y perezosa. La procesión de cuerpos, se iban alejando entre los sonidos del txistu y tamboril por las calles de la ciudad. Y sus voces y lágrimas se perdían entre la música sacra que nos incitaba a bajar la cabeza. Y a cada golpe que el cuero recibía, se filtraba el sonido que penetraba hasta el corazón y mis sentidos agitaban mi mente, dejando al descubierto las miserias de mi cuerpo.

Orduña. Bizkaia. Comunidad Autónoma de Euskadi.
Mientras, cuerpos, manos y cerebros humanos, seguían en silencio la marcha del cortejo camino del nuevo caserío, donde se juntan cuerpos olvidados, esperando el regreso de los que le acompañaran sin ningún tipo de pertrechos. Mientras, ella se conformaba, ya que pronto recibiría su consuelo: ¡El de toda una vida!  ¡El que movió sus sueños... El que los hizo ciertos!

La noche nochera se cuela entre sonidos de txistu y el tamboril; redobla con los impulsos del sueño pasado, y nos hace vibrar. Sin luces que nos dé esa claridad del fuego y las llamas que engrandecieron sus almas. Mientras, el féretro de ella, la que se adelantó a la eterna muerte para despejar con su osadía el camino marcado con pasos añosos; el que seguirá su amor de verano y de invierno ¡y el de todos sus años!

Orduña. Bizkaia. Comunidad Autónoma de Euskadi.
Mientras un fantasma recorre la ciudad con su señal fatídica, llevando su emblema y su última estrella que se duele de ser de esta vida. Y el cielo se abre, y recibe a su estrella. Ella lo esperaba, lo necesitaba… ¡él era su estrella! Y traspasaron la última frontera. El rostro de una madre fue la luz de sus velas. Ella le sonríe y se abraza a su estrella, que luce en el cielo sonriente y nueva.

Y la noche de pasos y cuerpos y féretros se quedan sin ella.

Un nuevo caserío. La luna le alumbra en las noches claras; sonríen sus caras y crujen sus venas mientras las puertas de acero se abren y se cierran, sin pausa y sin prisa, aun en primavera… La muerte es severa y no tiene prisa, incluso nos consuela. Mientras tiemblan las almas al despedirse de su propia desgracia, entre las tinieblas.

Orduña. Bizkaia. Comunidad Autónoma de Euskadi.
Como dos soldados después de la contienda, hoy unen sus cuerpos… Cuerpos que se abrazan, cuerpos que no tiemblan, que lo dieron todo aquí, en su tierra; la que nos amamanta, pues somos materia y se vuelve a encontrar ya que hasta la vida… sus vidas les espolearon y supieron compartir fuera de la Cuidad, cercana su puerta, la de Burgos. A la sombra de sus murallas como dos veteranos de guerras pasadas deje que mi corazón se acercara a sus tumbas que, golosas, me ofrecieron su cavidad.

Pero la luna enfurecida orquestó su música entre  txistu y zambombas. Entre tambores de guerra me ofrecieron su libertad, la que me brindaron con sonrisa y anhelos, enlazadas piedras cuadradas, que, entre animales caseros, soportaron su carga.

Orduña. Bizkaia. Comunidad Autónoma de Euskadi.
Limpiando las cuadras sentía su calor humano y la corraleta de puercos de antaño me decía lo que somos cuando los cuerpos se pudren: lo mismo en invierno y también en verano.

Dos amigos. Dos sentidos peregrinos nos dejaron el camino y las veredas y las sendas y los llanos. Los principios que marcaron, las ruedas de los carros con sus anillos de hierro y maderas que no tengo palabras para describirlos ya que los bueyes tiran con fuerza y ¡mira que eran mansos!

Orduña. Bizkaia.Comunidad Autonoma Euskadi
De la noche surge la brisa y, en su azul, clarea la luna que se posa entre las aguas del Nervión, de la esperanza que busca su libertad como una serpiente casta hasta llega a la mar, esa mar de mi esperanza.
Antonio Molina Medina
03/01/18