La muy noble y leal Ciudad de Orduña. Bizkaia. |
Tratando
de seguir caminando, la única forma de vivir es soñar llegar a alguna parte. Pasan
las páginas de un libro. Cerrando los ojos se introduce en él y se mece con el
balanceo que proviene de los pergaminos que sustentan su calma entre socavones
de letras. Ya no se deja ni viaja, nada le atrae. Hasta el aire sufre cuando
respira el aire que sus pulmones fermentan.
Orduña |
Contar
los sentimientos, los que brotan al margen de lo que te rodea, es prioritario y
necesario. Tratar de comunicar lo que tu corazón siente en este momento, donde
la libertad es parte de tu existencia, también lo es, por eso escribes lo que
sientes Antonio, lo que siento, aunque sea dolor. Desde el dolor y la rabia me
obligo a rebelarme contra él mismo y su forma de ser, sabiendo que sigue en su
tren sin saber a dónde va.
Se
sufre corazón. ¡Maldito corazón! ¿Por qué amas? ¿Por qué tiemblas? ¿Por qué la
amas si tu misión es bombear la sangre oxigenada que circula por tus venas? ¡Déjalo
morir! Es cuestión de tiempo. Trata de caminar, aún estando en tinieblas.
El
tren se desliza cimbreando su estructura de madera y hierros en limpia mañana
por el valle entre las montañas. Sus ruedas giran y giran. Giran desde la
madrugada al unísono por los raíles que, perfectos, mantienen la distancia. Pasan
estaciones, gentes que se apean, gentes que suben incansablemente. Su estructura
se resiente con los cuerpos que se acomodan sobre sus asientos. El murmullo de
voces se escurre por pasillos y, mientras, el revisor, atento a todo lo que se
incorpora a su estructura, nos convida a aportar el billete para su
conformidad. Con sonrisa amable, forzada o secundaria repite el rito
acostumbrado en siglos pasados que nos hizo soñar:
-Por
favor su billete.
Le sonrió
y se lo ofrezco, lo revisa y con sigilo amablemente nos da las gracias para
continuar.
Siento
el sonido que forma cundo la mole de hierro atraviesa los túneles que nos
sorprenden con su oscuridad. Entorno los ojos, dilato mi cuerpo y explota el universo
ante la mirada que brotó del corazón asfixiado de lo ingrato, ingrávido, y subjetivo
que la vida nos depara. La luz se forma de nuevo. Mis ojos que se abren pletóricos
de dicha contemplando el valle.
Una
pequeña cabaña se camufla entre la espesura. Un chiquito río bordea sus maderas
que bien forman su habita. Los perros juguetones, salen presurosos mirando la bestia
de hierro. Sus miradas intrigantes me indican que su olfato les advierte de una
presencia extraña. Los tallos de esperanza que brotan de la sabia de los
árboles viejos nos contemplan. Los miro y me abrazan. Nos abrazan. La mole de
hierro se subleva y gime silbidos de sueños entre raíles.
Orduña |
La
inquietud y nostalgia azotan mi cuerpo. Mi corazón agitado se duele. Entornando
los ojos alcanzamos la estación deseada. El tren se detiene, su andén nos
saluda, pero no hay mendigo que espere, ni sombra que presienta su cuerpo, sólo
el silencio que todo lo inunda. El aire se mezcla con la palabra que nunca nos abandona,
ni nos deje morir envueltos en lágrima.
Parte
el tren. Continúa su trayecto dejando el andén…
Diez
caminos conducen a su fuente.
Renuevan
acertijos. Sin castaños,
sin ilusiones,
los caños de agua persiste.
Sombras
se baten por sus aguas manantiales.
Ventanas
ventilan su puerta milenaria.
Cascada
de espejismos. Hastiales sedientos
de
niños con furia.
Aforismos,
desviven su plaza.
Antonio
Molina Medina
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