Querido Blas de Otero:
Acurrucado me encuentro a la
puerta de tu casa.
La gente sale y entra sin
mirarse en tu mirada.
Tu río caudaloso sólo limpia
las caras,
porque las manos se duelen
entre cicatrices y yagas;
las que manan de tu pecho y corazón
se inflaman.
Verde será tu camino y de
verde, verde y grana
serán tus hijos serenos los que
trasieguen inciensos.
Caminarán por tu casa,
la casa de los labriegos, con
sus hoces y guadañas.
Antonio Molina Medina