Después de unos pocos días en el SUR en compañía de mi gente guapa, en los
lugres de mi niñez, pude seguir gozando y limpiando mi mente del laberinto de
la ciudad que cada día se me hace más pesada.
El sol trasponía por la sierra y, sin pensarlo..., sin decir nada a nadie,
me encamine río arriba por senderos
escabrosos, buscando un remanso de paz aún más evidente que la que me rodeaba.
La buscaba a ella, y me pareció más bella que nunca. Su golpe de agua me
trasladaba a los años de mi infancia cuando acompañaba a los cabreros por la
sierra virgen, y mojaba mi cuerpo en ella, en sus frías aguas. Fue una tarde
mágica.
Cuando regresé y conté mi pequeña hazaña..., me decían:
-¡Pero chiquillo...! ¿Y se te hubiese pasado algo? Sin ayuda de nadie...
Yo sonreía... solo sonreía y de mi interior solo fluían estas palabras:
-Qué más quisiera yo que quedarme a reposar para la eternidad con tan buena
compañía, y mi cuerpo fuese el alimento de los buitres que volaban por los
lugares. Hermoso final de una vida sirviendo de comida a los animales de la
alta montaña.
La Chorrera
Caminaba entre raíces y hojarascas.
Entre moles de piedras milenarias.
Buscaba su amada, con ella soñaba.
Y se la encontró, preñada de agua.
Él lavo su cuerpo, sus manos y su cara.
Ella sonreía, cubriéndolo con su agua.
04/09/17
Antonio Molina Medina