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Majaralto-El Cobre-Andalucía |
¡Y cómo
soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de
enigmas y el redentor del azar!
Friedrich
Nietzsche
Racimos de Emociones
Tímidamente rayaban las primeras luces del alba por el portón que abre y da paso a las aguas del estrecho y la luz se extendía en línea recta sobre las aguas de sus mares, cuando comenzaron a aparecer los primeros sonidos por los aledaños del cortijo; los gallos ya se habían desahogado con sus gritos a las mañana y las bestias, animales caseros, retozaban entre gruñidos que nos hacían recordar que, lo poco que teníamos, era necesario para tales seres que día tras día nos acompañaban pidiendo impacientemente la pitanza necesaria para el sustento.
Las golondrinas volaban sin pausa rodeando
la mansión de donde salía un hilo de humo blanco por la chimenea en señal de
paz y sin adornos que guardar; una reata de hormigas se paseaba por los caminos
y las sabandijas salían de sus nidos a tomar el sol para calentar su cuerpo de
sangre fría y el ganado berreaba y, brincaban entre relinchos los bellos
caballos y los cencerros de las vacas se arrebujaban a la salida de la cuadra.
Entre montañas.
Una cabaña recia
con su techo de paja.
De piedras sus
cimientos,
al borde de ladera con
fuente y río discreto.
Era lo que deseaban.
Las cabras ya
habían salido por la vereda a la pradera de su montaña, en busca de hierba
fresca, mientras que el cabrero canta canciones actuales; sonrisa en su rostro
adormecía su mirada mientras, las hojas de las palmeras, sus dedos las
unían para sacar la tomiza para pasar el tiempo mientras ardía su cigarro entre
los labios, cayendo su ceniza, alguna, sobre su ropaje; mientras
alguna que otra honda salía de sus manos por si hubiere menester para aligerar
al ganado descarriado.
El olor a
estiércol salía de sus campos esperando el agua, ya que la semilla se dejó
colar por todo lo sembrado.
La cúspide de
las montañas se dejaba seducir por los gañanes que gritaban los nombres que le
devolvía su eco, taladrando sus oídos para nunca poder olvidarlos.
Pero la vida
se truncó por lo cruel de su pasado dejando tras él lo mejor de su acontecido
hasta que logró encontrar otra tierra, otro ganado, otras gentes, otra cultura
a la que se aferró para poder soñar con los libros que le dieron, ya que
eran para él desconocidos, buscando entre ellos luces y sombras, y de
nuevo, lo sembrado entre las lomas del tiempo, las praderas verdes de sus años
y el placer de sus ciudadanos.
Antonio Molina
Medina
26.05.25
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