Era de madrugada.
Golpeó la puerta
ella la abrió.
No la conoció, iba disfrazada.
Mi hermana era muy confiada,
el mal no conocía,
ella, sólo soñaba.
Cómo iba a pensar que venía a por ella,
estaba señalada.
Se sentó a su lado,
se quitó la mascara
y le ofreció su verdadera cara
para atraparla, y se la llevó con ella
sin las luces del alba.
Era un veinticuatro de marzo,
hace años que falta.
Pero ya ves hermana,
la muerte es nuestro sino,
llega en cualquier momento,
lugar, edad, es dueña de la vida,
de las que ella atrapa.
No tiene sentimientos,
para eso le pagan.
A pesar del año transcurrido
lentamente las almas se calman,
cicatriza las heridas.
Pero estás más viva,
más presente y más lozana.
Tú no morirás nunca,
tus recuerdos afloran
desde la alborada.
Dejaste la semilla,
los tallos ya han brotado,
el rocío los mantiene jugosos
con el jugo de las lágrimas
de los que en ti creían,
los que en ti confiaban.
Descansa mi niña,
tu casta está salvada.
Antonio M. Medina
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