El árbol cuando chiquito
brota cual tallo celeste.
Sus raíces torturadas
por la fuerza de los aires,
las hojas marchitas
se desprenden de él,
vibrando como joven eficiente.
Pero poco a poco,
año tras año,
el árbol se endurece.
Cubre su cuerpo de corteza
para abrigarse y protegerse,
se prepara para el frío invierno,
del hielo y la posible nieve.
Con el transcurrir del tiempo
ese tronco es diferente,
el viento ya no lo balancea,
el soplo del aire mece sus ramas
y sus tallos verdes.
Irremediablemente,
el tronco se endurece.
Él no se da cuenta
inmóvil el aire lo duerme
pero sus ramas se balancean
mientras sus verdes tallos florecen.
Inexorablemente el aire lo duerme
mientras los tallos briosos
que de él emergen, se ciñen,
se estremecen y gozan
del tronco perenne.
Cuidad de ese tronco
y de donde procede,
nunca permitáis
que la hiedra lo envuelva,
lo ahogue y lo seque.
Tiene nombre de rey
y fue de su gente,
a muchos de los nuestros
nos marcó para siempre.
Antonio Molina Medina
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