Era un veinte ocho de julio
el año ya no le importaba.
Se le vio caminar entre niños
y en su casa.Sus títeres lo mecían en cánticos y alegrías la
que emanaban de su rostro, que el tiempo nunca cambió
tras el tiempo transcurrido su mirada, aún mira.
La casa y sus aledaños eran
fiesta aquel día
los títeres y la luna por los
olivos brillabansus olivas escanciaban verde líquido, divino,
su verdadero querer, así nos lo dejo escrito.
El niño volvió a brotar, de
lo más hondo de los suspiros.
Las alegrías eran suyas; los
chillidos, sus deseos revividos.Fue una tarde de ensueño. Los pájaros, extrañados,
dejaron paso al momento. Él se sentaba en el suelo
buscando encontrar un hueco para disfrutar los
títeres que llegaron a su pueblo.
Se transformó en lo que era,
en el niño que soñaba
sentía su corazón como una
noche muy clarael querer, la inquietud, se mezclaban en su cara
mientras los niños lo aclaman, elevándose a su cielo,
surgen sus versos rimeros de su boca y de su pelo.
La gente se apelotona,
llenaba ‘to’ los eventos
que en su Huerta celebraban,
mientras él los contemplabameciéndolos en el tiempo, con desparpajo y acierto.
Viví el mejor de los
momentos. Se desplomó el hombre viejo,
se hizo niños con ellos,
desde el suelo con sus risassus quimeras y sus miedos se sentían los latidos
de corazones primeros, jugosos, tiernos, sinceros…
Y dicen que lo mataron para
borrar su recuerdo
pero no contaban ellos que a
los dioses no se apartan con la muerte sus recuerdos.
Está más vivo que nunca. Ya es mucho más que un recuerdo.
Es una leyenda viva que se ha
encarnado en el pueblo.
Se sentía la tristeza que
desahogamos en silenciotener que dejar, su Huerta y sus recuerdos
su Granada y la tierra donde nos parieron.
Antonio molina Medina
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