ENTRE LUCES


La Chorrera. Río de la Miel. Canuto hondo. Parque de los Alcornocales. Algeciras
Ayer Salí caminando con la mente puesta en ella. Se me abrió el portón de la Marquesa. Su camino…, quizás aún vereda. Sigue sin pasar el tiempo y sus piedras salpicaban mis pies, seduciendo mis pisadas y mi cuerpo se altera, caminando por esos senderos que aún perduran.

Sus ruinas me miraban sonriéndose, donde un día en sus corrales bullían las bestias. Las alpacas de paja me saludan al paso y, en los cercados, los becerros tendidos a la sombra junto a sus madres, me seguían cautelosas como vigías siguiendo mis pasos, cuidando sus crías.

 

Parque de los Alcornocales. Río de la Miel.
Ya rumbo a la arboleda de fecundos chaparros mi cuerpo bullía y salpicaba mi sombra sobre la arena y las piedras del balastro.    

El corcho recogido ha dejado desnudos de los troncos de los acolchados chaparros.

 

Envuelto en el tardío sol y el calor de la tarde; nos introducimos entre luces y sombras, dejando atrás la fábrica de la luz y el molino Escalona y pasando su puente nos cambiamos de lado en el Río de La Miel, cuyas cantarinas aguas repican simpáticas coplas. Mi mente se aferraba a sus melodías, mientras mi mano se anidaba a las fuentes de antaño, traspasando su arco dorado de años.

 

Parque de los Alcornocales. Río de la Miel.
Ligero de equipaje me adentro en su curso mirando y marcando en mis ojos su agua y sus piedras, su arbolado que, paso a paso deja mis ojos repletos de años.

El camino se hace tan brusco como fue su pasado. Entre piedras y riscos aun me acompañan algunos de sus caños de antaño, donde el agua chorrea mis manos y mi rostro se llena de jirones entre las laderas de la sierra que salubres se rinden ante su canto y se hace más liviano mis pasos.

 

El molino Del Águila nos da su abrazo cuyos muros añosos se aferran a las raíces del rio cubiertas de harapos. Nos indica sonriente, que el tiempo no cesa y se acumulan sus piedras, sus años; de su adentro las almas que se aferran a él, me saludan y siguen moliendo la harina que un día nos quitó el sufrimiento, dándonos calor a cuerpos ateridos de frio y maltrato.

Mientras los duendes revolotean por sus ruinas mi cuerpo, continuo sus pasos.

Parque de los Alcornocales. Río de la Miel.
En la explanada, algunos árboles frutales conservan su fruto lo mismo que antaño… los naranjos, perales, ‘hachofaifas’ y moreras, mientras la higuera nos mira con desparpajo y el granado deposita su sangre en las aguas silvestres que su cauce sustenta a pesar de los años.

El agua del rio lame sus cimientos y se acerca a nosotros para saludarnos. El camino se hace vereda y mis pies se rebelan y les cuesta moverse por los años pasados.

 

¡Se esfuerzan con rabia!

El sonido del agua nos seduce, perforando los oídos recuerdos aun añorados. El follaje interfiere e imprecisa mis pasos, mientras las raíces de los árboles que surcan las orillas, se aferran precisas, sustentando su tronco ensopado, descubre sus veredas que el tiempo no cambia, siguiendo el trascurrir de periodos desfilados.

Parque de los Alcornocales. Río de la Miel.
Mis ojos se erizan perforando el follaje: penetrando sus rayos en su noble cascada cuyos gnomos y duendes desprende su caída, entre sollozos y gritos de alegría. Mis oídos se desdicen cuando mis ojos la divisa: es muy sentida, me recuerda: donde niños bañaban sus cuerpos junto a hombres acurrucados a sus años.

 

El duro camino formado con bloques de piedra, difíciles de transitar para piernas viejas.

Pero cuando ves a “La Bella” doncella repleta de nervio, cayendo con fuerza sus aguas, saltando a la comba…, la eterna Chorrera que, vocifera, manifestando que sigue existiendo, sonrío y la miro. Mi cuerpo se pliega a su charca, dejando fluir a través de mis alas, ilusiones que hoy me alimentan junto a gentes eternas, que surtieron sus humildes aguas.

 
Ruinas del Molino: El Águila. Río de la Miel. Canuto hondo. Parque de los Alcornocales.

El sol declina sus rayos y miro el regreso, dejando mis lágrimas, envueltas en el cauce de sueños, donde el infinito se hace de noche y los sauces desprenden su sabia, entre olores a tierra quemada, junto a sueños de sus moradores.

Antonio Molina Medina

24.10.19

 

2 comentarios:

  1. Me has hecho caminar a tu lado
    Gracias Antonio

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  2. Gracias por tu generoso comentario. Tenía muy pocos años (entre 6 y 9 años) cuando me escape a ver la chorrera,la que tanto me hablaban de ella... Y de sus molinos y de su esplendida vegetación donde los arboles producían ese corcho donde me sentaba en el cortijo. Mi memoria esta aun virgen de injerencias dañinas y vivo porque escribo y escribo porque sigo vivo.
    Un saludo

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