Nueve días y una noche encantada.
Compartiendo el pan y los peces. Copulando palabras y versos, por el temple del corazón que las mira. Se dilatan enardecidos corazones. Labios que se enjugan en saliva de vida. Ojos lacerados. Estrellas del alba. Suntuosos son placeres que el paladar nos manda.
La noche nos envuelve, nos atrapa y nos mece envueltos en luciérnagas. La luna nos miraba. Sonriente se oculta junto a las estrellas que se sonrojan al vernos con su luz destellante. Es el milagro de la primavera que se cuela en nuestras casas, que brota en silencio entre pechos de agua de fuente encantada. Los surcos de sangre se deslizan en silencio por todo su cuerpo. Brotan los recuerdos apacibles sin miedos.
El camino está limpio. La vereda es ancha. Las zarzas y el barro se mezcla con la savia que envuelve la piedra que el padre domaba. La casa de mi padre se sonríe, nos cobija y canta. Luz a raudales filtraba por las aberturas de madera antaña. El vino y el agua se poetizaban. El pan, la cebolla su olor nos atrapaba. Era el milagro que nadie entendía. Él sólo soñaba.
Antonio Molina Medina
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