Sinovas-Aranda de Duero-Castilla León |
Y
brotó de un pino caído… apoderándose de sus raíces, las que
fortalecen su cuerpo a pesar de las arenas movedizas que él no intuía;
las que afianzaron sus pasos, dejando en sus pisadas
sibilinos exponentes, entre los quejidos de una mujer que lo
tuvo entre sus brazos, la que no deja en su recuerdo… Hoy en su ancianidad,
aprisionado, dejando de percibir sus fracasos desde una mesa verde… como
todo lo que lo rodea caminando… Son verdes los campos, verdes los pastos,
verdes los trigales y el verde, verde de las nuevas hojas ¡muy verdes! que de
sus jóvenes ramas brotan sus tallos mientras surcaban sus letras perladas
de hojas en blanco. Entre los lugares que posaba sus ojos sedientos de poemas,
los que se perfilan entre suspiros de su alma; la que, embravecida por la
acumulación de líneas, a la sazón se recrean con las letras que se adhieren en
su aleteo que en su entorno aleteaban.
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Las orillas que se extienden a su paso le fascinan, junto al
grano de las espigas de las mieses del trigo y la cebada… atrayendo su mirada,
a lo lejos, los pinares que se dejan caer por los años acumulados en su cuerpo.
Algunos ya postrados entre la maleza, sedimentos. Y otros, ya
calcinados, entre piedras y hojas amontonadas ya secas por el tiempo…, ellas se
quedaron en los campos para surtir la tierra de sustento, donando sus cuerpos a
los nuevos retoños que afloran por los claros de los pinares.
Las olas que emanaba de los vientos, balanceaban los trigales y
la cebada... Ondeando sus cuerpos en los campos, absorbía mis sentidos y
dejaban a mis ojos reforzados con su encuentro; rebasando mi cuerpo, apoyado en
mis pasos ansiosos; de las antiguas veredas surgían los pasos antiguos de
aquellos que naufragaron por los años consumidos y retirados sin remedio cuya
brisa estallaba en mis párpados . Quizás intentemos representar con este
despojo de la mente agrupar nuestros ancestros, y sumergirme entre sus almas, y
formar parte de sus inquietudes, implorando la verdad de la materia.
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Ho atrevido y confundido ser a la sazón humillado y postrado grano de arena que el viento lleva le lleva a donde quiere… agobiado por su atrevimiento, consciente entre tanto ruido producido vuelvan a mí sus quejidos, ecos que sienten lo vivido, sin siquiera apreciar lo que significaba y sin darse cuenta de su propia arrogancia que creía liberada.
Aunque frente a sus sueños de poeta… su propio ser queda
intacto, sin la revelación inalcanzable y sin que se sonrojan de él
los que siguen los surcos del arado que removiera las entrañas de la
tierra que estaba aún sin cultivar cual ser que pervive a la realidad y no es
capaz de detenerse ante el simple entorno de no entender lo que la vida le
ofrece; sabiendo que lo que no haga él, quedará eternamente por hacer, ya que
su atrevimiento a caminar por el mundo despierto y entre sueños tiene un coste
que a muchos les fulminaron hasta su propio cuerpo.
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Quizás trate de unirse a todos ellos, respirando la barrera del
tiempo entre bisbiseos con ellos, arrastrando las cadenas por las arenas del
desierto. Arenas que nos representan a todos los mortales; incluso, lo fueron
con nuestros ancestros… aunque sean para nosotros, los desechos.
Pero cojamos lo que fue nuestro, ya que de sus pisadas provienen
las de los pies nuestros... del tuyo y del mío… ¡Padres que murieron!
Mientras las hojas de los árboles eran mecidas por una fresca y
suave brisa la que apartaba el calor que bostezaba en el pinar de su pedanía.
Sintiendo que también soy una hoja verde, y la brisa del aire me movía de lugar
sin mi consentimiento, y flotaba de un parte a otro, allí donde el viento me
quería trasladar.
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Tal vez floreciente, donde el barco encalló tiritando de frío, y
mi mente se acopló dejando que mis sueños comenzaran a brotar en la tierra del
naufragio en mi pubertad, donde los sentimientos volvieron a galopar.
Por tal fin hoy me avasalle con la fuerza de Hércules, y me
aferro a los soportes de una vida, y con fuerza abrazo a mis columnas con el
ímpetu de un abrazo que me pueda liberar de la maldad y la mentira, atrapado
por esa voz que pulula apresada por el viento, cuyo murmullo nos acecha,
indiscreta, en cada momento.
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¡Abrazadme, madre, padre! Posad vuestros labios en mi rostro. Extraño vuestros susurros, y ese abrazo sincero; vuestra ternura era real en aquellos tiempos donde los fantasmas estaban bien asentados en vuestras vidas y nuestra mente le susurraba a la tierra cosechas apresuradas, para contener el hambre de nuestra mente, para arrojar de ella los infiernos que acosaban nuestras vidas, que nos llevaban a ninguna parte.
Solo los montículos de gusanos producto de los cadáveres
merodeaban en nuestras ilusiones, y merodeaban sin pausa alrededor de labios
muertos y torres de paja abandonada en los campos... o disueltas para el abono
de otra nueva cosecha.
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Las tormentas rugían sin piedad en nuestro cielo y la oscuridad
nos brindaba esa vida precipitada, y a ninguna parte; ya que el agua y el barro
empantanar los caminos, apareciendo esa calma ansiada entre la oscuridad
meditabunda para exhalar unas lágrimas salobres e incómodas y
embarradas, que surcaba las laderas de su rostro… mientras las puertas
del abismo siempre estaban al descubierto caminando entre las flores del
camino, cuyos pinchos de las ramas dejaban cicatrices de la sangre derramada en
su cuerpo, a la sazón, avispero quebrado en sus sentidos.
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Solo nos quedaba la NATURALEZA… la que, se improvisaba a nuestro paso o nos abría sus brazos derramando su savia a nuestros pies que, incautos y serenos, fortalecen nuestro cuerpo envolviendo la mente en el silencio de la tarde, arropando nuestras noches de encunados deseos.
Antonio Molina Medina
11.06.22
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