Desde la playa de Getares, Algeciras |
Con la vista entrelazada
entre el mar y la tierra,
contemplando la fragancia
que solapa su Bahía.
Introduciéndose en mi alma
como el filo de una daga
que se ha filtrado en mi cuerpo
sin provocar sentimiento.
Sin penas ni alegrías
me suspendo en el espacio,
causado por un requiebro
de todo lo que acontece a mi alrededor
Murmullo de voces cercanas
pero tan lejanas en la distancia.
Mundo socarrón de podredumbre,
de grandes temores que inundan mi alma.
Las olas remueven la fina arena de la playa
y con ella los recuerdos
que me atenazan el alma junto a los
sentimientos de una prolongada infancia.
Tiempo postrero roto por el letargo,
por el trueno que produce
èl golpeteo incansable de las olas
que se mecen sobre las arenas que me rodean;
surgiendo como un flujo de sangre
que no se puede contener.
Primeros recuerdos,
primeras enseñanzas.
Tierra de los primeros escarceos
de esa añorada niñez
donde la tierra se revuelve,
se llena de intrusos.
Cuerpos que se mueven,
voces lejanas que todo lo inundan,
junto a lo creíble, lo ineludible, lo imaginable;
frente a la realidad que me ve.
Que nos envuelve, que nos agobia, nos atosiga,
llenado de amargura todo lo que nos rodea.
Con lo sencillo que es convivir, querer, amar,
entregarse por la necesidad de amar.
Sin esperar nada a cambio,
con la esperanza en volver
ese día ineludiblemente
al lugar de donde venimos.
Del lugar donde nacimos.
La tierra que nos parió.
Lugar de encuentro donde estamos avocados
a encontrarnos todos con lo puesto.
Como nacemos, con lo que nacemos,
con toda su grandeza,
aquélla que el gran Dios nos dio
para vivir en este mundo de impurezas.
molina
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