El Cobre Algeciras |
Yo los conocí y conviví con ellos.
Hombres bragados, con muchos sentimientos,
amantes de los suyos y queridos por ellos.
Personajes que representaron una raza.
Los que nos precedieron,
hombres de carácter
que poblaron esta tierra
mimando sus campos llenos
de abundantes espigas de trigo.
Hombres que transmitían emociones,
que supieron donarnos en su tiempo postrero
la visión de su existencia en este mundo incierto.
Sentados a la puerta de sus chozas,
de tertulia diaria,
consumiendo el cigarro con dedos
encallecidos por el trabajo cotidiano,
en su descanso melancólico pero necesario,
con rostros tostados por el vigoroso sol.
Hundidos sus ojos de ver tanta miseria,
con la mirada perdida en el profundo cielo azul,
esplendoroso y resplandeciente,
que domina esta fructífera y pujante Bahía.
Ojos mirando a la lejanía,
perdidos en la bruma,
brotando lágrimas menudas
que, surcando sus mejillas,
tratan de tapar
con el humo del cigarro,
rodeados de niños que no tienen nada para su sustento.
Hombres distantes en el tiempo,
que están presentes con el paso de la vida.
Fluyen sus recuerdos como melodías
que deleita recordar,
de tiempos ya pasados
que perduran en nuestro recuerdo,
cincelados en mi alma
y que no deseo arrinconar.
Muchos fueron sus nombres:
Juan, Baltasar, Antonio, Doña María,
Ricardo, Paco, Manolo, Ramito, Catalina…,
tantos nombres que no podría acabar.
Fueron seres bienhechores,
sabrosos en mensajes,
de los que fluyeron aromas e ideales
que hoy requerimos a nuestra sociedad.
Brotando la humanidad de ellos
como agua que fluía del manantial,
que nos colmaba el ánimo,
nos limpiaba por dentro,
nos consolaba la existencia
de un mañana incierto,
de poder zozobrar.
Fueron remos estables
que pilotaron mi barca
por las brumas del mundo
que impasible acompaña,
a esta humanidad.
Luz de faro perenne,
cuyo brillo buscamos
para que oriente nuestras vidas
hacia la inmortalidad.
Un territorio en el cielo,
merecido descanso,
les deseo a esos hombres
que aún puedo recordar
como miel exquisita
que degustan mis labios
al pasar por el río
que les vio emerger.
Cuando un día no lejano
era miel lo que fluía
de sus verdes orillas,
que esos hombres crearon
placentero vergel,
nutriendo sus márgenes
con aguas de miel.
Río que mi alma
nunca puede olvidar.
El ruido de sus aguas
golpeando en sus molinos,
con esa fuerza enérgica
del salto brioso de sus cascadas.
Río de la Miel sagrado
que en El Cobre perdura
tras el paso de la vida,
que sus gentes conservan
como el líquido que aflora
de su desgarrada garganta.
Baltasar, Juan, Miguel…, no estáis muertos.
El tiempo ha reabierto vuestras vidas,
como un latigazo resuena en mi alma,
desgarrándome las entrañas
por vuestro proceder.
Vivían con su pueblo,
se preocupaban de su gente,
en esa ribera que en su día fue.
El pueblo dormitaba un bostezo profundo.
El hambre corporal les importaba más.
La cultura adormilada
bloqueaba los caminos de la libertad.
Unidas las manos duras hasta la incertidumbre
en ese nuevo día que vuelve a aflorar.
Con amor, con pasión, con dulzura,
personas altivas y orgullosas
nos dejaron el testigo
escrito con sangre y el sudor de su frente,
tras el azote del hambre
provocada por la opresión que les envolvía,
pisoteando los derechos más elementales del hombre
y de la humanidad.
Con la sana esperanza
puesta en esa verde primavera
que tardaba en llegar
y no lograron disfrutar.
Hombres con sabor a tierra,
a estiércol y a semilla.
Pero que en el fondo de su espíritu
mantenían el fuego implacable de la libertad.
Como enredadera sus vidas me atrapan,
perteneciendo a esta tierra
que fue su morada,
tierra que en verano
quedaba seca y carcomida por el astro sol.
Brotan sus recuerdos,
poleo en sus campos,
dejando un reguero de olores,
perfume infinito
del que me dejé embriagar.
molina
No hay comentarios:
Publicar un comentario